La Diacronía en una Carta

Foto cortesía.

› Por El Lector Americano

(Burke, 14 de enero de 2025)

Tenía veinticuatro años y me habían roto el corazón. Después de unas vacaciones que para mí habían sido fantásticas, en las que recorrimos otro país y saqué un montón de fotos, volvimos a la rutina y un día, de repente, Pepa Lee me pidió un tiempo. Durante varias semanas no nos vimos, y yo aproveché para revisar las fotografías y las notas de viaje. Y en un afán de optimismo, editar a partir de eso un relato y mandárselo por correo electrónico para re-re-reconciliarnos. La respuesta no llegó o, como diría un amigo sabio tiempo después, llegó en forma de portazo y silencio.

Era el año en que había terminado de cursar, malamente, cinematografía en Enerc, y trabajaba de iluminador freelance y, sin tener muy en claro por qué, me anoté en un “programa de redacción periodística”, en el Sindicato de Trabajadores de Prensa. El taller tenía como premisa que trabajáramos con lo que tuviéramos a mano: realizar crónicas y reportajes, haciendo dos notas por semana, lo contrario a lo que estaba acostumbrado en la Escuela de Cine, donde escribíamos muy poco. Cada tanto también invitaban a periodistas/escritores a dar clases.

Pero un día nos pasaron una película extraña, rarísima, a la cual me referiré, que la pudimos ver gracias a un profesor español que había sido productor y ahora se dedicaba a dar clases a los futuros periodistas. En una de sus clases, nos habló de un cineasta de Kazajistán, que empezó a estudiar cine a los 40 años, que antes de eso había sido ingeniero industrial (!) y que había hecho tres documentales, pero el género lo había “agotado emocionalmente” y nunca más iba a filmar así. El tipo se llamaba Sergey Dvortsevoy, y la película que nos mostró se llamaba En la oscuridad. Y bien, así con esta su breve explicación, la película empezó.

Foto cortesía.

Una frase:

Unos monoblocks en las afueras de Moscú. Primavera”.

…Unas manos buscan algo en un cajón lleno de ovillos de hilo plástico. La cámara se mueve y descubrimos un hombre viejo y ciego (Iván; “Vania”), que durante los próximos 18 minutos va a seguir buscando sus ovillos y con la ayuda de un gancho de madera va a tejer unas bolsitas trenzadas de hilo. Esta acción será interrumpida varias veces por la presencia de Diablito, un gato blanco, impunemente irá robándose los ovillos, metiéndose en los cajones, y adentro de las sábanas. La cámara se mueve entre el Vania y el gato, y en esos movimientos vamos conociendo un poco el espacio, la locación del lugar. La cámara se posa por un portarretrato, y ahí está Vania, más joven, con una mujer al lado, mirando a cámara.

fundido a

Diablito, que está parado arriba de un ropero, y se para sobre una pila de papeles y tira todo al piso. Allí la cámara pierde el plano, y se escucha al director cabreado con el camarógrafo por “cortar” la escena.

Otra vez Dvortsevoy entra al plano con el micrófono en la mano para ayudar a Vania a levantar los papeles. La acción se recompone, Vania vuelve a trenzar sus hilos, y cuenta lo que está pasando afuera del edificio (voz de Vania:deben ser las tres de la tarde, ya salieron de clases y los chicos corren por el parque). Afuera escuchamos los gritos de chicos que entran por la ventana.

Corte a:

Ahora Vania camina enfundado en un grueso abrigo por una calle nevada. Se cruza con dos señoras que parecen sorprendidas al ver a su vecino siendo filmado. Parado en una esquina ofrece a viva voz sus bolsas (lleve una, son gratis) pero nadie le presta atención. La gente le pasa por el lado, que llevan las típicas bolsas de plástico que usábamos despreocupados en esa época (principio de 1988).

De vuelta en la habitación, Vania llora sentado en su cama.

Cuando la película terminó me quedé atolondrado. Y me preguntaba cómo una película de sólo 40 minutos, con una trama mínima, podía hablar de tantas cosas (vida de los soviéticos de a pie, los efectos de la caída del comunismo, y las relaciones humanas), y la intimidad de un viejo ciego en paralelo. Y lo más importante, la de poner sobre la mesa los problemas sobre cómo contar esas historias sin caer en la futilidad en el intento… También cuando su protagonista, Vania, como un personaje triste (cuando él llora a mí se me partió el alma), que no se muestra derrotado, porque acepta las cosas que “le pasan”, y sigue adelante.

Semanas después en el taller se nos propuso una consigna simple: redactar una crónica como si fuera una carta. Automáticamente pensé en el correo electrónico que le escribí a Pepa Lee. Porque si bien es cierto era una carta, también era un “racconto” de nuestras vacaciones. En esa época yo leía más que ahora, y subrayaba los periódicos, y había estado leyendo las cartas de Franz Kafka, donde encontré una cita de su correspondencia a su novia Milena. Allí Kafka se pregunta molesto de qué es eso, de a quién se le ocurrió que las personas puedan tener relaciones de amor por correspondencia: La posibilidad de escribir cartas debe haber traído al mundo una terrible perturbación en las almas. Porque es una relación con fantasmas; y no solo con el fantasma destinatario, sino también con nuestros propios fantasmas”.

Foto cortesía.

Pues bien, con esta cita, y una esquina rota en mi vida, mi carta a Pepa Lee se me apareció como una posible trama, una crónica, y más tarde una historia para desarrollar. Y me vi en tercera persona, como un personaje ridículo, que al final era una manera reconfortante de verme autor de algo.

Después, como la película de Dvortsevoy, decidí recrear narrando una historia a través del recurso epistolar e imaginé lo único que podemos ver en imágenes: la pantalla de una computadora del protagonista (Yerko). Allí Yerko recibe un mail de un amigo en forma de video, donde aparece él mismo con su ex novia y amigos. A partir de eso se desata una serie de acciones: Yerko mira el video detenidamente, hace capturas de pantalla de los momentos en los que está junto a Pepa. Después pausa el vídeo y abre el Facebook, y mira un rato el perfil de ella, y decide a escribirle un email junto al video para intentar retomar así algún tipo de conversación.

Pepa Lee, nunca contestó el email a Yerko.

Después Yerko, haciéndose el Cínico (qué etimológicamente significa persona que mira) … buscando algún tipo de respuesta.

Todo es como era, y como será siempre. Pasa un día y otro, y el hombre se ocupa sólo de sus asuntos, soñando en la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, se aparece lo efímero. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, y es feliz. Todo sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo para encontrar una palabra para refutar algo.

Mientras tanto y hasta entonces, busco y encuentro una foto de San Petersburgo y, sí, me costó enterarme que Leningrado ya no se llamaba así en 2005. Y que Dvortsevoy tenía una cabellera evidiable y, claro, no tenía ni un pelo de tonto.

 

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