Por John Mario González*
La crisis española debería servir de lección para Colombia y los países de la región que gozan del boom económico de la última década.
Si hay algo que la crisis financiera global desatada en 2008 ha dejado en evidencia es que los milagros económicos son menos frecuentes de lo publicitado y, como dice Warren Buffett, ‘solo cuando baja la marea sabes quién nadaba desnudo’.
Tal sucedió con Irlanda, otrora llamado el Tigre Celta de Europa, y que terminó siendo rescatado en noviembre de 2010, en medio de un gigantesco agujero en el sector bancario y del pinchazo de su burbuja inmobiliaria. Ahora, la España del Euro, hasta hace poco enarbolada como referencia de éxito para los países que se incorporaban a la Unión Europea, y en especial por lograr la convergencia en el nivel de renta per cápita comunitario, no ha resultado más que otro espejismo.
Atrás quedó la España que en marzo de 2003 representó José María Aznar en la Cumbre de los Azores con George Bush y Tony Blair, y que quería jugar un papel en el reordenamiento mundial.
Desde hace dos semanas España vuelve a ser la diana de los ataques de los mercados por las dudas que pueda reducir su déficit fiscal desde el 8.5 por ciento del PIB en que cerró el 2011 al 5.3 en el presente año. Los crecientes interrogantes sobre su economía han disparado la prima de riesgo soberana a niveles en los que un rescate es un escenario que ya se baraja en Bruselas, con el agravante de que por el tamaño de su economía el mecanismo sea inoperante y la fractura del Euro termine siendo inevitable.
No solo su déficit público puede llegar a un 80 por ciento del PIB este año, arrastrado por el déficit de las comunidades autónomas y las ayudas al sistema financiero, sino que la combinación de las medidas de austeridad, el empeoramiento del mercado de la propiedad raíz y la desconfianza están creando un círculo vicioso que ha conducido a la segunda recesión desde el inicio de la crisis.
La España modelo 2012 es una total paradoja con la España tan solo diez años atrás. Tal contraste debiera ser sensible para los colombianos cuando es el mismo periodo de tiempo que separa las imágenes de las decenas de miles de colombianos llegando al país ibérico en busca de una oportunidad, la misma que se tornaba más ardua porque el colectivo se asociaba con el sicariato, el narcotráfico, la prostitución y las bandas delincuenciales.
Hoy los españoles con 5.3 millones de desempleados, una tasa de paro del 23.6 por ciento y de previsiones de contracción de su economía de cerca del 2 por ciento han comenzado a emigrar, y han encontrado, como el caso de Brasil, el endurecimiento de los requisitos para su ingreso. Pero a diferencia del drama de los colombianos que llegaban a la península, gozan de buen crédito.
La crisis española debería servir de lección para Colombia y los países de la región que gozan del boom económico de la última década, para que así la repetida ovación al buen desempeño económico no soslaye la imprescindible lucha contra la corrupción, el control y mejoramiento del gasto público y obnubile las reformas estructurales necesarias para hacerlo sostenible. De lo contrario, el riesgo de que algunos países estén viviendo un espejismo puede ser alto.
Si bien las tasas de crecimiento de Colombia y los países latinoamericanos tienen fundamento en el manejo prudente de las cuentas fiscales como lección aprendida de la década de los ochenta, buena parte del mismo obedece a los altos precios de las materias primas y un auge de la inversión extranjera que es altamente volátil a los shock externos.
Independientemente de si los gobiernos de la región son populistas o no, si los países están experimentando altos niveles de violencia, si hay un esfuerzo o no de lucha contra la corrupción, el desempeño económico general de cada país es bueno o cuando menos aceptable.
Esa narrativa no deja de ser irónica y conduce a suponer necesariamente que los factores exógenos favorables al crecimiento, y por tanto de alta volatilidad, están pesando más que las propias políticas en varios países de la región.
Aunque se ha mencionado con insistencia la especie de milagro brasileño, que ha desplazado al Reino Unido como sexta potencia económica mundial, valdría la pena ser cautelosos, pues Brasil ha tenido una entrada exorbitante de capitales con una apreciación excesiva del tipo de cambio del real que ha reducido la competitividad de la industria brasileña.
El año pasado acusó uno de los crecimientos más pobres en la región, con el 2.7 por ciento y después de tener cotas durante varios años por encima del 7 por ciento. Tampoco es menor el dilema que tienen sus autoridades económicas entre luchar con una inflación que puede considerarse alta y unas tasas de interés también altas y que continúan atrayendo capitales.
El auge brasileño ha tenido por fortuna como contraprestación una reducción significativa de los niveles de pobreza, al igual que lo están haciendo otros países como Perú o desde hace varios lustros Chile, pero en otros países no solo hay un regocijo injustificado por el momento económico, sino que después de una década de crecimiento sin precedentes desde la posguerra los niveles de pobreza permanecen casi inalterados.
Colombia y los países de la región deberían tomar nota de las lecciones de España a propósito de la Cumbre de Las Américas, no vaya ser que se desaproveche el momento y se convierta en un espejismo con el consecuente drama de la migración masiva que ya se viviera a finales de los noventa o Argentina en el 2001.
*Experto en sector público y consultor internacional en Washington D.C