Foto Yanko Farias
Por El Lector Americano
BURKE, Virginia, 23 de diciembre de 2024.- Por un lado está la Navidad real (regalos y emoción infantil y el Gordo Noel) y por otro lado está el espíritu navideño (el nacimiento de Jesús y Los Reyes Magos). El problema es que para mucha gente —un montón de gente— la Navidad es la real y el espíritu navideño es el relato abstracto. Y así nos va: se opta por creer en lo más fácil de creer (en estrellas fugaces y luces de colores) y no se invoca aquello que haría la realidad algo mucho más agradable. Pues bien: nos quieren convencer de que Papá Noel trabaja tanto esa noche del 24; pero a nadie le interesa recordar que los elfos y renos se matan en la línea de montaje y el reparto los 365 días del año real.
Llamadas telefónicas. Recibo un mensaje y una fotografía por celular. El mensaje me lo envía un amigo. Y el mensaje dice: “¿No sabes lo que me pasó? […] El arbolito de Navidad de casa se cayó. ¿Será esto un buen o un mal augurio?”. Y me cuenta que sus niños lloraron a raudales. Por supuesto, no me corresponde a mi criticar, pero que mi amigo se haya tomado la molestia de tomar una foto del árbol caído, antes que nada, me dice que es un hecho más fotográfico un árbol en el suelo que el llanto de sus niños. Pero a mi amigo esto no parece preocuparle demasiado. Y por el espíritu navideño prefiero a partir de ahora, hacerme el indiferente con este evento. Pero ya es tarde, porque en mi casa también se desplomó el árbol de Navidad el año pasado. Y ese recuerdo me pegó mal. Sentí un ataque directo a mi espíritu navideño. Y tiré sal por el hombro tres veces, porque yo nunca dudo de las cábalas, y menos si se debate el espíritu navideño.
Brillante en el cielo. Dicen que el espíritu navideño está compuesto, y reformulado, por las luces de Navidad y el milagro judío/cristiano del nacimiento de un niño refugiado. Después por los regalos, la familia, la comida en abundancia, y una alta dosis de melancolía. Y todos esos factores y elementos ayudan para cubrir, espiritual y navideñamente, todo lo que esté pasando. También todo lo que se arrastra a lo largo del año, y lo que quisieras pasar a retiro para colgarlo en el arbolito navideño. Pero a veces eso no se puede. Porque estas fechas implica recordar nuestra propia niñez. Así que para pasar estos días —en mi caso— me lleno de luces: me enciendo de decoraciones adentro de casa, al frente, atrás, y al costado y me consumo toda la electricidad que ahorré en el año. También me olvido de la huella ecológica, y los bosques del Amazonas y de María la húmeda, que se ponía lamparitas de color rojo, sí… allí mismo. Y después de muchos años sigo sin entender que eso no tenía nada de malo… Y no olvido la reprimenda del sacerdote de mi viejo barrio, algo opaco y represivo, que sacando pecho en la Misa del Gallo y poniendo rictus persecutorio, decía que no se puede “arreglar un error libidinoso con un disparate”.
Y yo, cuarenta años después supe cómo iba terminar la cosa: viviríamos en penitencia hasta el final de nuestros días. Y así todos felices, y todo se ponía muy Viejo Testamento, porque el Nuevo Testamento llegó tarde, a como lo conocemos hoy. Y, por lo que entiendo, mientras unos y otros se acusaban, de quién es más o menos creyente, y todo se resolvía yendo a un confesionario y mentir diciendo que uno creía mucho. Una buena nueva, y para muchos otros una pésima noticia, cuando se te empiezan a aparecer ideas raras: ¿No fue seducida la Virgen María con los mismos modales con que Zeus —unos siglos antes— bajaba a la Tierra a hacer de las suyas entre las jóvenes vírgenes? ¿Y por qué hay tantas historias y revisiones sobre las figuras de Jesús y María y Judas, y nada sobre el pobre José, el santo patrón de los padrastros?
El oro y el barro. Después de tanta reflexión desconfío de todo. Miro y trato de oír de reojo a mi esposa, cuchicheando en su celular y me pregunto con quién hablará y por qué se ríe tanto. Después veo en la TV-Española, la transmisión del Gordo de la Lotería Nacional de Navidad (que no se ha vendido tanto), y en un rato alguien será millonario y mañana, en la tele, todos dándole al copete y gritando como poseídos por el Dios dinero. Y a comer como condenados a muerte, por supuesto. Y se echan campanitas al vuelo porque se ha informado de un ligero incremento en el consumo alimentario en estas fechas voraces en todo sentido. Pero me pregunto si no se gastará más en comida porque se gasta menos en regalos; o si no es que se come más porque se regala menos y que la gente no se estará comiendo —metafóricamente— calzones, portaligas, y calzones de nuevo. Lo que sé es que se come cualquier cosa menos los teléfonos celulares; porque estos aparatos son sagrados, sobre todo si es iPhone, es parte de la familia, es el amigo que siempre quisimos tener.
Un sueño raro con final feliz. Recién me acordé que me falta algo y salgo al Walmart a buscarlo, y hace mucho frío, y tiemblo más que un postre de gelatina y me acuerdo de lo que soñé ayer. En ese sueño, el Papa Francisco salía al balcón de San Pedro para anunciar —con acento argentino— que “Dios no existe”. Y añadía que Dios no es otra cosa que una cadena de pensamientos instalados en cada uno de nosotros. Que los hombres crearon a Dios para que Dios los cree a ellos mismos. Que Él no es otra cosa que cientos de piezas de un lego que a todos y cada uno de nosotros nos toca armar.
Después desperté —alegría— y me entero que los bancos de alimentos rompieron un record histórico, en su recaudación de comida en el mundo para los refugiados palestinos y sirios, que tanto se parecen al niño Jesús. Lo que tal vez signifique que, sí, Dios existe.
Solo en las películas. Como a mí me gusta el cine, hace unos días me puse a ver La grande bellezza de Paolo Sorrentino y volví contento a mi presente. Me fui al baño de casa y me miré al espejo, y sonreí. De acuerdo, sí, mi felicidad era por comprobar los efectos residuales y benéficos del buen cine de Sorrentino. Y, allí, en esta gran película pude comprobar el gran momento de un cineasta mago, que hace desaparecer un elefante frente a todos. Y me di cuenta que muchas veces lo que despierta más admiración y “pathos” en uno, no es que alguien pueda hacer desaparecer de verdad un elefante, sino que se le haya ocurrido el truco y la trampa para que parezca que todo fue hecho, sí, por arte de magia…
Esto es el milagro. Lo que me lleva de nuevo a mirar de lejos esto de las religiones institucionalizadas y la gestión privada de las iglesias cristianas aquí en Virginia. De creer porque sí, aún cuando sabes que tus pastores se comen a las ovejas. Y me viene una derrama de fraternidad, totalmente cristiana. Y entonces —cambiando de tema, pero sin cambiar de frecuencia— desearles a todos un gran “Felicidades”. Así de simple, sin ser dueño de nada ni tener derechos de autor. Así no más. A secas.
Felices navidades al pueblo sideral del Mundo virtual. Porque al final la gente está desesperada buscando su identidad y la fe; y la identidad y la fe no se busca, se trasciende…