Por Beatriz Paganini
Estoy paralizada, viendo, con horror y angustia, como cae sobre tu hombro, ese medio miembro destrozado.
En simultáneo, las distintas partes mutiladas van cayendo sobre la mano de tu padre y sigo viendo, con angustia, a tu hermano, quién también recibe, justamente, esta vez sobre su cabeza, otro pedazo del desintegrado cadavérico.
Aunque, ahora no es materia sólida, es un líquido blancuzco, viscoso, que le mancha todo su rostro.
Cierro los ojos pensando que, al cerrarlos, no sentiré el dolor lacerante en todo mi lado izquierdo. Y que, por arte de magia, toda esta pesadilla acabará. Al mismo tiempo respiro muy lento para que no lo sea tan punzante.
¡En vano!
El dolor sigue presente.
Entonces, vuelvo a abrir los ojos a la vez que me llevo la mano izquierda a la cintura y me aprieto fuerte. Siento algo de alivio pero tengo que estar prácticamente inmóvil, porque de lo contrario el dolor es más intenso.
Al mismo tiempo, no obstante mi inmovilidad, constato que mi cabeza está apoyada sobre la tuya en un tierno semi-abrazo pero eso sólo aumenta mi tristeza dada mi imposibilidad de movimiento.
Siento que me descompongo, porque el dolor es lacerante.
Otra vez cierro los ojos y otra vez los abro para constatar, que en ese momento brazos, cuellos, caras y piernas de cada uno de nosotros se van salpicando.
Ahora, el brazo izquierdo de tu marido se está oscureciendo con esos detritus que llegan a su muñeca y manchan por completo el reloj y toda su mano. Con gesto decidido aprieta contra sí, el bolso con los documentos, pasaportes y dólares.
Tu hermano, que participó ese día, a última hora, para llegar al aeroparque a despedirte, está pagando el mismo precio: sangre y pedazos repartidos siniestramente.
¿Por qué en ese momento borré la realidad presente y la solerita a lunares que tenés puesta (ahora manchada con sangre) me hizo retroceder al día que te probaste una parecida?
Vos tenías quince años y yo la había armado sólo con hilvanes y alfileres .Recuerdo que la cosí a mano, con punto atrás, porque la máquina se había descompuesto y vos tenías una representación en tu “teatro independiente”
¿Estaré loca?
¡Francamente!
¡Acordarme de ese detalle, justo ahora!
Aunque, en realidad es “justo ahora” que el recuerdo, por oposición, venga a mi mente.
Y no viene sola.
Viene con la imagen y la voz de mi profesor de psicología, el doctor Torcuato Eugenio Zamora diciendo:
El recuerdo viene a la mente por CUATRO momentos vivenciales:
SEMEJANZA,
SIMULTANEIDAD,
CONTINUACIÓN SECUENCIAL
OPOSICIÓN.
Exacto, aquellos días fueron felices, alegres y ahora todos estamos sacudidos por un imprevisto sangriento.
Trato de pensar que si cambiara de posición y me corriera con lentitud, sigilosamente, apoyando, a la vez, mi pierna derecha que está suspendida, doblada en el aire, exigiéndole todo el esfuerzo a la izquierda, quizás yo podría…
Resuelta, tiro el zapato que aún tenía en mi mano derecha y lentamente, muy lentamente, me apoyo con las dos piernas.
Pasan unos segundos.
El dolor cede.
El calambre sólo ha sido la respuesta de los músculos de mi cuerpo por doblar la pierna izquierda con brusquedad, agacharme , tomar el zapato y, otra vez, erguirme rauda para matar a la monstruosa araña que caminaba sobre la pared donde estaba nuestro retrato.
Me calzo.
Me acerco a la foto donde estábamos aquel 7 de enero, los cinco, en EZEIZA, la tarde que te ibas con tu marido a tu casa tan lejana.
Está manchada, toda cubierta y tapada con sangre y pedazos de miembros peludos.
Aliviada, camino con dificultad y voy a buscar una esponja y detergente.
Me pongo a limpiar el vidrio hasta que queda brillante.
¡Ahora sí!
Se ven los cinco posando, sonriendo felices, (incluida yo) un 7 de enero en la última foto de fin de año, que mi prima Clyde nos sacó en Buenos Aires, el día que vos y tu marido partían desde el aeroparque de Ezeiza.
Beatriz Paganini escribe desde Santa Fe, Argentina.