Las culturas precolombinas tenían distintos grados de desarrollo al momento de ser brutalmente impactadas por los europeos que llegan a tierras americanas para el siglo XVI. Ese desarrollo se evidenciaba en los más diversos aspectos; obviamente, también en la música.
Los aerófonos y las percusiones fueron los instrumentos mayormente usados por todas las culturas indígenas de América. En casi todo lo que hoy día constituye Estados Unidos y Canadá, la música fue acompañada de percusiones monofónicas, y comparativamente con los pueblos que se encontraban en Centro y Sudamérica, era menos compleja.
Se cree que en el centro de México y Centroamérica la música fue hecha a partir de escalas pentafónicas. Del Norte quedan muy pocas evidencias, y lo que hoy día pudo reconstruirse nos presenta un desarrollo musical no muy especializado, más bien monocorde, centrada en buena medida en importantes elementos rítmicos.
Se suele considerar que antes de la llegada de los europeos, la música era inseparable de las festividades religiosas, festividades que incluían una gran variedad de instrumentos de viento y percusión como tambores, flautas, conchas de caracol (usados como trompeta) y tubos de lluvia.
En cuanto a los instrumentos cordados, algunos grupos llegaron a emplearlos utilizando elementos naturales (frutos y troncos ahuecados) e incluso la cavidad bucal como caja de resonancia; usualmente no se emplearon sino dos o tres cuerdas tensadas sobre algún arco, mismas que eran punteadas, con o sin plectro, sin formar lo que en Occidente se conoce como armonía.
En general se puede decir que no se tiene una idea precisa de cómo pudo haber sido aquella música, puesto que no se preservan documentos con notación musical; sin embargo algunos cronistas españoles, los misioneros, señalan que las percusiones servían como medios de comunicación y narran que fue tal su sonoridad al llegar que los espantaba. Los numerosos pueblos que habitaban América del Norte no habían desarrollado cordófonos.
Después de la entrada de los españoles, el proceso de conquista espiritual se vio favorecido, entre otras cosas, por el servicio musical litúrgico al que se integró a los indígenas cuyas dotes musicales llegaron a sorprender a los misioneros. Fueron de tal magnitud las dotes musicales de los indígenas que pronto aprendieron las reglas del contrapunto y la polifonía e incluso el manejo virtuoso de los instrumentos, ello ayudó a que no fuesen solicitados más músicos traídos de España, lo cual molestaba significativamente al clero.
La solución que se planteó fue no emplear sino a cierto número de “naturales” en el servicio musical, no enseñarles contrapunto, no permitirles tocar ciertos instrumentos (alientos metales, por ejemplo, en Oaxaca, México) y, por último, no importar más instrumentos para que los indígenas no tuviesen acceso a ellos. Esto último no fue óbice para el goce musical de los indígenas, quienes experimentaron la construcción de instrumentos, particularmente de cuerdas frotadas (violines y contrabajos) o punteadas (tercerolas), es allí donde podemos encontrar el origen de la ahora llamada música tradicional, cuyos instrumentos poseen una afinación propia y una estructura típicamente occidental.
En lo que concierne a la música de los pueblos norteamericanos (navajos, sioux, apaches, cherokees, cheyennes, iroqueses, black feet, etc.), habitando hoy todos ellos “reservas”, es decir, cotos cerrados donde los europeos los confinaron, encontramos en la actualidad desarrollos relativos. Los años de colonia, aislamiento y segregación no permitieron que el arte musical siguiera perfeccionándose. El producto musical que nos ofrecen presenta melodías relativamente sencillas, importando especialmente el trabajo rítmico.