Un papa argentino

La designación de Jorge Bergoglio como nuevo papa significó una mayúscula sorpresa para los argentinos y una indudable alegría para la grey católica del país.
Si bien es prematuro abrir juicios contundentes sobre las implicancias de este suceso, sí es lícito presuponer que no pasará desapercibido para la sociedad y la política argentinas. Sin ir más lejos, un conocido periodista porteño se preguntaba, a pocas horas de conocida la noticia, si hubiera sido posible la ley de matrimonio igualitario en Argentina con Bergoglio instalado en el sillón de Pedro.
Otra pregunta que no pocos se hacen: ¿será Bergoglio para Argentina y América Latina lo que fue Karol Wojtyla para Polonia y Europa del Este? El papa polaco embistió con éxito contra el entonces bloque socialista y contribuyó como pocos a derrumbar el Muro de Berlín. El argentino no tiene esa ideología enfrente, sino el denominado «populismo», que igual aversión provoca en los centros del poder económico global y, también, en la cúpula católica vaticana ganada por el conservadurismo postconciliar. Lo cierto es que no pasa desapercibido el hecho de que, justo en este momento político tan particular que vive el continente, Roma elige, por primera vez, un papa latinoamericano.
El nuevo pontífice es definido por los que conocen de cerca a la Iglesia como un «conservador» de vida austera. No posee automóvil y viaja en transporte público; suele visitar con asiduidad las parroquias, los enfermos en los hospitales y clínicas privadas, y se esmera por mencionar siempre en sus discursos a los humildes y marginados. Se destaca también por su sólida preparación teológica y sus condiciones intelectuales.
En cuanto a su trayectoria, si bien no se lo menciona como uno los hombres de la Iglesia más cercano a la última dictadura militar, ha concentrado sobre sí no pocas críticas. Como superior de la Compañía de Jesús fue acusado de no haber hecho demasiado para evitar el secuestro de dos curas de su propia orden que trabajaban en una villa porteña de Flores. Los dos religiosos fueron detenidos en mayo de 1976, interrogados bajo tortura en la ESMA y liberados seis meses después. Bergoglio siempre negó esos cargos pero los curas se fueron del país convencidos de que pudo haberlos protegido, al igual que sus familiares.
Adolfo Pérez Esquivel dijo ayer que nunca se comprobó su vinculación con los militares, pero Estela de Carlotto recordó que nunca recibió a las Abuelas ni a las Madres de Plaza de Mayo.
En cuanto a sus vínculos políticos, es sabido que nunca logró entablar diálogo con Néstor Kirchner ni con Cristina Fernández. Quienes conocen de cerca su trayectoria señalan que las condiciones que siempre trató de imponer al encuentro con el kirchnerismo tornaron imposible un acercamiento. Pero ese obstáculo nunca lo levantó con la oposición política, con la que tuvo diálogo fluído y coincidencias.
Sus críticas al gobierno, al que supo acusar de «crispado», fueron frecuentes. La sanción de la ley de matrimonio igualitario también lo encontró en la vereda de enfrente del gobierno, alineado con los sectores más conservadores de la sociedad que se opusieron a esa norma. Por eso las organizaciones que representan a la diversidad sexual no se mostraron muy contentas con su designación como nuevo papa.
No haber excomulgado al cura Julio César Grassi -pese a su condena a 15 años de prisión por pedofilia- y haber sido su confesor, es otro antecedente que hoy vuelve a tener alta significación. Especialmente porque ahora se habla de la ardua tarea que le aguarda al nuevo pontífice ante una curia romana cuyos niveles de corrupción ya no son secretos, y los numerosos casos de pedofilia que salpican a tantos altos dignatarios eclesiásticos en todo el mundo.
¿Por qué ahora un papa latinoamericano? ¿Por qué ahora un papa jesuita? Estas y tantas otras preguntas que surgen luego de conocida su consagración por el Colegio Cardenalicio solo podrán ser develadas en los tiempos por venir. Parafraseando al Evangelio: por sus frutos lo conoceréis.
Fuente: ARGENPRESS.Info

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