Por Isabel María Fagúndez Gedler
Es curioso saber por qué, los jóvenes y no tan jóvenes en nuestro país, repiten incansablemente la palabrita con la cual han sustituido sus nombres, (tradicional y sabrosamente se dice “de Pila”) éstos tienen significados, representan cosas.
En el momento maravilloso en el cual (a veces hasta siete meses) los padres con amor, emoción, juegos, egoísmo… en fin; una mezcla mágica de sentimientos, deciden cuál será el nombre con el cuál llamarán a sus hijos, hay tanta esperanza, incluso hay quien otorga propiedades y características, asumiendo que Sofía es un nombre de Fortaleza, o Carlos Alejandro es Varonil. Hay orgullo en un padre que le llama a su hijo por su mismo nombre, homenaje a una abuela maravillosa, a un Líder o la esperanza de que se parezca a alguien, mi madre decía: no se deje poner sobrenombres que eso es de gente que no se conoce, que no sabe quién es.
Yo le otorgo credibilidad a sus palabras, pues pareciera que ya no importa saber ni siquiera nuestros nombres. Les cuento una anécdota del Metro. Dos muchachos entre gritos y risas esperaban a un tercero pero casi cerraban las puertas, uno le dice al otro vamos maríco, apúrate ahí viene este chamo, ¡llámalo!, ¿cómo se llama él marico? No sé, marico…epaaaa chamo aquí .Los nombres quedan para los documentos creo.
Desde otro punto de vista, es necesario reflexionar en relación al tan mencionado problema de la mala expresión, del discurso inapropiado, de la justicia y poder de las palabras (que son mágicas en doble sentido ya que son creación y permiten crear ) es tan limitado el vocabulario en nuestros jóvenes, me confesó una adolescente que su hoy esposo constantemente la llama “Marica” y que eso sucede en cualquier momento de sus vidas, me preocupa, a mi me gusta que me digan Amor, Vida, Cielo y sobre todo me encanta mi nombre. Los niños también se llaman por la palabrita, que a su vez es designada en una falta de respeto en mi opinión, para denominar a quien tiene preferencia por personas de su mismo sexo: Homosexuales o Lesbianas.
Existe preocupación por el mal hablar y la mala dicción que tiene nuestra población, es difícil mantener una conversación con muchas personas que sólo dicen groserías y le quitan la propiedad cultural de utilizarlas para dar fuerza a un planteamiento, o desahogarse con rabia, y es triste que hablemos con tanto vacío, pues al final ellas no son más que eso GROSERÍAS, que hasta hace poco ameritaban incluso el ofrecimiento de una disculpa en el momento de decirlas.
Es bueno tener un nombre, representa Orgullo, pensemos si esta moda es un arma más de aniquilación de lo que somos y la aceptación en general de lo que no somos.
Isabel María Fagúndez Gedler escribe desde Caracas, Venezuela.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL