Por Marcos Winocur
Vamos y venimos de un lugar a otro y, sin embargo, no nos hemos movido del mismo sitio: el universo. ¿Cómo expreso esa percepción? Con esta leyenda: “Todo es uno”, principio ya presente en las antiguas creencias religiosas orientales y en los filósofos presocráticos. Cuerpo y alma, uno, los dioses y los hombres, uno, energía y materia, uno.
Uno somos con la arquitecta abeja, uno con nuestro perro mascota. Alguna vez nos enseñaron que el instinto es característico del animal y la razón propia del hombre, llegándose a oponerlos entre sí. Pues no, ambos son uno, sin cesar puestos a prueba: la capacidad para adaptarse a los cambios, esto es, dicho en otras palabras: elaboración de las estrategias para sobrevivir, de eso se trata cuando se apela al instinto animal o a la razón humana.
No siempre las estrategias son deliberadas, sino que recogen la información existente en bodega gracias a la inercia del pensamiento científico, que funciona aun sin demanda. Fue puesto en marcha con la famosa manzana endiablada que comieron Eva y Adán y desde entonces es “el rayo que no cesa”. Conocer, conocer, conocer y de pronto, a mediados del siglo XX, se pone a punto una fuente de energía como nunca antes vista, la nuclear.
Ahora sabemos para quien trabajaban Rutherford, Becquerel, Roentgen, cuando investigaron el microcosmos hasta dar con un modelo de átomo. De ellos a Fermi, que obtiene la reacción en cadena. Así, partiendo del gran aporte teórico en el siglo XIX a la resolución práctica en el siglo XX, resultado: la energía nuclear puesta en manos del hombre. Sirve para la paz, sirve para la guerra. Es contaminante.
Un peligro eventual, la caída de un cuerpo extraño venido del espacio exterior, podría neutralizarse con un certero disparo desde la Tierra. Energía nuclear aunada a cohetería pueden salvarnos o borrarnos de la faz del planeta. Declarar el holocausto o protegernos del holocausto venido del espacio exterior, todo uno, la misma caja de Pandora.
Un cambio a la orden del día: se agotan petróleo y carbón, se ha creado la necesidad de contar con una fuente alterna de energía, de preferencia renovable. Otro cambio: se obtiene, pero es sucia, radioactiva. El problema de la energía sigue en pie aun cuando ya se manejan las fuentes de origen vegetal.
De todos modos, la investigación y las tecnologías nos han dejado “by the way” un par de regalitos: la bomba apuntando desde plataformas de lanzamiento, abriendo la posibilidad de suicidio colectivo de la humanidad. Y nos han dejado el arma de defensa contra aerolitos, meteoritos, cometas y demás objetos cósmicos que osen tomarnos de tiro al blanco.
Así, palos de ciego. El hombre, de operador del cambio pasa a objeto cambiado. Es la interacción. En fin, resulta vital encontrar respuestas cuando todavía nos debemos a Mamacita Naturaleza con sus erupciones volcánicas y terremotos incontrolados, con sus sequías e inundaciones, meteoritos y cometas. Y la gran dependencia orgánica: Mamacita Naturaleza sigue siendo la materia prima de nuestros cuerpos, fuente de los alimentos y del oxígeno para respirar del agua.
En fin, todo. Y no salimos ni saldremos de nuestro estado de lactantes, Mamacita Naturaleza siempre llevará un as escondido en la manga, rotulado como “lo desconocido”. Porque en todo somos uno con ella, menos para sus trampitas.
Erwin Schrödinger, uno de los físicos geniales del siglo XX, comenta: “Einstein nos dice que la energía es masa y la masa es energía, que ambas son una sola y misma cosa” (Nuestro concepto de la materia). Y el propio Einstein: “Lo que impresiona nuestros sentidos como materia es en realidad una gran concentración de energía en un espacio relativamente limitado” (La Física, aventura del pensamiento, escrito en colaboración con Infeld).
Así, la energía reina por doquier. Pero en algún momento se hace nudos, y pasa a ser llamada masa. Si se trata de la acción gravitatoria ejercida por la Tierra sobre los objetos, lleva por nombre el de “peso”.
Una micropreguntitita: ¿a qué viene todo esto, estas disquisiciones sobre la inmortalidad del cangrejo, que probablemente estén equivocadas? La neta, no lo sé. Vamos y venimos sobre el texto como el hombre lo hace sobre la Tierra. Bueno, esto aclarado, prosigamos con el microcosmos.
Para tener una idea de lo que es, al menos una microidea, nada mejor que cultivar una cierta empatía hacia el electrón, la partícula de carga eléctrica negativa del átomo. Vean lo que pesa: un quintillón de veces menos que un kilogramo. Es decir, un kilogramo dividido en un millón de partes iguales, luego tomar una de ellas y dividirla nuevamente en un millón, y así hasta completar cinco veces.
No sé cómo le hacen los físicos para pesar un electrón, así nos informan sin dar explicaciones de procedimiento. Un mundo donde “la pequeñez es lo más grande que hay” al punto que el electrón pierde significado en términos de peso y, según la índole del experimento, se presenta como partícula o como onda, desconcertando a los lógicos terrícolas. ¡Qué mala onda!
Bueno, ya me cansé con esto del micromicro, vamos a otro lado.
Y si dejamos los dominios de la Física, en cuanto se lanza una mirada curiosa al suelo que pisamos, aparecen las sorpresas: hay hormigas que esclavizan a otras más débiles y las obligan a trabajar a cambio del sustento. Y nosotros creíamos que ésta era una institución típicamente humana… Otras hormigas mantienen en sus viviendas a rebaños de animalitos de los cuales extraen una sustancia nutritiva.
Y nosotros creíamos que la domesticación de plantas y animales había sido un gran salto característico de la especie humana que así pasaba de nómada a sedentaria… Sin contar que hormigas, abejas y demás sociedades de insectos han desarrollado la división del trabajo, donde unos son obreros, otros soldados, presidiendo la gran reina madre que a todos engendra.
Es cierto que estas capacidades cobran otro sentido en el contexto hombre y lo llevan hacia delante, como eslabón de una cadena de transformaciones, mientras que las sociedades de insectos aparecen detenidas en la evolución. Pero, aun así, nosotros, más jóvenes y veloces, no llegamos a distinguirnos de otras especies animales en rasgos de primer orden, como se ha ejemplificado. Y qué decir de Pulga, nuestra perrita, y Lulú, la del vecino.
Viven peleando pues se disputan el territorio de un jardín común a las dos casas. Pero de inmediato interrumpen sus pleitos domésticos si aparece un extraño queriendo entrar al condominio y se despliegan en posición de combate, dando furiosos ladridos. Verdaderamente, una lección de política y estrategia militar, sin necesidad de plantearse el enunciado teórico: de cómo las contradicciones internas dejan lugar a las externas en presencia del enemigo común.
Podríamos aprender, bien inestable resulta la famosa racionalidad humana, En determinadas condiciones históricas, se suele romper: es cuando perdemos los controles y tanto salimos a la calle armados y decididos a matar a quien se cruce, como colectivamente nos dejamos seducir por el nazismo, tal cual le sucediera al pueblo alemán en los años treinta y cuarenta.
Joseph Goebbels, Ministro de Instrucción Pública y Propaganda del Tercer Reich, fue el más fiel colaborador de Adolfo Hitler; aquél, su mujer y sus hijos siguieron al Führer en el acto final del suicidio. Pues bien, Goebbels hizo célebre esta frase: “Cuando oigo la palabra cultura, echo mano del revólver”. Y esta otra: “No importa que sea verdadero o falso, lo que vale es repetirlo muchas veces hasta que lo crean”. Aquí está claro cómo caduca la razón reflexiva.
Varios siglos han transcurrido desde que Shakespeare dijera “¡arriba el telón!” y los mortales de hoy seguimos siendo hamlets, otelos, yagos, romeos, julietas, hijos del rey Lear, macbeths: la evolución histórica no nos ha quitado las pasiones. Tal vez lo haga en el siglo XXI. De todos modos, la venda ha caído de los ojos. Más de siglo y medio ha transcurrido desde que Darwin lo revelara : somos una especie animal descendiente de otras, una especie sumergida en el movimiento general de la evolución. Y algo menos de tiempo ha transcurrido desde que Freud tomara por asalto la mente humana.
Si queremos un fresco del hombre de hoy, ahí están, coloridas, las treinta y siete obras teatrales de Shakespeare. Y si buscamos respuestas al “conócete a ti mismo” que Sócrates tomara del templo de Delfos para hacerlo divisa, ahí está Freud, más de dos y medio milenios después, dando cuenta de cómo interaccionan las subjetividades, esa Etología para la especie humana, cuyos orígenes son anticipados por Lamarck, Darwin, Wallace.
Vamos y venimos de un lugar a otro. Concluimos que todo es uno. Es la concepción unitaria del espacio. Pero acabamos de introducir la evolución de las especies, segmento que culmina en nosotros y por ahora la evolución de la materia. Es decir, a la vez que todo cambia, todo permanece. En ese sentido todo es uno, y a la vez todo es siempre.
Y seguimos adelante a pesar de permanecer en el mismo sitio, este universo que por ahora nos ha cedido el área de un sistema solar para su exploración y ulterior poblamiento. Todo es uno, nosotros incluidos. Si alguna vez nos convertimos en seres de pura energía, seguiremos atrapados en la red del universo, que es uno y es todo.
Para no aburrirnos vamos y venimos, nuestra planta está en la Luna, nuestras sondas tocaron Júpiter y una dejó el sistema solar, nuestros ojos y nuestros sensores reciben la luz de distintas galaxias, accediendo a un continuo más allá. No sabemos a qué encuentros nos lleva el sistema solar, pero, como el pájaro brincando de un alambre a otro de su jaula, vamos y venimos.
Todo es uno, todo es siempre.
Marcos Winocur escribe desde México.
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