La muerte de Monseñor Quezada Torruño en Guatemala

La muerte de Monseñor Quezada Toruño no constituye una sorpresa, por sus 80 años; pero sí se siente como una gran pérdida nacional, por el extraordinario papel que jugó en la defensa de los pobres y marginados del país y a favor de los derechos humanos, los derechos de los pueblos indígenas y la paz.

Lamentablemente, su partida se produjo en el momento en que, nuevamente, el país volvía sus ojos a él para retomar el espíritu y la letra de los Acuerdos de Paz, tan amenazados y agredidos por los poderosos del país.

Sabemos que las múltiples semillas de justicia y paz que sembró por doquier, particularmente al interior de la Iglesia Católica, se desarrollarán en cientos de miles de católicos y no católicos convencidos de cambiar radicalmente el país; pero su figura individual nos hará falta, ya que era capaz de concitar a la reflexión y a la moderación de todos los sectores de nuestra enfrentada Guatemala. Las y los migrantes, particularmente los que se agrupan en nuestra Red, y los sectores pobres le hacemos un profundo y sincero reconocimiento póstumo.

Monseñor Quezada Toruño recorrió un sendero realmente orientado por mano Divina. Se cruzaron en su camino jóvenes, obreros y universitarios, revolucionarios y militares, campesinos y profesionales, políticos y religiosos, mujeres de toda condición y pueblos indígenas, con quienes más tarde debió trabajar, de manera muy equilibrada, luego de Esquipulas II, para encontrar el camino de la paz que permitiera salir al país de su más tenebrosa noche de su existencia como Estado.

Su dedicación a los marginados y perseguidos durante esa larga noche de ejecuciones, desapariciones forzadas, masacres y genocidio hizo que la Iglesia Católica dejara atrás su imagen contrarrevolucionaria de 1954 y su imagen contrainsurgente de los años siguientes, para enarbolar la bandera de los derechos humanos y promover la defensa de las víctimas de la violencia.

Con toda justicia, cuando se creó la Comisión de Reconciliación Nacional, se le pidió a Don Rodolfo que la presidiera, conjuntamente con Monseñor Juan Gerardi, y más tarde, cuando las expresiones diversas de la sociedad civil aceptaron su invitación, dirigieron ambos el Diálogo Nacional, antesala del proceso de negociaciones de búsqueda de la paz.

Cuando la Organización de las Naciones Unidas asumió la mediación del proceso de negociaciones entre la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el Gobierno de Guatemala, los dos prelados mantuvieron unidas a las expresiones de la sociedad civil en la Asamblea de la Sociedad Civil (ASC), desde la cual contribuyeron significativamente a la formulación de los diversos acuerdos de paz.

Para comenzar, aunque ambos se manifestaron siempre tanto a favor de la paz como de la reconciliación, siempre afirmaron que ésta última solamente se podría conseguir con la paz, el respeto de los derechos humanos, la verdad y la memoria histórica, la justicia, la petición de perdón de los victimarios, la concesión de dicho perdón por las víctimas, el resarcimiento de todas las personas afectadas y la justicia social.

Ambos obispos se esforzaron incansablemente en conseguir este tipo de paz y reconciliación. Estamos seguros de que el ejemplo de ambos, hasta su muerte, y sus metas aún no alcanzadas orientarán las luchas de las nuevas generaciones. El mejor homenaje a ambos será la construcción, finalmente, de la Nueva Guatemala, con la que seguimos comprometidos.

Comité Ejecutivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala

 

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