Por Carlos Alberto Parodíz Márquez
-Nunca es temprano-, dije.
-Siempre, también-, refutó el Vasco.
Yon se apropia, indefinidamente, de algunas pausas. Quiere y no siempre puede, ser amo de los silencios.
El sol de enero de aquel 2001, predisponía a todo aquello que tuviera olor a vida. Pensé en la mujer dorada recortando flores en su jardín babélico y se empató la tarde.
Los tonos celestes de su mirada me preparaban para revelaciones que suelen encontrarse en los anaqueles umbríos de la memoria o, tal vez, en la antología del disparate.
En los pasadizos góticos de la “Villa Argentina”, sobre la calle Hornos, en despachos lustrosos, donde la caoba asfixia de exageración, los lugares de la revelación sólo difieren por la geografía en que se enmarcan.
Los une el espanto, no a lo que cuentan, sino a lo que callan.
En todo caso se trata del espanto común que nos azota a los comunes visto que ellos, los detonadores de la información, trafican con la esperanza de la gente y eso es grave.
Tal vez por eso sigo al Vasco, sin olvidar que me preocupa su fragilidad. Es cierto también, que no es fácil advertir esta flaqueza. Pero, a veces, uno se hace hijo del hábito y cristaliza la preocupación.
Los agentes del desorden, en el Comando de Patrullas, no imaginaron que próximos y por cuanto tiempo nos tuvieron cerca. En realidad no perturban al barrio y la calle Rivera, sin que se lo propongan, termina siendo un oasis de silencio, por la noche y gran parte del día, guarida luminosa para fabuladores como nosotros.
Habíamos decretado una tregua, donde la inmovilidad daba paso a la contemplación.
El recreo funciona si el placer es invitado. Cuando se instala, uno reformula la vida.
La primera semana de ocio consagrado, tuvo incienso y mirra, para perfumar la decisión y el Alfa gris resultó un costoso flete, fue mi impresión no le de Yon, para armar la bodega aljibe, donde se decidió, en realidad él lo hizo, establecer la “sensación térmica” de la bebida, para que las botellas cuidadosamente sumergidas, subieran luego a la superficie relucientes, perladas de gotas que asociaban al sudor de los concelebrantes, para estar a tono.
Azorado, vi colmarse el “long-bar” de Manzanarez, una diabólica creación que sobrevivió airosa, dos mudanzas en tiempos de crisis. Sucede que la tentación de tener “una barra” es muy fuerte para ciertos “profesionales” de la bebida, como nosotros, quienes hace tiempo dejamos de ser “aficionados”.
El mueble, pintado de negro, casi una invocación “Stone”, adquiere en ciertas circunstancias una preeminencia comprensible. Se torna solemne. Quienes llegan parecen respetuosos, en serio, por su proximidad. Impone a propios y extraños. No obstante el lugar se hizo confortable. Todo se ubicó en el exterior de la casa.
En realidad el patio, de aire sevillano, pasó a ser durante ese fragmento de enero, protagonista de encuentros y desencuentros. Cuartel de operaciones de desinteligencias, como gusta calificar el vasco quien, como es de imaginar, nunca pidió permiso para esta transformación.
En realidad no me incomoda, porque la vida se hace grata cuando la buena mesa llega para quedarse. Sobre todo si es, como en mi caso, un pasaje gratuito a la molicie y el mejor servicio.
La cuenta telefónica cambió de responsable, pese a que no me incluyó en esa categoría, sólo se trata de explicar.
Comenzando la ronda de este ciclo, la parrilla se mostró hospitalaria para albergar morcillas rellenas y una contundente tapa de asado, a punto de apuros imprevistos. Los chorizos de campo fueron primeros en el desfile y saborizaron el siguiente.
La comezón del séptimo tinto no me impidió notar cierta expectativa, como cuando se espera a alguien sin hacer esfuerzo alguno por marcar esa presencia posible. Yon es un profeta de los desplantes. Sobre todo si estos son ejercidos en mi contra. Pero es su deporte favorito y lo redime
Por el tobogán de las cavilaciones me deslizaba, cuando el vidrio esmerilado, que hace de máscara a la puerta de hierro, resonó cantarino, alguien llamaba.
—
La Villa “Nueva Argentina”, está de canje, anunció Gejor, el recién llegado, con voz tonante. Es su registro decibélico.
– ¿Por qué?-, interrogó quedo Yon.
– Porque los pibes “rrochos” cruzan “la frontera” en cada set-, se explicó el informante.
– ¿Match point o break point?-, ironizó el vasco. Gejor, por un segundo le dirigió diez mil voltios de mirada torva.
– Es la “única” que usan para atrapar los autos que “van” por Hornos. Como tienen que frenar “es pan comido”-, explicó cual manual didáctico del post grado que “cursan” los pibes de esa calle frontera entre Lomas y Lanas.
– ¿Hay categorías… por ejemplo mayores y menores?-, el vasco avanzaba raudo en la carga.
– Las categorías son para los autos, eligen el modelo y la marca, además del equipo de gas, tienen la lista que les pasan “los desarmes”-, amplió cauto, empeñoso, fijando la mirada en la pared que, calle mediante, nos distanciaba de la patrulla.
– ¿Y como va ese partido con los muchachos?-, inocente y candoroso, preguntó.
– Ellos pierden por goleada, aunque uno nunca sabe con quien “arreglan los pibes”, lo que es cierto es que los de hasta “quince”, son los que cargan los “fierros”, los menores no pagan hospedaje. Además cuando pasan los de Lomas, no lo hacen los de Lanús y, después, la cosa es al revés. Lo cierto es que nunca llegan juntos para agarrarlos. Todos están bien organizados a la hora del reparto-, rezongó Gejor.
– Sin embargo vos, con tu kiosquito, te defendés bien porque algo te gastan, o no?-, rezumó sorna Yon.
– ¿Y de que creés que vivimos, del aire?-, legitimó su protesta. Se quedó cabizbajo. Involucrado. Resignado. Sospechando que, de alguna forma, estaba implicado en este delito institucional que se ha quedado entre nosotros. En eso de quedarse, para variar, nos quedamos en silencio. Los blancos nudillos que replicaron en la puerta, nos devolvió a la realidad y como en la vida, unos van y otros llegan.
—
Mientras los dos discutían la importancia de llamarse Ernesto, por Guevara por supuesto, olvidando a Wilde, me pareció convincente ponerme a la altura de las circunstancias y les pregunté
– ¿Como se dice autobús en alemán?, subanestrugenbajen, abundé.
– ¿Cómo se dice violación en africano?, tetumbolatanga.
– ¿Cómo se dice violación en alemán?, desvirggensen.
– ¿Cómo se dice suegra en alemán?, storbo.
– ¿Como se dice suegra en ruso?, Ajjj.
– ¿Cómo se dice precios bajos en africano?, ganga.
No pude seguir, la puteada de Yon me pegó en la espalda y decidí irme a escuchar música, en este caso a Jaco Pastorius, claro.
Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL