Foto cortesía
Por El Lector Americano
BURKE, Virginia, 19 de diciembre de 2024.- Mostrar el cuerpo desnudo; o andar con un impermeable y nada abajo y cuando pasa una persona por una esquina abrir de golpe el impermeable y ¡zas!, ahí está el cuerpo empelotas, “exhibiendo sus partes privadas”… Bien, eso hace 20, 30 o 40 años atrás se consideraba una perversión o un acto de exhibicionismo. O un exceso de exhibición en todo caso, o algo patológico y, hay que decirlo, bastante ridículo. Algo propio de aquellos tiempos represivos —¡Que no se entere mi madre y, ya que estamos en el tema, Michel Foucault!— en que un desgraciado (algo perverso, culo frío y mostrador serial) se abría la bragueta en el metro y dejaba afuera su “pirulín pirulero”. El manso escándalo, una re chifla histérica, no era nada, o ¡Ey no mires allí!
Pero ya está, el pirulín pirulero ya no asusta a nadie. Ahora son tiempos tanto que ver y también líquidos, que tal vez un hombre con impermeable, o empelotas, podría pasar como un chiste, incluso simpático. O podrían subir sus autodesnudos a la red y pronto ser comidos por la gran serpiente digital, junto con los videos de sexo playero con cámara fija del tipo culo/prima/Loly, como el último grito del erotismo casero, de esos eternos pajaritos volando… impasibles por tanto deseo reprimido.
Pero si volvemos a desandar el camino que lleva al exhibicionismo en estos últimos años, hoy por hoy cualquiera comenzaría por las redes sociales. Como esas más edificantes postales de estos días fatuos, sepan que alguna imagen quedará sin dudas a tiro de piedra de los muchachos saqueadores “exhibiendo” sus botines por Facebook. Pero para eso tenemos la justicia, y varias causas judiciales que se mueven por la vereda judicial. No así las fotos presuntamente robadas que aparecen como fotos domésticas que se suben a Facebook, esas no, esas se consideran huellas que solo autoinculparían a los mostradores sociales.
Pero si se quiere ser más morboso, es bueno ir atrás en el tiempo, tras la muerte de un famoso de la farándula regional cono sur latinoamericano, se generó un repaso por uno de sus rasgos más notorios del personaje: el de exhibir y exhibirse de forma permanente, despojado, a la vez, porque el tipo era “una diva” del cachondeo. Pocos días después de su muerte, las dos revistas de la farándula nativa exhibieron tapas donde parte de sus allegados y sus hijos aparecieron mostrados de manera llamativa, a punto tal que hubieron posteriores pedidos de disculpas a la familia del susodicho. Era muy fuerte, aun para los tiempos que corren.
Antes de las redes y del paradigma del tipo Kim Kardashian People, hace años la corriente central de la exhibición fueron los realities de la TV, abierta o por cable, cuya esencia era mostrar —con el consentimiento del participante— su vida y partes privadas. ¡Los debates de hace años acerca de la invasión a la privacidad, el neofascismo del ojo del Gran Hermano! Pero ahora las cosas cambiaron, hacen fila para mostrarse, y si no aprueban el casting, ellos mismos se suben a la red.
Estos son los tiempos que corren. Y cuidado con criticar a las nuevas-tecnologías-de-la-comunicación, porque serán enviados de inmediato a la papelera de reciclaje. Es curioso: queda bien hacerse el intelectualoide y criticar a la televisión por vulgar, bizarra y sexista. Y hasta está bueno no ver televisión. Pero de las redes y su mundo no se puede decir ni pío. Ni siquiera se puede denunciar que los videos más empelotas de YouTube se cortan. Nada de nada. Me gusta. Solo dedos para arriba. Y el/la narcisista de turno que yo conozco sube trescientas veinte fotos de su aburrida vida tomando café en el balcón de su mono ambiente, o de su viaje a Cancún y todos le hacen un aplauso de foca: qué divino, qué bueno estar ahí, qué fotos tan espectaculares y… ¡que viva la pepa!
Ya no se trata de un exhibicionismo patológico de impermeable furtivo sino de un narcisismo sin ancla ni centro, sin eje, un narcisismo que, a diferencia de Narciso, que se autocalentaba mirándose a sí mismo, o a su reflejo en el agua (goloso/gozoso), se muestra, se exhibe como buscando consensos entre quienes lo vemos. Un narcisismo pedorro y un poco pito flojo a pesar de parecer tan pito duro. Nos grabamos y después, de alguna manera, manoteamos nuestra intimidad hasta que de tanto darle e insistir lo logramos: y llegamos a la esfera pública. […].
Pero no todo tuje es malo. Hay algo enormemente positivo en estos años de mírame y no me toques, del reality en la red social. Y es que hay una visibilidad política innegable, transversal, diversificada y democratizadora. Hay un quiebre con ese horrible concepto de vida privada, como si alguien se la hubiera apropiado, y de ese viejo pudor, al final es considerado una marca del clasismo arcaico.
Debemos mirar hacia atrás y revisar si era positivo hacer un culto de la vida privada, reivindicada como un derecho a que los censores no nos vigilen. (Dejar que imaginen lo que estábamos haciendo en nuestra vida privada.) Y si no hay que revisar nada, debemos aceptar que todo cambió.
Lo que, dicho sin ironía, es de lamentar, algo que está en vías de extinción, es el fin del rincón afectivo y entrañable que siempre hubo entre la realidad de la vida pública y la privada: la intimidad. Esos maravillosos e irrepetibles momentos de cuerpos abrazados sin palabras mientras el sol entra por la ventana… Gestos que nadie más debería ver, susurros que sólo tienen un destinatario. Imágenes que sólo deben guardarse en la memoria más íntima. Esas postales no deberían jamás ser manoseadas, ni subidos, ni bajados. Todos acariciamos esa intimidad, una o varias veces. Todos deberíamos ser los guardianes de algunas formas de la vida secreta y profunda, la propia, la de unos y los otros.
Y otra vez, un día, quedarte tan absorto para que tomes notas de los fragmentos que te pegaron bien, los más reconocibles. Los más íntimos, que a su debido tiempo descubrirás que al final estábamos todos en la misma, porque la vida privada marca, y desde allí proceden los parámetros de la personalidad adulta en estos tiempos líquidos.