Dios, Patria, y espera que cambio

Yanko Farias. Foto cortesía.

Por El Lector Americano

BURKE, Virginia, viernes 11 de octubre de 2024

En pausa

Sentado en un sillón en el salón de espera, una madre vigila a su niña y a su chiquito, que hacían un poco de desorden en el lugar. Esperaba —pensé— que sus hijos crecieran. Pero en un salón de terapias los chicos crecen con extrema lentitud.

Diez minutos más tarde me trasladé con mis pensamientos: me fui a Buenos Aires 1996. Allí caminaba por la Avenida Santa Fe, y pasaba delante de una tienda de un armenio que conocí. Apoyado en el borde un mesón de madera, esperaba a un cliente posible. Pero a media calle, también encontré a Clemente P, parado delante de la vitrina de una modista.

—«Espero a mi esposa —me explicó—, está eligiendo un sombrero para ir a una boda».

—¡Bravo! —le dije— y, como este es un sueño expedito, me fui a conversar con Ernesto, el bolschevique, que esperaba nervioso un colectivo. Con Ernesto no cruzamos palabras.

Por la vereda del sol

Después, me empecé a alejar de la ciudad. Por viejas veredas sueltas, y comencé a caminar detrás de un cargador de carne fatigado que, con mucho esfuerzo, avanzaba lentamente con su carga pesada. El matarife caminaba entre las personas con media res en la espalda, junto a un niño que tiraba de un carrito con vísceras de animal, al que exhortaba a que apurara su paso con gruñidos. “Camina lento”, pensé, “un hombre acostumbrado a ir lento, a esperar. Con un niño de ayudante, que tiene buena memoria, y le indicará el preciso momento de parar ante el Mercado Federal. Pero esto será hasta dentro de cincuenta pasos más de carga”. Por un momento me compadecí de la suerte de este dúo de trabajadores. ¿Qué le podría dar a este hombre para llenar el vacío de sus días? No me atreví a sugerirle que admirara la ciudad, y sus alrededores, ni menos que se entregara a meditaciones filosóficas. No. Era mejor que sus pensamientos siguiesen adormecidos como dice el tango ‘Silencio en la noche’: «El músculo duerme, la ambición descansa».

Foto cortesía.

¡De quién no solidarizarse si tuviéramos que atender a todos los que están condenados a la espera!, pensé.

Cada día, todos esperamos en una sala de espera: en la escuela, oficinas públicas o en una fábrica llena de obreros. O como antes, muchos años ya, esperábamos esa carta amorosa, o esperamos a ese buen amigo, o ese dinero para arreglar las cosas del día. Y de noche, cuando ya estábamos cansados, esperando con impaciencia el último minuto para acostarnos en nuestra cama para dormir apurados.

¿Tendrá algo de esto la espera de la muerte cuando ya no tenemos tiempo para esperar nada de la vida?

Promesas de mañana

El tiempo y el hombre es indisoluble. Adónde van los sueños con la llegada de medios de comunicación/transportación para tener más tiempo. Pero las jornadas de trabajo y los minutos de espera son siempre más numerosos y laxos. Por eso nuestros nervios necesitan reposo y una inmensidad de amor; es la historia de nuestro corazón y la ternura de la vida. Y claro, estos deben estar suficientemente espaciados.

Pero hay personas capaces de esperar veinte años para la realizar un sueño único. Otros calman su impaciencia prometiéndose una o dos fiestas por año. Y muchos inquietos y acelerados por todo, solo esperan que sus pequeños placeres cotidianos ¡sean ya! A través de selfies. Pero al final todos deben hacerse de paciencia. Por eso aún con la vorágine de hoy, la escuela sigue cumpliendo su rol de educadora, para que los niños soporten las horas vacías que, a excepción de algo, compondrán su futura existencia. El vacío escolar da cierta cohesión existencial. Como lo que es lindo es pertenecer a toda la gente un atardecer…

La tierra produce los árboles para que las personas, en verano, puedan tener sombra. Pero la sombra nunca es suficiente. Por eso existen los aleros, aeropuertos y estaciones de metros u ómnibus para que los hombres las ocupen como salas de espera o pasajeros en trance. También los pasos fronterizos en pleno desierto, sin sombra.

Deudas por doquier

Cuentan los historiadores del futuro, que en el momento justo antes de que Sócrates bebiera la cicuta y muriera, se acordó de una deuda: le debía una gallina a una de los Dioses de su tiempo. Y se preocupó, de verdad, por “dejar sus asuntos en orden”. Detalle importante si quieres que te recuerden por los siglos de los siglos. En estos tiempos esto sería súper fácil si lo que debes fuera tan solo una gallina. Yo, por ejemplo, debo medio millón de “lomos encurtidos”; y no sé si tendré la energía ni la virtud suficiente para saldar esa deuda. Cuestión que acabará con la insoportable levedad de mi propio ser, y dará paso a mi paz cardinal. Malo para mis deudores —bancos y financieras—, que quedarán bien clavados con algo de justicia divina.

Así es señores, reconozco mi ganancia con mis faltas futuras. Los bancos nunca serán nuestros camaradas. Tampoco es que quiero parecer “un Bakunin de manual”, ni lapidario conmigo mismo. Llegará el día en que les diga: “Les devolveré el medio millón de lomos encurtidos el 30 de diciembre”. Y con esto quiero decir que saldaré mis deudas antes de irme al purgatorio en paz. Esto me da tranquilidad, aunque quizás en una hora piense otra cosa. Pues como tengo el hambre de un sibarita, en una de esas se me ocurre comer todos los lomos encurtidos con mis amiguetes antes del 30 de diciembre. También, quizás, porque una vez escuché decir que las riquezas y la suerte —en metal— llegan cuando estás dormido.

Hubo un tiempo, influido por “Cristo sana”, les tuve un profundo rechazo a los comerciantes. Me creía superior a esas almas llenas de interés. Cuando el tendero de cerca de mi casa, don Pepe, me decía con orgullo: “Yo siempre honré mis deudas”, yo lo miraba, y pensaba, qué cosa ¿no? Su moral de tendero era irrefutable. Pero no sé si don Pepe era tan escrupuloso con sus clientes ignorantes. —¡Mi inquina se basaba en eso señor Pepe!, me decía a mí mismo—.

Los comerciante no están obligados a decirle toda la verdad al primero que llega.

A lo mejor estoy siendo vanidoso y torpe al juzgar al señor Pepe. Se necesita fuerza para ganar y amasar buen dinero; para gastarlo no hace fuerza ninguna. A lo mejor juntarla en carretilla no es muy elegante, es cierto, pero siempre es bueno saber qué dote tendrán tus descendientes.

¡Jóvenes, enriquézcanse!

Foto cortesía.

Un hombre nuevo

Por todo lo anterior expresado, he decidido ser un libre pensador. Lo cual significa hacer de tripas corazón, para no atender tantos llantos ni dolor. Establecer mi perímetro de distanciamiento, con algo de filosofía, a veces neutral, e incluso independiente, para así tener la mejor onda con toda la gente. Esto significa dejar en claro que no me alinearé con los violentos, pero sí con los que regalan flores arrancadas de algún cementerio. Tampoco volveré a poner la otra mejilla por nadie, y menos ser amenazado por algún esquirol de turno.

Pero es cierto; me afectan algunas tristezas pedestres: como las caras largas de las cajeras en los supermercados, o el estorbo de las ardillas en los caminitos repetidos. También los paisajes que quedan lejos, como esos desiertos tunecinos llenos de botellas de plástico, o las verdes selvas amazónicas húmedas quemándose en la TV. Pero, ojo, reconozco que me parecen muy buena gente los luchadores del fin del mundo que no se quiebran por ser escuchados, y que saben que un día morirán solos en un cuarto de hotel.

Por eso tengo la obligación de estar alerta, y saberme libre de culpa, limpio de pecados, y querer ser más bueno que el pan de los pobres, o tener el síndrome Teresa de Calcuta, y sentir pena solo un poquito, lo que exige la constricción.

Lenguaje grado Cero

Hay que hacer saber a todos, que no me gusta ni la política, ni las guerras actuales, y convencerles que toda inacción también puede ser virtuosa. En fin, parar con el sufrimiento y el gesto gregario, que no está mal alguna tontería. Como reconocer la tristeza que se vive en los barrios cerrados, los dramas urbanos, y los sin casa. Tener claro que el bacalao NO alcanzará para todos. Quizás ver menos la CNN. Que adoptar la pose de libertario, en plan de ser un hombre solitario, que sólo yo me entiendo, y que nadie me entiende un pepino, está bien.

Que ser un buen ciudadano formal y respetable requiere esfuerzos. Empezando por sacar de mis conversaciones palabras como: obrero, justicia, paz, hambre o miedo, amor, cosas bellas, y los recuerdos graciosas de cuando era otro, y pensaba todo lo contrario.

Por eso Ernesto ni me habló en la parada de colectivos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dios, Patria, y espera que cambio

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