Colombia requiere Espartacos

Espartaco 1-llllPor Jesús Dapena Botero
En la prisión estadounidense, donde estaba encerrado por el macartismo imperante, con indignación, Howard Fast escribiría su Espartaco, llevado al cine por Kirk Douglas y Stanley Kubrick, con la espectacularidad, con la que los americanos nos cuentan la historia, con un sutil estilo, de acuerdo con el señalamiento que hace el famoso cantautor argentino Piero.
En una miniserie televisiva sobre la misma novela de Fast, el director rumano Robert Dornhelme, con mayor modestia y una mayor fidelidad al texto original, por boca de Varinia, la compañera afectiva y sexual del mítico e histórico esclavo rebelde, nos cuenta algo que podría aplicarse hoy en día a la relación entre los Estados Unidos de América y Colombia.
Varinia anota que nada ni nadie podía oponerse a los romanos, aunque Roma, andaba desgarrada por conflictos entre patricios y plebeyos, dirigidos de una parte por Marco Craso, un aristócrata en la República Romana, quien era entonces, el más rico del mundo, que había visto a su padre asesinado en el foro y aplastaría la rebelión de los esclavos, mediante la aplicación de una disciplina férrea a los soldados, defensores de la oficialidad.
Su aspiración era hacer el cambio de la República, esa cosa del pueblo, por un solo líder, un emperador, para que Roma pasara a ser un Imperio.
 
Craso era enemigo de Antonio Agripa y de Pompeyo.
Esta historia no puedo dejar de asociarla con la lucha campesina, que ahora se está libranod en Colombia, la cual no me deja de producir cierto frescor, porque pareciera que, al fin, puede manifestarse todo el descontento por las negociaciones con el Imperio, por parte de esos felones con la patria, que han sido tanto Álvaro Uribe Vélez, como el actual presidente Juan Manuel Santos.
Mito o realidad, Espartaco puede ser un buen símbolo de lo que está ocurriendo en mi país natal, en tanto aquel hombre luchaba por la libertad, por una Utopía, donde no hubiese ni amos ni esclavos.
Para ello, Espartaco se había rebelaría contra la opresión de los poderosos e iniciado la tercera guerra de los esclavos, con lo que se convertiría en generador y portador de esperanzas.
Espartaco 2-mmmm
Tal vez por eso en la cinta de Kubrick, no importa que aparezca como el santo de una hagiografía marxista, al estilo de los santos de la literatura y el cine soviéticos, adalides paradigmáticos, a quienes habría que imitar, es muy importante que todo el mundo sepa lo que, por fin, se está dando en Colombia, pese al oportunismo de un Álvaro Uribe, un típico Craso, quien se aprovecha de la situación, para tratar de aliarse con los campesinos, a pesar de haber sido uno de los promotores del TLC en su lucha con ese Pompeyo de Santos, quien culminara ese loco propósito, con la aquiescencia de toda la clase política colombiana.
No olvidemos el encuentro del sucesor de Uribe con ese desvergonzado premio Nobel de la Paz que es Barack Obama, para establecer la alianza con el Imperio Estadounidense, con su supuesta fe en el Progreso, ya que si Latinoamérica – en palabras del presidente de los Estados Unidos – es la parte del mundo, donde la economía está creciendo más rápidamente, como crece su mercado, también lo hace la demanda de bienes y servicios; pero ¿de qué país vendrán los bienes y servicios? Naturalmente, de los productos fabricados en Estados Unidos.
Pero como lo plantea, Victoria Solano, en su documental1, tal gobernante estaba tan seguro de ello, por las condiciones puestas en tal tratado, por parte del Imperialismo Yanqui hasta el punto de llegar a prohibir el uso de las semillas autóctonas colombianas.
Uribe pensaba que el freno al TLC era frenar la inversión; la cual ha resultado más beneficiosa para industrias tales como Monsanto, Syngenta y Dupont; ellas demandaron la protección de sus semillas, genéticamente modificadas, y se proponen acabar con la tradición ancestral campesina de escoger los mejores producto de su cosecha y utilizarlos como simientes, práctica que, desde la firma del TLC, se convertiría en un delito, el cual justifica la violencia policial con la que los campesinos, quienes han sido maltratados; así, los agricultores colombianos sólo quedan autorizados a sembrar los granos de las transnacionales, ahora denominadas semillas certificadas.
Así, entonces, las familias campesinas no pueden hacer una reutilización de sus simientes, por lo que tienen comprar la semilla a la industria estadounidense, cada vez que siembran, a lo que se suma las exigencias de la compra de elementos para su cultivo.
Mientras el gobierno, en un país con hambre, tira el arroz en los basureros sin importar la angustia de los campesinos, convertidos en delincuentes por parte del Estado colombiano.
Y entretanto, Barack Obama se enorgullece de que haya millones de nuevos consumidores de productos estadounidenses, tanto en Panamá, Colombia, como en Corea del Sur y, así, abrir nuevos mercados para sus productos.
Si la competencia no cumple las reglas, el premio Nobel de la paz anuncia que no se quedará con los brazos cruzados, ya que, supuestamente, los trabajadores gringos son los más productivos del mundo y siempre Estados Unidos va a ganar.
Ahora, los campesinos, poseedores de semillas, se han convertido en unos piratas, que atentan contra la propiedad intelectual de las transnacionales y si el tesoro es de setenta y siete mil kilos de arroz, esa misma cantidad es destruida, sin siquiera dejarla a las aves del campo; es la ley del Capital, sin importarle a sus tristes funcionarios, tan grises como las arenas del desierto, contra los que luchaba Violeta Parra, unos cínicos idiotas.
Y así, el mero trabajo cotidiano se convierte en ejercicio de la delincuencia.
¿En qué cabeza cabe semejante estupidez?
El agricultor, entonces, pierde el derecho a la reserva de sus productos, desde que las transnacionales se han abrogado el de ser los propietarias de las semillas, que se usan en el nación colombiana.
Y así, las grandes empresas estadounidenses y europeas manejan el tercer negocio más lucrativo del mundo, sin importarles que desaparezca nuestro agro, como bien lo señala Jorge Enrique Robledo; de esa forma, la población colombiana queda sometida al chantaje de las transnacionales y las potencias extranjeras, que quieren el control absoluto del mercado de semillas, con un afán monopólico, que hace el pez gordo se devore al pequeño; así, llegamos a una nueva forma de imperialismo, el cual enajena al campesino de sus semillas y de su agro, al son de las nuevas estrategias del Tío Sam. ¿Una nueva forma de Alianza para el Progreso o una estafa autorizada por los padres de la patria, llámense Álvaro Uribe o Juan Manuel Santos y toda su parafernalia política.
Pero si estos patricios se roban la fuerza de trabajo de las gentes, de la plebe, de aquellos nuevos siervos sin tierra, al estilo del Siervo Joya, de Eduardo Caballero Calderón, las contradicciones tocan a la gente afectada por el TLC y la ventaja es que empiezan a responder como los esclavos de Roma y pueden contestar:
I am Spartacus. – conscientes de que un haz de flechas es más inquebrantable que una sola flecha, en la medida que la unión hace a la fuerza.
Mientras se alza la voz por el país; como parte de una resistencia para no desaparecer, por carecer de tecnología y de apoyo gubernamental, lo que reactualiza el viejo conflicto hegeliano, de la lucha entre el amo y el esclavo.
Tal vez, haya que seguir a hombres de la talla de un Rafael Correa, pues el TLC no garantiza – como lo quisiera Santos – el acceso de nuestros productos, a ese mercado, supuestamente, el más importante del mundo, que se abre con el TLC, más bien lo que trae es la quiebra del campo y de la industria nacional colombiana; las exportaciones han caído, con una mayor importación como corolario y, a su vez, un incremento del hambre.
Es de ahí, que la cuestión agraria vuelve a ponerse a la orden del día en Colombia.
El reclamo de los campesinos es justo, pero la respuesta del gobierno es opresiva, para tratar de controlar una satanizada izquierda.
La protesta no es sólo por el arroz sino por muchos otros productos agrícolas, como la papa y el cacao.
Lo que ahora importa es que la sociedad colombiana preste más atención al sector rural, que empieza a hacer oír su voz, en pro de un desarrollo integral, en un país, donde una de las causas de la desigualdad y de la violencia ha sido el vacío de estado, que hace tiempos denunciara el padre Francisco de Roux, S. J.
Es muy importante que la reprobación haya sido masiva, palpable en veinticinco departamentos del país; pero, a su vez, es trascendental que sea muy bien coordinada, para no debilitar su fuerza, al tenerse que enfrentar con la estrategia policiva y militar del actual gobierno, como si se tratara de un movimiento bélico, con el fin de bloquear desplazamientos y movilizaciones de los huelguistas, ya que se trata de un movimiento social, que busca reivindicaciones y transformaciones, en pro de un cambio institucional profundo.
Si el gobierno responde con la violencia del Estado, con la militarización del campo, se precisa entonces la intervención de los organismos defensores de los Derechos Humanos, para defender a una población que ha sido víctima, desde la Colonia Española , de la exclusión social, por parte de los terratenientes, que han acumulado capitales con la explotación del agricultor; para hacer la paz, que por otro lado anhela el presidente Santos, se precisa de justicia social.
Es preciso también tener conciencia de que la situación humanitaria en el país está en una delicada situación, en la medida que se siguen violando los Derechos Humanos y no se cumpla con los dictados del Derecho Internacional Humanitario, de ahí que no se respete, por tanto, el derecho a la protesta social, que es vivida, por el establishment, como otro tipo de delito.
De lo que se trata es de rescatar la soberanía nacional contra las arbitrariedades de las transnacionales, que empobrecen a los campesinos colombianos, en un país donde hay más de siete mil presos políticos, como en cualquier dictadura.
Es de vital importancia que se una lo reivindicativo con lo político, mediante cualificaciones de los movimientos sociales contra un parlamentarismo domesticado, el cual si bien puede contar con el sufragio universal, no siempre cumple con fines democráticos.
Lo que no se puede seguir permitiendo es que la violencia y la barbarie se ensoñaren de los campos para sembrar terror y muerte; la lucha campesina, en Colombia, es consecuencia directa de las condiciones de vida del campesinado, las cuales incitan a la insurrección contra el régimen oficial, de ahí que sea una monstruosidad que Álvaro Uribe trate, de sacar partido de ella, de una manera de oportunista, cuando fue uno de los grandes promotores del TLC en Colombia; se precisa replantearse la cuestión agraria, para dar cuenta de su naturaleza económica y clasista, de la que se han lucrado los terratenientes, con sus rentas pre-capitalistas, beneficiadas por la plusvalía, sacada de la fuerza de trabajo de los peones, bajo el manejo de un capitalismo burocrático, que mezcla condiciones semifeudales, con las impuestas por el imperialismo de las transnacionales, donde uno de los grandes beneficiados es el tío Sam.
El interés por el asunto agrario no es casual, ya que es una fuente de explotación del ser humano, por una dominación que ha continuado su andadura con nuevas estrategias, como la de arrebatar la semilla al campesino, lo cual sería el equivalente de arrebatársela a esa alegoría de la República Francesa:
Por ello, es preciso luchar contra las fuerzas más conservadoras, que se oponen con armas opresivas, a veces, disfrazadas de reformismos, para permitir el paso de los grandes capitales monopolistas, controladores de la economía del país, en una alianza entre terratenientes, comerciantes y banqueros, que se mezclan con el Poder estatal, del que utilizan sus recursos como palanca económica, de tal forma que el poder el capital monopolista deviene en estatal, máxime bajo el influjo del espíritu neoliberal, que reduce el tamaño del Estado, para convertirlo en títere de los intereses monopólicos, como una suerte de neo-colonización.
Notas
http://www.youtube.com/watch?v=kZWAqS-El_g
Jesús Dapena Botero escribe desde Vilagarcía de Arousa, España.
Fuente:  ARGENPRESS CULTURAL
 

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