Foto Yanko Farias
› Por El Lector Americano
(Burke, 9 de enero de 2025)
Nazco y vivo cuando nieva. Para cambiar de estado. Sin embargo, no es todo mi yo el que sale a asomarse al costado de la acera, porque hay partes inmóviles de mi historia que se niegan a relatarse a partir del frío, y al final termino solo.
No me acompañan todo el tiempo cuando el frío aprieta, se hacen fotografías para conformarme icono pero nunca terminan quedando conmigo.
En realidad siempre es así: decidí ser visitante del frío cuando mis anatomías: nariz de zanahoria, ojos de semilla, brazos de ramas, gorro de Ikea, bufanda de segunda mano, que forman parte de mi ser, mañana serán basura y mudanza ñ.
Ni siquiera sé si son una carga o un relajo invernal.
¿Mi brazo es una carga?
¿Mi cuerpo amorfo pesa? ¿Mi nariz es un chiste aguileño?
El resto de mi cuerpo viaja en estos tiempos gélidos, aunque creo que cambia pero nunca puede reconocerse distinto.
Siempre es otro el que llega, es otro el que se derrite cuando yo solo, el otro es el que viaja al final de la helada.
Me dicen que la ciencia pura asegura que el absoluto existe, y yo que busco desesperado esa certeza, recién me doy cuenta de que la ciencia y yo mentimos.
No quiero comprender el invierno sino es sinónimo de viaje a la hilaridad infantil, aún cuando quiero ser final de estación.
Esta contradicción/conexión de lo que no hay acá, es otro modo de decir de lo que no hay en mí.
Tal vez el viaje temporal me lo brinde mi incapacidad de nunca pertenecer al lugar donde me ponen, al viento frío, y a mi actitud de derretirme lenta y lánguidamente.
El no lugar es solo otro arraigo y otro pasado del cual irse. Como todos los viajeros finisterre que he conocido.
-¿Adónde viaja usted don Michael Yelo?-, me pregunta un peatón mirón.
-No tengo idea —le respondo—, porque la verdad miro y no me muevo.
El peatón mirón cree en su pasaje de viaje, para una estación de cercanías, de destino seguro, temporada alta, al que todo el mundo va y viene, baja y sube, en un perfecto presente perfecto.
Yo reniego de esa permanencia climática. El peatón mirón sonríe, exhibe su paciencia profesional, y me repite:
—¿Adónde viaja?
Yo me dejo llevar, un poco me desespero, digo un sitio, y el golpe azul de un sello se estampa en mi pasaporte de mentira. Mi frontera es el tiempo, el horario, el Sol indefectible.
—Que tenga buen viaje— me dice el peatón mirón.
Cuando empiezo a hacerme agua —y me derrito—, empiezo a avanzar hasta el cordón frontal de la vereda, me subo mi gorrito de Ikea, ordeno mi bufanda de segunda mano, y doblo mis falsas rodillas, protegiéndome del Sol.
Finalmente me duermo, me derrito, y pierdo mis vuelos de ida.
Mi último suspiro dice; “peor para el Sol de invierno cuando se resfría”…