Hombre en tierra

Foto Yanko Farias

Por El Lector Americano 

BURKE, Virginia, 10 de diciembre de2024.- Cuando no puedo dormir —cada vez duermo menos— no cuento ovejas. Cuento ardillas de noviembre. Esos roedores simpáticos que tienen cadencia en su mirada curiosa y simpática, que te miran desde la rama de un árbol, o cuando te ven pasar. Ardillas de un reflejo posible que te invitan a sentarte a leer en un parque: porque los libros te trasladan, y avanzas como ellas. Y ahora —luego de tantas idas y desvíos, y lecturas imposibles— mi estado insomne está con esa niebla espesa que yo respiro con premura. Las ardillas —o los chipmunks— como las de la película, Alvin y las ardillas, se presentan desde hace un tiempo como otra cosa. No como los documentales de National Geographic o las de Blanca Nieves. O esos personajes catódicos e histéricos de Agatha Christie, o cómo las de los decaídos paisajes de Estambul, 1930, como describió Graham Greene. Para mí las ardillas son como una línea de fuga, como esas que llevaron a Lawrence de Arabia a estar en acción. Son Ardillitas de diciembre, como cuando ves esas películas viejas, pero siempre nuevas, que como las de esos que cruzaron por El Puente sobre el Rio Kwai, o como esos iniciáticos viajes de Paul Theroux y Bruce Chatwin. Nunca una fuga a lugares comunes, sino a esos con desvíos necesarios para seguir riendo, como las canciones de Johnny Cash o de Bob Dylan. Con extraños personajes (otra vez) de la mano de Win Wenders, Hitchcock, con tramas de Kieslowski, con todas las ventanas abiertas como aconsejaba Raymond Carver.

Cualquier insomnio, ahora me doy cuenta, es una dama que desaparece donde nunca cae la sombra de la duda, como lo cuentan las canciones de Tom Waits. O como esas películas viajeras, llenas de pulsión, como cierto viaje a Budapest, o a Viena, en el que se enamoran por primera vez Ethan Hawke y Julie Delpy.  O como esos otros que conocí en una estación, allí en Puno yendo al Cuzco, en el fresco verano andino,  enero de 1998.

Pienso en la canción Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, tan llena de imágenes de todos los rincones y pensiones de pobres bañadas por el Mare Nostrum, donde poder ir a gritar con amigos, y que sus gritos traspasen con su oleaje una playa tunecina. ¡Ay… no sé cómo decirlo! 

¿Y qué hay de los estremecedores enérgicos taladros de los pájaros carpinteros en celo? ¡Dan mucha impresión! Un taladro frenético que te despierta un domingo tipo cinco de la matina. Estos deben ser los amaneceres favoritos de los fugados —pienso— o de los Ulises de fines terre que van a ningún lado. O de esos amantes que esperan cuando entran en los túneles de trenes de provincia: que funcionan como verdaderas metáforas de pequeñas fracciones de vida, saliva, deseo y desesperación. Pienso en los caminantes mañaneros que se encasquillan y se convierten en corredores atropellados. Conductores que se descarrilan o se quiebran justo donde no deben. Personas alguna vez puntuales, y ahora muy tardíos, que fueron de los más entretenidos, y ahora desentonan y están al lado de los poderosos.

Foto Yanko Farias.

Después, igual despierto. Recuerdo algo sencillo porque los días a veces son así: como cuando enero de 2024 se puso a nevar calladito de madrugada, y se puso en funcionamiento (y viceversa) la alegría de los niños tirándose nieve, y adiós a eso de cruzarse con patos salvajes en plan aéreo, y luego caminar sobre la nieve con zapatos como estufas. Fue hermoso y lo sigue siendo y, por supuesto, darte cuenta que el paraíso bien puede ser una mañana silenciosa donde los automóviles no suenan… y la risa de los niños escolares son un himno a la esperanza.

Y una mañana silenciosa en Virginia, es posible si se piensa que también es dueña de una red de alta velocidad bien extensa (4.000 kilómetros), dicen que es la segunda del planeta sólo por detrás de China (que, claro, suma y sigue hasta alcanzar los 40 Mil Millones de kilómetros). Pero hoy solo caminando puedes ver niños esperando una nieve que no llega cuando te adentras en los caminitos urbanos. Porque hay que remarcarlo, esta forma de accesos y carreteras está un poco mal distribuido, dejando virtualmente sin bulevares, cafecitos, calles con gente en las esquinas y vértices de ciudad. Eso sí, ves mucho parking. ¡Pero esto es Burke señores! Aquí, por ejemplo, puedes ver muchos automovilistas que pasan a paso de tortuga para ser vistos. Por eso no les queda otra a sus habitantes que correr la liebre, y aprender a ser vistos sin verse. Y al decir del New President Trump; «Todo irá para arriba como una máquina» o «se irá para arriba como un cohete», aunque lo cierto es que nadie quisiera pensar que «se irá para arriba como una caravana de inmigrantes». Porque ir en caravana, a partir del 6 de enero de 2025, será pecado, y nadie hablará de esa crisis institucional del 6 de enero de 2021. (¿Alguien se acuerda de esto?)

Foto Yanko Farias.

Nueva ruta para salir. Los periódicos mexicanos informan de histeria colectiva en los terminales de buses de «cercanías», pues pronto serán más cerca la lejanía hacia el Sueño Americano. Y será como esos relatos de la Dimensión desconocida, con agujeros negrísimos, imposibilitando a todos a conectarse al wifi en la “bienvenida delivery”, para reclamar un lugar en el mundo súbitamente en coma. Los motivos —obvio— será la falta de comprensión del inmigrante “sin charme”, por ser competencia desleal de mano de obra re económica (de México, Centroamérica y el resto del continente), a los $9,50 la hora que se paga aquí. Y la figura un tanto demasiado visible de un polémico Zar de la Frontera (un tal Tom Homan), que tiene esa cara típica de ser Tom: un poquito demasiado rubio y colorado, que vía, se ha mostrado como el mejor ariete de su Presidente, que siempre estuvo dispuesto a apuntarse a todas las batallas si es en contra de los más débiles. Y Tom, un tanto inexpresivo en vivo y en directo, trata de explicar lo que ocurrirá, y lo que hará en su gestión. Homan, el expolicía en Nueva York, que después se unió al Servicio de Inmigración y Naturalización. Un verdadero buldozzer con el propósito de morder a la gente morena caminando por este lado de la frontera. Y el demasiado acelerado Trump, que sabe muy bien que hay ciertos bajos niveles políticos del cual no se vuelve, pero hoy presidente electo, y eso es una contradicho…

Lo único bueno/malo de todo insomnio es que se puede llegar tarde a cualquier lugar y, si hay mala/buena suerte, nadie se dará cuenta. Apenas, un poco de olvido en un lugar diferente al de siempre. Y lo encontrarás justo a tiempo como para —en películas, canciones y en libros que recuerdo con mis ojos cerrados de par en par— subirte en el mejor lugar de tu “ensueño” para darse un buen viaje. O no.

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