De esa manera definía su trabajo Ettore Scola, y yo, que ahora vivo en el borde del mundo, recién me enteré de su muerte, y me quedé mudo. Porque justo en estos días estuve viendo una película de su puño, la vida del gran Federico Fellini, y claro, mis recuerdos cinematográficos se me vinieron a borbotones. Eran tiempos de pan y cebollas, pero con una energía súper vivificante, pues cuando no te importa nada, hasta los dramas del cine te parecen trágicamente bellos. Pero vuelvo a Ettore y una de sus películas más recordadas, Un día muy especial (1977), donde Marcelo Mastroianni y Sofía Loren, dan cuenta de una gran película en unos roles bastante alejados de aquellos que los hicieron mundialmente famosos (Marcelo como un locutor gay y Sofía como madre de familia numerosa sin una pizca de glamour). Todo transcurre durante la visita de Hitler a Italia, cuando los regímenes nazi y fascista iniciaban su romance, a fines de los años 30. Esta película logró un enorme éxito internacional, tal vez el más importante en la carrera del cineasta, y gracias a él obtuvo la masividad que todo artista busca. Pero había otro cine en Scola; como Los nuevos monstruos (1977), La terraza (1980), El baile (1983), o La familia (1986). Con esta última yo le tomé el pulso de cómo es que se retrata hasta el hueso a una familia donde aparentemente no pasa nada pero pasa de todo.
Ettore Scola mantuvo una reputación envidiable en un momento en el cual el cine italiano en su conjunto iniciaba la etapa final de su gradual declive comercial y artístico, a años luz de la etapa dorada de Cinecittà y de la explosión autoral de los años 60. Ayer murió un artífice de mi drama articulado y un cineasta del cine italiano que se amó y se sigue amando tanto. Y que difícilmente regrese.
Yanko Farías Hernandez
Editor/corresponsal en Africa
