Por Guillermo Henao
De aquel joven como yo, pero entusiasta y dicharachero,
con quien hablé en tres o cuatro ocasiones.
En una de ella me pidió acompañarlo a la montaña
-bus de escalera, ásperos caminos de herradura
sin herradura, a lomo de zapato-
para visitar a un pariente enfermo.
Desahuciado, concluyeron.
Después estuvo enredado -el joven-
con sindicatos dudosos, patronales,
más tarde como funcionario de trabajadores.
Dos o tres veces por año lo veo detrás de su ventana,
quizás en el umbral de su puerta,
porque es vecino de familiares que frecuento.
Nos saludamos de lejos, con las fórmulas de usanza, pero
su tono se ha vuelto parco y quedo.
Su mujer es callada y de edad. Y sus hijas,
adolescentes sin ánimo.
Pienso que si cada domingo pasara por allí
vería siempre a la ventana a él, no a su mujer.
Guillermo Henao escribe desde Medellín, Colombia.