Por Lilian Pérez González
Y al final; yo sueño contigo,
las nubes y el agua. Tengo
miedo de necesitarte.
Intento llamar tu atención; no te acercas. Retengo el sabor de las manos, de los senos firmes. Trazo líneas de azul en el recuerdo, los pinceles yacen indiferentes.
Dibujan con sus dedos, los pechos que exhibes con tanto orgullo; disfrutas. Ríes con la mezcla de semen y tinta que van regando en el vientre; en tu sexo. Siento rabia, soy culpable por llegar con un payaso. A este tonto de brillos le da un ataque de vergüenza, me arrastra del grupo. ¡Parece monje! Sigues divirtiéndote con tanto azul encima, envuelta entre tantos sexos. Las carcajadas se escuchan desde afuera. Esta noche desespera; con ella, él. Es un chasco; con sus deseos y mis pocas ganas. Apenas muevo el cuerpo. Termina, finjo que duermo y te pienso.
Hoy no se marcha. Toca a la puerta y desespero porque olvide de una vez. Estoy cansada de su voz, enciendo la música. Sentada en la orilla de la cama se confunden las paredes, las arañas hacen arabescos en el techo. Deja de molestar. Camino hasta la ventana y lo veo marchar. Te asomas desnuda, acaricias mi cuerpo que despojas de cualquier centímetro de tela. Ahora soy quien sonríe. Mojas las manos con tinta azul; acaricias mi rostro, juegas a ensuciarme. Me ofreces algo parecido a la noche. Se corre la pintura; la recuperas con los dedos para dibujar círculos en los senos. Los muerdes, los besas. Tomas los pinceles y me llenas de olas gigantes, pequeñas, traviesas. Haces roces imperceptibles en el estómago; nos masturbas. Chocan los senos; la soledad se escurre entre gemidos y temblores. Golpeas mi rostro, me gusta; tú también sonríes y vuelves a pegarme. Voy recorriendo tu cuerpo suave, detenida en las piernas, en los muslos que emergen de las sábanas. Te corres de azul hasta el mar.
Nos encuentro en el espejo. Sumergida en el capricho de volver a verte. La claridad del cuarto se desarma con las horas del día. Esta soledad de todas me marchita. El suelo está cubierto de nuestras siluetas; los pinceles yacen indiferentes y yo no soy capaz de gritar que te quiero.
EL CAMINO DE LAS NUBES
Ella vestida de ciudad agujereada,
muerde sus manos y cruza las piernas
y con la yema de los dedos
roza erizada el pezón.
RL.
Até sus manos y el cuello a la cama con cierta suavidad y astucia. Quedó de espaldas y dejó descubiertos dos círculos redondos, perfectamente suaves, parejos, nevados. La besé despacio, sin apuros desde las orejas por todo el cuerpo, ¡vibró! Buscó mis manos. Mordí y besé entre sus piernas jugando con mis dedos tibios. En segundos quedó desorientada y deambulé detrás suyo mientras seguía besándola entre los muslos. El sabor conocido no dejó dudas, fue aligerándose y sentí en mis manos la piel de sus nalgas.
Salgo convulsa del trabajo; este calor sofoca a cualquiera. Voy al bar de la cuadra y pido una cerveza. Me siento, descanso; saco los pies de los zapatos y recorro con la vista las demás mesas. Ella; con una blusa verde triste, todo el hombro y la mitad del ajustador fuera, se desliza entre las mesas buscando una silla libre. Me pide permiso y yo hago más, la invito a otra cerveza. El pecho le salta cuando se me acerca, evado un ataque de su seno izquierdo y descubro que un nuevo olor desprende su cuerpo. Su figura pequeña luce como resorte en medio de la ciudad. Me muestra un plano de alguna construcción que no logro entender.
Y quiero besarte. No eres tu lo que me atrae, es la curiosidad por saberme capaz de conquistar otras fronteras. El día es todavía más caliente, disfruto el hecho de poder mirar indiscreta y nadie se de cuenta. Tanta realidad en los últimos tiempos me deja exhausta.
Presiento que las nubes te van a mostrar otro camino. La orilla está pobre de ojos; dispuesta a todo por nosotras y las olas espantan a quien se acerca. Mi decisión no es tan firme como tus senos. La curiosidad asalta, quedo en el aire y disfruto de tu perfume y los labios que no he pensado en besar llaman la atención irresistiblemente. Comienza a llover el cielo cargado.
La blusa se adhiere a los senos y el fetichismo regresa. El movimiento de tus pies los hace balancearse de forma graciosa. Te invito a un té caliente adorando la idea de verte sudar como la jarra. Llegamos a la casa y voy en busca de ropa seca. No descubro nada que se ajuste pero aun así me doy prisa en reaparecer con una camisa. A mi regreso descubro una figura de arcilla blanca con curvas suaves y el pelo hacia delante de espaldas a mí.
Se incorpora con una sonrisa y me enfrenta risueña. Poco a poco seco las piernas, los muslos, la cintura, los senos, la boca…Tanto temor de besarte resulta ahora ridículo. El agua hirviendo me dispara a la realidad. Persigue mis pies por toda la cocina resuelta a secar mis pensamientos. De frente, la camisa se oprime en su cuerpo. Una piel de luna llora con el calor del té. Deja a un lado el vaso y se desliza silenciosa, otra ves desnuda y comienza a acariciarse, lenta, sugerente.
Me tiendo junto a ella feliz de su travesura. Toma mi mano (al fin) la piel roza con ella. Disfruto tanto que cedo ante sus senos, incapaz ahora de no besarlos; los labios retozan lentamente y muerdo despacio las puntas duras. Sonríe, se cree suficiente para todo, ingenua. La dejo hundida en su juego. Encuentro un cordón y ato sus manos y el cuello a la cama con cierta suavidad y astucia. Queda de espaldas dejando al descubierto dos círculos redondos perfectamente suaves, parejos, nevados….
*****
Aprovecho sus pies de almohada y finjo cerrar los ojos. Ella apenas me mira pero el nerviosismo pasó a la historia. El olor es una mezcla de sudores multiplicados que llega de nuestros sexos. Me levanto y me visto. Con una mirada le pido que haga lo mismo. Extrañada obedece. Se marcha y la curiosidad va con ella.
Lilian Pérez González escribe desde Pinar del Río, Cuba.
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