Señora con “nadie”

Por Carlos Alberto Parodíz Márquez

Yon hojeó el diario, por sobre mi hombro izquierdo y se detuvo, perplejo, en la fotografía de la pareja que aparecía en la página política nacional del matutino. Se rascó, en ese orden, primero la barbilla que lucía rasurada, lo que aumentó mi aprehensión y luego el remolino todavía dorado de la nuca. Cuando el vasco luce ese gesto, me quiere decir algo que no se atreve. Lo distendí.

Cecilia me devolvió el libro, dije como tratando de desviar su atención, fijarla en bueyes, perdón por la confusión del sexo, tal vez una buena excusa para que recordara aquellos ojos grises que lo perturbaran cierta vez.

Cuando una mujer devuelve libros hay que comenzar a respetarla, acotó en tono quedo, sin apartar la mirada de las imágenes. Insistí, vanamente como siempre, en mi estrategia disuasiva.

Tardó bastante en pasar la prueba de la distancia y el olvido, abundé, intentando llevarlo a un territorio más amable, pensé, sin saber muy bien porqué. Pero la fijación lo había desbordado. Y cuando eso ocurre, con un vasco, no hay Dios que lo aparte del rumbo de su pensamiento.

Quiero decir que la confianza se gana, a veces lentamente, pero se gana. No siempre es instintiva y esa cuota está ahora a tu cargo, me retrucó siempre en el mismo tono. Hoy, a siete años de ese descubrimiento del 2004 tembloroso por lo recién nacido su realidad está en la penumbra.

Pensé en el fuego, cuando estalla furioso y la sinfonía de naranjas, amarillos y rojos, mimetizan tonos de la noche, como los del reciente incendio, que pude ver nacer, crecer, desarrollarse y morir en diez minutos.

No obstante, mi persistencia en distraerlo, respondía más a oscuras percepciones vinculadas sobre como contar, lo que seguramente me contaría. Porque cuando me cuenta o bien me hace contar por un tercero, como en este caso, imaginé, las historias privadas pasan a ser públicas. Y aquí me deja solo como Bush en Irak, para afrontar las consecuencias, por más cuento que se cuente y de la forma en que se lo cuente.

Vos siempre podés decir las cosas de forma diferente y todos se confunden ya que la complicidad de tus lectores, tiene origen en causas diferentes; una misma historia reúne miradas distintas.

Cuando me lo dijo, lo miré guardando silencio, que es lo mejor que guardo, en realidad lo único que tengo para guardar, sin olvidar cierto grado de inocencia del que no me puedo curar.

En eso de creerle y pensar no destiné esfuerzos a cambiar de página, por lo tanto la pareja, preocupada y ocupada, seguía mirándonos desde su base de papel.

Sentí que no tenía más remedio que preguntar, cosas de este oficio maldito.

En realidad lo hice porque el parque sevillano se prestaba, las rosas estallaban moradas y veteadas de blanco, para decorar el Rutini helado que se venía, las copas rojas donde descansaría el vino a cubierto de vientos y tormentas para aguardar, entre otras cosas, las mollejas regadas con perejil y ajo, como me gustan y él provee, sumando corruptelas, para que me enganche.

¿A quien esperamos?, dije sin animosidad pero me pareció que la parrilla estaba a punto, y eso creo, es lo único que no debe esperar.

A Diego, que me va confirmar si estos de la foto están como se dice que están.

¿Y como se dice que están?, repregunté, mientras la puerta de vidrios blancos y esmerilados era sacudida por el temperamento de Diego, con anteojos montados sobre su naríz afilada y a los que suele empujar contra la frente, cuando supone se deslizan con intención de abandonarlo.

No me contestó el vasco si Diego, torrencial como siempre y alguna vez fiel escudero de la mujer pública -por lo de la vida política, claro-y que lucía un tanto agitado.

Cada uno hace su vida, fue el escueto pero no cauto comentario de Diego. Casi se me cae la mandíbula, porque no hace mucho leí una reflexión de ella ponderando los años de relación y las bondades del cónyuge. Pero la vida te da sorpresas, diría Fontova, que me cae bien, porque es negro como yo.

Diego bebió de un trago la primera copa que encontró a su paso y pareció no haber catado bien por lo tanto se hizo de las otras dos a las que liquidó de igual forma. Lo que se dice un hombre sediento, pero no de noticias.

Se le ablandó algo la lengua pero no es del todo prudente reproducir algunas cosas.

¿Y con quien sale ella?, deslizó el vasco como al descuido y con el tacto de un tanque sobre un jardín de margaritas.

Con “nadie”, pero tan joven como alguno de sus hijos, más o menos, -para no exagerar, me imagino -, va a hacer carrera en la política ese chico, dijo y su tono ya era ligeramente metalizado. Yo miraba la mirada casi soñadora de la dama y no daba crédito, menos débito, al comentario.

¿Y él?, añadió al descuido Yon, mientras yo procuraba cerrar la boca.

Bien. Chocho porque la vida, a esta altura, le regaló 24 primaveras con forma de mujer y como suele andar de viaje, todo parece deslizarse bien, agregó mordiendo las palabras y una de las 14 mollejas que atacó sin piedad, seguro que su confesión era casi un desahogo.

¿Como se entiende entonces esa sociedad?, ironizó Eibar, portador de apellido vasco y de nombre Yon, triunfal por el dato transferido.

Todo está acordado. Cada cual cuida su territorio. El controla desde afuera, le queda cómodo y es lo que mejor sabe hacer y ella estudia sus cartas, en grata compañía, por supuesto.

Ahí fue cuando me di cuenta que el hombre sangraba por la herida. Hay muchos que, como él, van a quedar afuera de los negocios políticos, si las cuestiones de la pareja se complican.

Finalmente, ¿“Nadie”, está firme al lado de ella?

Hasta ahora jamón del medio, dijo Diego con la boca llena y reparando en la foto del diario, que casi lo hizo atragantar.

Eran otros tiempos y otro país, se le ocurrió decir, como para zafar.

Yo, en silencio, dudé como siempre de los tiempos del país y de esta gente que acomoda la vida cuando la puerta se entorna. Pero ellos siguen en carrera seguros que, como dijo un “pensador” textual, están condenados al éxito.

Brindé en silencio, por mí, esta vez y cerré los ojos. La mujer dorada era una espuma en el espejo.

Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina. ARGENPRESS.Info

 

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