Por Daniel de Cullá
Colette Calascione
Antes de entrar en una tasca, me detengo en Marchena, junto a la portada del antiguo palacio de los duques de Osuna, que hermosea los jardines del Alcazar de Sevilla. Ahí, junto a la puerta, está sentado Marcos, heresiarca del siglo II, quien estableció en vez de la Trinidad una Cuaternidad (padre, hijo, espíritu y mollete). Mollete: torta delgada de harina con ajonjolí. Cual la Sosa de Mollete, reyente, que ríe, Marcos se parecía a la momia de los Quechuas, y al papahuevos, esa especie de gigantón que se saca en las procesiones, y hacía momos para hacer reír, y cantaba cual mocita de coro parroquial:
“Soy la Sosa de Mollete
Y si usted no quiere mi gollete
Venga acá y tóqueme el ojete”. (Ojete: agujero redondo que se abre en las telas o cueros para enganchar o abrochar).
Me río. Nos reímos. Y entro en la cantina de Embid, un ignorante que llegó tarde a una batalla ganada a los moros de Granada.
Frente a la dilatación candente de la extremidad del pabilo de una vela encendida, y que se iba cuajando a lo largo de ella, un clérigo comía un palomino, y un joven peregrino, que iba hacia Madrid, para ver a Alejandro I, papa “mareador”, que cambia moneda falsa por buena, quien no conocía al rey por la moneda, pues era pobre, le rogaba que le admitiese entrar en partes. Al clérigo, taimado y fino bellaco, le colgaba una carnosidad roja como la del pavo que tiene pendiente de la cabeza; pero a él, de abajo. El capellán sabía mucho, y no se excusó. El peregrino comió su parte y después dijo:
Tan bien he comido yo casi al olorete (el comió únicamente las dos patitas), como vos al saborete, ¿eh?
Dijo el capellán:
Si, es así, pagad vuestra parte, y le llevo la mano al moco de pavo, continuando: a fuer de Potro, tú un maravedí y yo otro. El potro es en Córdoba un caño en forma de potro que echa agua por la boca y da nombre a la plazuela y barrio donde está.
Con esto, el peregrino le besó en los labios y estuvo jugando al santo mocarro, mientras se decía a sí mismo: “esta es la pasión según san Epipodio, mecagüenla”; y el clérigo le repetía al oído:
Yo soy como Diosdado que amó a su clero y a su rebaño.
Un Margaropo, cierto ácaro parásito del buey y del caballo revoloteó por entre la llama de la vela.
La dueña de la cantina, esposa de Embid, al verlo, pensó que era un espíritu santo y gritó un “dios, nos guarde”, prosiguiendo: “Este año será seco en extremo, se secarán las fuentes en el verano; el Guadalquivir casi no correrá y no molerán las aceñas, y habrá carestía de pan y de trabajo”.
Pero se equivocó, pues hubo mucho trueno y pedrisco, y llegó el Diluvio, y no tuvieron que salir los boyeros a pedir agua para yerba y buen tempero. Y Noé se fue al carajo. Mientras, a Marcos se le oía: “Arribaos, torgado, que tras la cuesta está lo llano; tú, que no puedes, llévame a cuestas; para las cuestas arriba quiero mi mulo, que las cuestas abajo yo me las subo”.
Daniel de Cullá escribe desde Burgos, España