Jesús es el salvador y liberador de la humanidad

Ofrecemos a continuación extractos del mensaje:

«La liturgia de la Misa de la aurora nos ha recordado que la noche ya pasó, el día está avanzado; la luz que proviene de la gruta de Belén resplandece sobre nosotros».

«La luz de la primera Navidad fue como un fuego encendido en la noche. Todo alrededor estaba oscuro, mientras en la gruta resplandecía la luz verdadera «que alumbra a todo hombre».

«También hoy, por medio de quienes van al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo, para llamar a los hombres a que reconozcan en Él el «signo» de su presencia salvadora y liberadora, extendiendo el «nosotros» de los creyentes en Cristo a toda la humanidad.

«Dondequiera que haya un «nosotros» que acoge el amor de Dios, allí resplandece la luz de Cristo, incluso en las situaciones más difíciles. La Iglesia, como la Virgen María, ofrece al mundo a Jesús, el Hijo que ella misma ha recibido como un don, y que ha venido para liberar al hombre de la esclavitud del pecado».

«También hoy, dirigiéndose a la familia humana profundamente marcada por una grave crisis económica, pero antes de nada de carácter moral, y por las dolorosas heridas de guerras y conflictos, la Iglesia repite con los pastores, queriendo compartir y ser fiel al hombre: «Vamos derechos a Belén», allí encontraremos nuestra esperanza.

«El «nosotros» de la Iglesia vive donde nació Jesús, en Tierra Santa, para invitar a sus habitantes a que abandonen toda lógica de violencia y venganza, y se comprometan con renovado vigor y generosidad en el camino hacia una convivencia pacífica. El «nosotros» de la Iglesia está presente en los demás Países del Medio Oriente. ¿Cómo no pensar en la borrascosa situación en Irak y en el aquel pequeño rebaño de cristianos que vive en aquella Región. Sufre a veces violencias e injusticias, pero está siempre dispuesto a dar su propia contribución a la edificación de la convivencia civil, opuesta a la lógica del enfrentamiento y del rechazo de quien está al lado».

«El «nosotros» de la Iglesia está activo en Sri Lanka, en la Península coreana y en Filipinas, como también en otras tierras asiáticas, como fermento de reconciliación y de paz.

«En el continente africano, no cesa de elevar su voz a Dios para implorar el fin de todo abuso en la República Democrática del Congo; invita a los ciudadanos de Guinea y del Níger al respeto de los derechos de toda persona y al diálogo; pide a los de Madagascar que superen las divisiones internas y se acojan mutuamente; recuerda a todos que están llamados a la esperanza, a pesar de los dramas, las pruebas y las dificultades que los siguen afligiendo».

«En Europa y en América septentrional, el «nosotros» de la Iglesia impulsa a superar la mentalidad egoísta y tecnicista, a promover el bien común y a respetar a los más débiles, comenzando por los que aún no han nacido. En Honduras, ayuda a retomar el camino institucional; en toda Latinoamérica, el «nosotros» de la Iglesia es factor de identidad, plenitud de verdad y caridad que no puede ser reemplazado por ninguna ideología, un llamamiento al respeto de los derechos inalienables de cada persona y a su desarrollo integral, anuncio de justicia y hermandad, fuente de unidad».

«Fiel al mandato de su Fundador, la Iglesia es solidaria con los afectados por las calamidades naturales y por la pobreza, también en las sociedades opulentas. Ante el éxodo de quienes emigran de su tierra y a causa del hambre, la intolerancia o el deterioro ambiental se ven forzados a marchar lejos, la Iglesia es una presencia que llama a la acogida. En una palabra, la Iglesia anuncia por doquier el Evangelio de Cristo, no obstante las persecuciones, las discriminaciones, los ataques y la indiferencia, a veces hostil, que más bien le permiten compartir la suerte de su Maestro y Señor».

Terminado el mensaje, el Papa felicitó la Navidad en 65 lenguas e impartió la bendición «Urbi et Orbi» (a Roma y al mundo).

Al mediodía del sábado 26 de diciembre, el Papa se asomó a la ventana de su estudio privado que da a la Plaza de San Pedro para rezar el Angelus con miles de personas allí congregadas.

El Santo Padre afirmó que «Aquel está en el pesebre, es el Hijo de Dios hecho hombre, que nos pide que testimoniemos con valentía su Evangelio, como hizo San Esteban -el primer mártir cristiano-, el cual, lleno del Espíritu Santo, no dudó en dar la vida por amor a su Señor. Él, como su Maestro, muere perdonando a sus mismos perseguidores y nos hace comprender cómo la entrada del Hijo de Dios en el mundo da origen a una nueva civilización, la civilización del amor, que no se rinde ante el mal y la violencia, y derriba las barreras entre los hombres, haciéndoles hermanos en la gran familia de los hijos de Dios».

«El testimonio de Esteban, como el de los mártires cristianos, indica a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y desorientados, en quién debemos poner nuestra propia confianza para dar sentido a la vida. El mártir, en efecto, es aquel que muere con la certeza de saberse amado por Dios y sin anteponer nada al amor de Cristo, sabe que ha elegido la mejor parte».

Benedicto XVI señaló que «al presentarnos al diácono San Esteban como modelo, la Iglesia nos indica además, que la acogida y el amor hacia los pobres es uno de los caminos privilegiados para vivir el Evangelio y dar testimonio a los seres humanos de manera creíble del Reino de Dios que viene».

Tras poner de relieve que la fiesta de san Esteban «nos recuerda también a tantos creyentes que en varias partes del mundo están sometidos a pruebas y sufrimientos a causa de su fe», el Papa pidió comprometerse «a sostenerles con la oración y a ser fieles a nuestra vocación cristiana, poniendo siempre en el centro de nuestra vida a Jesucristo, que en estos días contemplamos en la sencillez y en la humildad del pesebre».

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