¿Cuánta tensión hay en las calles de Caracas?

Por Carlos Chirinos
Tras días de letargo y tensión luego de las elecciones del domingo pasado, Caracas parece estar recuperando su ritmo normal de vida.
El tráfico ha vuelto a su tradicional pesadez y la gente a sus prisas cotidianas, pero algo en el ambiente indica que no todo está normal.
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La crisis política generada por la exigencia del opositor Henrique Capriles de contar el 100% de los votos crea demasiada expectativa.
Hay muchos rumores circulando sobre enfrentamientos entre opositores y chavistas. Hay información de muertos (hasta siete) según la Fiscalía debido a manifestaciones políticas opositoras.
Mientras tanto, gobierno y oposición siguen enfrascados en un interminable intercambio de acusaciones y desmentidos y de mutuas adjudicaciones de responsabilidades.
Todo contribuye con el nerviosismo que se percibe.
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Altamira, símbolo devaluado
Algo en el ambiente de Caracas indica que no todo está normal.
La Plaza Altamira, durante años el sitio emblemático de la oposición venezolana, lucía tranquila la tarde del miércoles.
Muchas personas bajaban las escaleras rumbo a la estación del metro, otras hacían una pausa en las bancas, la escena normal de todos los días.
Solo un pequeño grupo de jóvenes sonaba silbatos y ondeaba banderas de Venezuela en desafío a la instrucción que en la víspera el líder opositor Henrique Capriles había dado a sus seguidores de no salir a la calle para evitar los que considera «provocaciones» del gobierno para incitar la violencia.

La Plaza Altamira lucía tranquila este miércoles por la tarde.
«Yo soy caprilista, pero antes que todo soy venezolano y no nos podemos calar (soportar) más esta dictadura de 14 años», me dice Luis Rodríguez, el líder del grupo y quien se identifica como estudiante universitario.
Rodríguez no comparte la estrategia de Capriles de «quedarse de brazos caídos» y se refiere a las experiencias de la llamada Primavera Árabe para reforzar su argumento de que es necesario activarse en la calle.
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Solidaridad de lejos
Salvo uno que otro bocinazo o saludo solidario que daba algún conductor mientras esperaba que el semáforo diera paso, el grupo no lograba despertar el interés de las personas que transitan por la zona.
La zona luce muy diferente del lunes pasado cuando parecía que iba a reeditar su importancia como punto neurálgico opositor. Ese día se concentraron los manifestantes y hasta cortaron una autopista cercana. Finalmente fueron dispersados por la Guardia Nacional.
«Yo tampoco quiero a Maduro y estoy con los muchachos, pero creo que Capriles tiene razón y hay que recogerse para evitar problemas», dice Gustavo, un taxista que espera un cliente en la esquina del frente donde el grupo intenta en vano reactivar la protesta.
Más tarde, cuando pasaba por una zona industrial del sureste de Caracas empiezan a sonar bocinas y algunas cacerolas. Los peatones se detienen un segundo, algunos como sorprendidos, otros como para escuchar mejor.
«Debe ser que hay cadena (transmisión obligatoria de radio y televisión) de Maduro» dice a nadie en particular y sin demasiada preocupación un hombre que estaba estacionando una moto.
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«Mejor no vengas»
Yo tampoco quiero a Maduro y estoy con los muchachos, pero creo que Capriles tiene razón y hay que recogerse para evitar problemas»
Gustavo, taxista
La fiscalía informó el lunes que habían muerto siete personas a consecuencia del cacerolazo y otras protestas convocadas por la oposición en rechazo a la proclamación de Maduro como presidente electo.
Dos de ellas habrían fallecido por disparos recibidos cuando intentaba defender un puesto de salud de un supuesto ataque de opositores en La Limonera, área cercana a donde me encuentro.
Pero el alcalde opositor de la zona aseguró que esos muertos se debieron a otras razones, entre ellas supuestos «infiltrados» o la inseguridad que hace de Caracas una de las ciudades más violentas del mundo.
El contacto que tengo allí me disuade de ir porque «las cosas están muy delicadas aquí y nadie quiere hablar y no te van a dejar llegar», me dice telefónicamente.
Cambio de planes y me acerco hasta un puesto similar en lo alto de Palo Verde, una urbanización rodeada por barrios pobres de Petare, que líderes comunitarios simpatizantes del gobierno me indicaron que «había sido quemado».
Creer, a veces
 
El tráfico ha vuelto a su tradicional pesadez.
Cuando llego veo que está intacto, solo el matorral del fondo luce chamuscado. Me recibe el médico cubano que maneja el lugar, cordial y franco aunque no quiere darme su nombre, ni me deja que tome fotos del lugar.
Al principio dice sin darle mucha importancia que el fuego solo quemó la vegetación y no parece asignarle intencionalidad.
Con notable preocupación asegura que «hoy es un día peligroso para nosotros», los que trabajan en el módulo sanitario, uno de los muchos establecidos bajos los planes de salud del fallecido presidente Hugo Chávez.
«Capriles iba a salir para Caracas, pero como el presidente le dijo que no, lo van a hacer (concentraciones) en varios puntos», explica dejando claro que no cree el llamado de líder opositor a sus seguidores a no salir a la calle.
Asegura que colegas suyos de puestos similares de la ciudad han sido acosados por opositores que «están convencidos que nosotros guardamos aquí las cajas con votos».
Pero este doctor confía en que los vecinos podrán protegerlo. No así en la policía municipal «porque esos son de la oposición».
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Negocios como siempre
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Están convencidos que nosotros guardamos aquí las cajas con votos»
Médico, puesto de salud de Palo Verde
Además del tráfico, otra buena manera de tomarle el pulso a Caracas es en un centro comercial.
Aprovecho que he quedado para encontrarme con un entrevistado en uno gigantesco que está en La California Norte y llego temprano para recorrer sus pasillos y ver qué tan concurrido está.
Veo a muchas personas en sus restaurantes, cafés y tiendas. Veo a grupos de jóvenes que comentan una película que acaban de ver en una de las salas de cines.
Los negocios parece que empiezan a retomar su ritmo habitual. Dentro de este lugar nadie pensaría que afuera el país vive una compleja y potencialmente peligrosa crisis política.
Contexto
 
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Fuente: BBC Mundo
 

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