Cine: Los blockbusters globales de Hollywood

Por Jorge Zavaleta Balarezo

El estreno mundial de “Los vengadores” -reunión de algunos de los más simbólicos superhéroes de la Marvel- ha devenido en un singular éxito de taquilla, capaz de remover cualquier récord, como esos a los que están tan acostumbrados los norteamericanos.

Así como esta película de pura acción que tiene gran atractivo en el público juvenil e infantil, genera ganancias a sus productores, la industria paralela que pone en marcha, digamos la publicidad y el merchandising, igualmente levantan vuelo con tal espectacular suceso.

Pero no nos quedemos en la mera repetición noticiosa del hecho. Ocurre que en tiempos de globalización y posneoliberalismo, Hollywood mantiene una segmentación de mercados y orienta sobre todo sus grandes blockbusters a audiencias que son fieles y que pueden alimentar, semana tras semana, sus propias fantasías con cintas que no necesariamente tengan como referente a un superhéroe (para el caso, estamos ad portas del estreno del final de la trilogía de Batman) sino que se refugian en míticas historias de la infancia, como hemos podido comprobar, también en estos días, con el lanzamiento de dos versiones, muy distintas entre sí, sobre el cuento clásico de Blancanieves.

El fenómeno de “Titanic”, que igualmente se está reestrenando en 3D, como el de “Avatar”, diez años después, confirma la capacidad de una industria que trabaja según un sistema de plazos y cada semana nos entrega películas que pueden distraernos más de lo normal o constituirse en fenómenos de cierto culto masivo, como ha sucedido con la sagas de “Transformers” u “Hombres de negro”.

Otras cintas, tras el éxito comprobado de una primera entrega, se reproducen al año siguiente en una nueva versión, como viene ocurriendo con “Sherlock Holmes”, por ejemplo. Lo cierto es que Hollywood no ha perdido el control y dirección de una hegemonía en el cine mundial que puede perturbar a los más asiduos a películas de arte y ensayo, las cuales tienen siempre un público más reducido y cuyo circuito de proyección se limita a unas cuantas salas.

En momentos como estos no parece haber un punto intermedio entre el blockbuster y la película aclamada en Cannes, Venecia o Locarno. Simplemente se trata de películas realizadas para públicos muy distintos, quizá hasta con sensibilidades que entrechocarían a manera de una disputa.

Cabe señalar -como lo apuntó Jesús Martín-Barbero en su libro “De los medios a las mediaciones”- que los exhibidores de películas en Estados Unidos llegaron muy temprano a un acuerdo para mostrar en sus salas solamente cintas realizadas en su propio país. Con esta suerte de monopolio que se protege constantemente a sí mismo, como en un blindaje, se evita cualquier asomo de competencia foránea.

Lamentablemente, esta “regla de oro” asumida por la industria del cine norteamericano nunca encontró eco en regiones como América Latina, la cual, al contrario, siempre da la bienvenida a los taquillazos de Hollywood e incluso cercena las posibilidades de expansión sobre sus propias películas.

Por ejemplo, puede citarse el caso de Perú, donde actualmente se discute un anteproyecto de nueva Ley de Cine y se ha puesto en debate la pertinencia de dedicar algunas salas comerciales sólo para la exhibición de películas producidas en este país.

Esta sugerencia ha despertado protestas en críticos que defienden la supuesta libertad de mercado y que creen que el llamado “derecho de pantalla” constituye no una oportunidad para los cineastas nacionales sino un abuso de poder.

El problema, como ya puede verse, tiene muchas aristas pero lo cierto es que mientras tengamos más versiones nuevas del “Hombre Araña” o de cualquier comedia romántica protagonizada por Jennifer Aniston, Kate Hudson o Drew Barrymore, lo cierto es que se estarán cerrando canales de distribución y exhibición públicas para filmes que describen nuestra dura realidad latinoamericana o la tematizan desde el humor o el melodrama.

Ocurre ahora en Perú que la expansión de centros comerciales y la apertura de multicines en todo el territorio no necesariamente genera una cartelera más democrática y entretenida, desde el momento en que centenares de salas se dedican, precisamente, a exhibir cintas como “Los vengadores” y no otorgan la mínima oportunidad a obras que, siendo valiosas o primeros esfuerzos de un cineasta, apenas se exhiben por menos de una semana casi en la clandestinidad.

El problema, por un lado es el de la existencia de un fuerte control por parte de las majors, las grandes productoras de Hollywood, y ese “otro cine” que particularmente nos interesa y nos llama la atención. Aunque la batalla ha sido ganada en todos estos años por el cine industrial norteamericano, hemos asistido en la región al surgimiento de un “Nuevo Cine Argentino” como a la producción de películas peruanas, brasileñas, mexicanas y de otras naciones galardonadas en festivales de prestigio.

La tarea de proteger nuestro propio cine y de difundirlo en canales alternativos, pero también de luchar por ganar espacios que ahora son negados, es urgente y llama la atención no sólo de directores, productores, críticos y espectadores sino que incluye a los propios gobiernos y a sus ministerios de Cultura, los cuales son entes destinados a luchar por este derecho. Como industria cultural, el cine, rostro y expresión de un país, es al mismo tiempo un arma para combatir la inacción y la ignorancia.

Si en los años 60 se proponía en América Latina un “cine militante” ahora, más allá de las ideologías y los compromisos políticos, a los que muchos tanto temen o evaden, sería interesante plantear un cine que aprenda de sus antecesores y muestre sus propias expresiones, un “Cuarto Cine”, como ha pedido el cineasta rosarino Gustavo Postiglione. Esa, entonces, es la tarea pendiente.

Jorge Zavaleta Balarezo escribe desde Pittsburgh, Pennsylvania

 

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