Por Alberto Pinzón Sánchez
Feisal Kemal Paschá, el hijo de Pacho-el-Turco, había heredado de su padre el Hotel Damasco en Provincia. Era de la tercera generación de sirio-libaneses venidos a Colombia a comienzos del siglo XX, y si bien tenía algunos contactos remotos con familiares en el cercano oriente, se consideraba más colombiano que cualquiera. Ese día 13 de septiembre de 1993, un sol brillante empezaba a calentar las calles que forman el marco de la plaza de Provincia, y un viento suave, algo frio y cordillerano que traía el olor del páramo, movía ligeramente las hojas de los arboles circundantes, acompañando el comienzo de la ruidosa actividad diaria en el pueblo.
Feisal de unos 50 años y rasgos semíticos, tenía una mirada inquieta pero trasparente. Había llegado al café de Pedrito hacía un rato y se había sentado con unos copartidarios suyos en una mesa grande casi a la entrada del salón a tomar con ellos el café tinto de la mañana. De pronto miró hacia la puerta de la entrada del café, cuando vio en el vano a un muchacho joven que tapaba la cabeza con una cachucha y entraba agitado, con los ojos desorbitados y la mano derecha en el bolsillo de la chompa. Debió haberlo reconocido o haberlo intuido, porque cerró los ojos un tanto estremecido y unas gotas de sudor empaparon su frente escurriéndole hacia los párpados. El muchacho de la gorra de tela, sacó la mano de la chaqueta y con el cañón de una pistola apuntó a la frente de Feisal.
En ese instante todos los recuerdos de su vida vinieron atropellados a su mente pujando por salirle a los ojos: Recordó los preparativos que su madre, una muy devota cristiana, hizo cuando él tenía 8 años para comprarle y organizarle el equipo obligatorio que debería llevar a la escuela apostólica de Zapatoca a iniciar, por sugerencia del cura párroco de Provincia, sus estudios primarios y hacer el tránsito a la secundaria hasta convertirse, dentro de 10 años, en sacerdote.
Luego pasaron rápidamente por sus ojos cerrados los recuerdos en aquella casona envejecida y descascarada de estudios religiosos para niños, la disciplina para adultos impartida por seminaristas diligentes, silencioso, de mirada gacha y taciturna; la alimentación de hambre física, compensada con la lectura, casi a todo momento, del librito negro y rojo de Tomas de Kempis, con el que satisfacía el hambre espiritual.
Fueron muchos los años tediosos e interminables en esa clausura de estudios básicos que debió soportar, interrumpidos solamente a mediados de cada año, para ir a visitar a sus padres y hermanos en la casa del Hotel en Provincia. Hasta cuando ya hecho un hombre hecho y derecho y le faltaban unos pocos meses para su ordenación sacerdotal, pidió con carácter urgente una cita con el rector del seminario mayor para explicarle que no se sentía seguro de ser un sacerdote porque su vocación no era la de ser un cura provinciano, sino la política y los negocios.
El vacío social inmenso y la amargura de su madre, fue el precio que esa decisión le causó. Buscó poner tierra de por medio y viajó a Bogotá en donde un amigo del seminario, no todo era negativo, lo alojó en su casa y le aconsejó visitar al cura rector de la universidad pontificia y exponerle su caso. El rector de la universidad interesado en su caso, en respuesta le dio un trabajo no remunerado en la biblioteca, pero en compensación le permitiría asistir a los cursos de derecho canónigo que empezaban en esa época. Oportunidad única que Feisal con la disciplina adquirida en los largos años de clausura apostólica supo aprovechar, y al cabo de dos años pudo obtener un papel certificado de la universidad que lo acreditaba como experto en derecho canónico, con el cual volvió a Provincia.
Coincidió su llegada a su casa con la de un prestigioso senador del Partido conservador que estaba de gira política en Provincia y quien siempre se alojaba en el Hotel de Pacho-el-Turco. Se conocieron, conversaron largamente durante las comidas y después a la hora del café tinto. Pronto una afinidad de pensamiento, o de ideología o tal vez una posibilidad de utilización mutua, le hizo aceptar el cargo de asistente de viaje que el senador le ofreció. En lo sucesivo iría con él y lo acompañaría en sus giras políticas; conocería sus apoyos en toda la región e incluso más allá en la capital del departamento y de la república. La asiduidad, organización mental y la disciplina de Feisal para manejarle la agenda al senador, le hicieron muy pronto indispensable. En pocos años fue su suplente y más pronto de lo esperado su remplazo total. Ahora Feisal había llegado a ser senador de la república de Colombia y su pasado sacerdotal era cosa de un pasado ya nublado.
Un día de actividad parlamentaria, en la oficina de senador que tenía asignada en el edificio del congreso en Bogotá, fue visitado por una pequeña delegación que se presentó como parte de la organización para la Liberación de su país. Tres paisanos de la tierra de sus padres, le expresaron admiración por sus logros políticos y personales, le explicaron las razones de la lucha civil del pueblo de sus padres por constituirse en un país independiente y laico, y le conmovieron sus sentimientos ancestrales. Siguieron visitándolo e invitándolo a reuniones y cenas en restaurantes elegantes, hasta que finalmente le hicieron la propuesta que a todas luces resultaba irresistible: eran intermediarios de una oficina de venta de armamento liviano, ubicada en la ciudad de Miami, y por cada venta o negocio realizado en Colombia le darían el 30% del total vendido.
Feisal aplicó todos sus contactos, políticos, sociales, militares, e incluso religiosos a buscar clientes para el negocio que en Colombia era de gran proyección y futuro, y, pronto obtuvo importantes porcentajes. Los primeros barcos cargados con toda esa panoplia para la guerra irregular, empezaron a llegar discretamente a los pequeños puertos ubicados en el Urabá y mar Pacífico colombiano, en donde descargados en la oscuridad nocturna, su carga mortífera se trasladaba a camiones normales que se dispersaban sigilosamente por toda la geografía colombiana.
Pero un azar, como casi siempre sucede, volteó la larga secuencia de éxitos comerciales de Feisal: Timoteo Rueda, alcalde del Carmen de San Vicente, su amigo político, en un juicio que se seguía en su contra por venta ilegal de armas y paramilitarismo, dejó ver cobardemente la fuente del negocio, y como el asunto trascendió más allá del juzgado municipal; Feisal comenzó a vivir la corrosiva preocupación que da la incertidumbre. Entonces se hizo la firme promesa, ante un espejo, de no continuar más con esta actividad. Realmente había tenido bastante suerte y era hora de retirarse.
Ese pensamiento duró ante sus ojos cerrados, el mismo tiempo eterno que demoró la bala de una pistola disparada por un muchacho colombiano camuflado en una cachucha, en llegar hasta su frente sudorosa, aquel 13 de septiembre de 1993, en Provincia.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL