El mundo al instante

Fotos: Yanko Farias

Cansado de escribir textos diáfanos, hiperkinéticos y locuaces que me llevaron al cansancio, he decidido patear el tablero: quiero escribir con el lenguaje de los mimos, sin pelos y con señales, para dar miedo, y quién quiera, se atreva a meterse en mi línea de fuego de francotirador miope. Y si no, también pueden atravesarse en mis diatribas de guiños crepusculares.

Por El Lector Americano

Túnez, 1 de marzo de 2023.- Ya sabemos, vivimos en un delicado equilibrio, que semana a semana, mes a mes, año a año, padecemos la inminencia del final y que nosotros nos encontramos entre los especímenes más negativos, deficientes y autodestructivos del mundo de hoy.

Sin embargo, nosotros —altos y bajos, moros y cristianos, gordos y flacos, blancos y negros, acústicos y eléctricos, buenos y malos, pobres y millonarios, palestinos e israelíes, ucranianos y rusos, burgueses y contra burgueses, sandinistas y lo que queda de ellos, salvadoreños y Narciso-Presidente— nos las hemos arreglado para subsistir contra viento y marea gracias al pequeño e inmenso milagro de, por una vez, estar todos de acuerdo en algo, algo que nos redime como especie y que tal vez acreciente nuestras posibilidades a los ojos de nuestro creador. Ese algo con que todos comulgamos tomándonos de la mano es el convencimiento absoluto y decidido de que los que mandan en nuestros mundos, son unos hombres repugnantes, unos pésimos políticos, unos mediadores sin talento alguno y —para colmo de males— junto a los Elon Musk, Bill Gates y Jeff Bezos de la vida, están convencidos de ser unos genios totales, gobernantes cómicos graciosísimos, y referentes políticos dotados de unas sensibilidades exquisitas. Y lo que es peor: entre los ricos extremos, junto a los dirigentes del mundo, parecen haber convencido a todo el planeta de que lo último es verdad, y contra eso nada pueden hacer la inmensa población planetaria que lo mira por las redes, y que lo que describo más arriba, es rigurosamente cierto.

Mientras escribo esto llegan —con alarmas en la red: ¿se habrá abierto uno de los sellos del Apocalipsis? ¿Nos revisita alguna de esas plagas del Antiguo Testamento?— dos situaciones casi ciertas después del Covid y Rusia/Ucrania review, que nos da cuenta que los ricos personajes en la tríada se hicieron más ricos, mientras la inmigración y la desesperación de los parias del mundo, en los grandes medios de comunicación suelen anularlos como crisis regionales, pero nunca como una hecatombe que va de fronteras a continentes, de paredones a mares llenos de muertos, de palos a metralla (desconfiar de los grandes medios no es conspirativo: porque ellos mismos a menudo definen la brillante y engorrosa política de un país, como “democracia total”)…

Sí: desde aquí, de las costas de Túnez, Marruecos, Turquía y Sicilia; como de los desiertos de México/Estados Unidos, Chile/Bolivia/Perú, hay millones de personas arrancando de la necesidad absoluta, y no es una realidad encantadora ni divertida, sino un destino cruel y pervertido de millones de seres humanos anulados por ucranianos y rusos. Pero como dije arriba, entre ambas realidades del mundo de hoy, los exitosos cinco estrellas que cortan el bacalao de casi todo, al final solo nos niegan amor y ternura, sino un miedo garrafal de que todo se va al carajo, como decía uno de los hermanos Pinzón, esos que andaban con Colón. ¿No me digas? ¿Mira tú? ¿Qué novedad nos cuentas?… dirán algunos… y justo ahí se enciende un farol, y el mundo en su conjunto se transforma en ese mimo que hace trampa; porque nos percatamos que los poderosos son unos hijos bastardos de Marcel Marceau: estos hablan, y mucho, pero sin mover los labios.

FIEBRE. Hasta aquí llegué —tarde de lunes—, y descubro que escribir las pocas líneas que anteceden este párrafo me quitaron toda la poca energía de la que suelo disponer los lunes por la tarde. Escribir sobre la totalidad del mundo de hoy es casi peor que ver un noticiero de la CNN o FOX NEWS. Un cansancio que te empieza a crecer desde los huesos. Un sudor frío. Unas ganas de arrojarte contra la pantalla del televisor o la pantalla del celular (en caso de que uno sea uno de esos locos que todavía leen noticias para saber cómo viene la mano… joder, hasta enterarse de algo cuesta) con la pasión resignada de un kamikaze. Síndrome de TVNoticias. Sigo mañana.

Martes. Algo mejor. Leo en Internet la crónica del mundo. Tantos recuerdos que no se proyectan para mejorar la cosa. Me siento exactamente igual que Martin Sheen al principio de Apocalypse Now: miro el techo y veo helicópteros y nubes que no pasan. Sigo mañana. Ahora es miércoles. Me explico. Quise hacer las cosas bien. Uno es un profesional mal que nos pese, y el martes me sometí a la prueba de ver por TV dos noticieros de la TVFrancesa, y una chica colombiana explica la crisis de las fronteras colombiana/ venezolana; otra, esta vez una chilena, bosqueja la frontera de México /Estados Unidos, y un tercero, un mexicano, habla de las lluvias en Brasil, y aunque me parecen interesantes la data dura, al final la línea editorial de la TVFrancesa producida en Bogotá, sigue la línea editorial de la CNN de Atlanta, USA. Como si en los medios internacionales coexisten la natación sincronizada pero de contenido. Dos noticieros se supone diferentes, pero que logran el mismo efecto, las noticias como show de la realidad hegemónica.

Bueno: ahora me subió la temperatura. Tengo fiebre, y el miércoles tuve que llamar a mi homeópata. Me preguntó si había tenido algún disgusto en los últimos días. Le comenté lo del mundo al instante. No se rió. Me tomó en serio. Muy en serio. Me recetó algo fuerte. Muy fuerte y no fue Vodka. Me dijo que le llamara por cualquier cosa y me prohibió ver televisión esa noche. Más tarde llamó: “Benny Hill”, me dijo. “No te imaginas lo que es eso”, agregó. Le dije que sí, que podía imaginármelo. “No”, insistió él, “No puedes.”

COLITIS. Me bastó sólo eso para —febril, delirante y con taquicardia estomacal— lanzarme de noche a la tablet para ver al misógino y genial Benny Hill. Días atrás, una furiosa tormenta de arenas del Sahara había reducido en casi un 75 por ciento mi audición: oídos repletos de arena. También temblaba mi señal de internet (y así seguirá, al menos, hasta que los services regresen de donde los services tunecinos pasan los finde). En cualquier caso —y me atrevo aquí a denunciar una denuncia al estilo de Michael Moore— que los canales de YouTube que dan noticias (una evidencia de los que tiene el sartén por el mango y nosotros, la manada, solo podemos elegir entre los muy desagradables y esponjosos principescos y duquesas inglesas, o el culebrón del mes entre Shakira y el Piqué), y descubro que hasta RusiaTv y TeleSur también repiten el contenido universal (cuya visión probablemente sea responsable de mi baja visión arenosa, o de mis energías que me fulminan yendo al baño). Pero eso sí, la TV rusa y venezolana, llamados erróneamente “medios zurdos”, contra lo que se pueda creer, transmiten una señal impecable y puntual.

Pero vuelvo atrás. El pasado miércoles por la noche, cuando estos canales ofrecían un análisis serio de la guerra del Este, la crisis de los cayucos en España, también pasaron “Amarcord” de Federico Fellini. Esto me hizo irme a una especie de boca negra, o a un agujero negro; el canal TeleSur (no, no quiero bajar línea, por favor!) informaba de la guerra de allá, del tema explosivo del Mediterráneo, pero nada dijeron del clan Ortega de Nicaragua, y a pesar de editorializar de temas duros, no dejaban de sonreír entusiasmados, invulnerables, frente a la cámara como los de la CNN. Salto hacia adelante. De repente era jueves y me desperté algo raro: no hay nada peor que dormir toda la noche con los ojos y la boca abiertos. Y no poder cerrarlos. Llamé a mi homeópata. Le dije que nunca me había sentido tan mal. Me preguntó si le había obedecido con lo de no ver noticias. Ofendido, le respondí, que cómo podía dudar de mi honor. Me dijo que bueno, que estaba bien, que no me enojara, y me preguntó si recordaba haberme sentido así alguna vez. “Afirmativo”, respondí. Le dije que me había sentido igual de horrible hace varios años, en Puerto Rico, cuando entré a un cine en un shopping-mall a ver, ilusionado, la nueva película de Francis Ford Coppola, y esa película se llamaba… eh… Se llamaba Peggy Sue se casó. Así se llamaba. Mi homeópata me cortó abruptamente, y yo, que no me di cuenta, terminé haciendo un soliloquio de que esa película es la que más dinero le resituaba a Coppola, hasta ahora.

VÓMITOS. Cuando uno ha ingerido algo en mal estado —se sabe—, lo mejor es vomitar, expulsarlo del cuerpo, eliminar la impureza. En eso estoy, y allá vamos… Seré breve. Terminaré rápido este terrible abordaje de la realidad. (La idea era escribir algo sobre política internacional estilo BBC, pero supongo que eso quedará para cuando aprenda a redactar.)

Veamos si sale algo decente. El mundo de hoy está complicado. Parece que los rusos y ucranianos, al final, nos metieron a todos en la freidora de la guerra, porque occidente ayuda con más armas. Los chinos ayudan con más armas a los rusos. Los turcos también, pero ahora también están terremoteados. Irán no se queda atrás, y les manda avioncitos de juguete que tiran bombas. Y España, para no quedar atrás, mandó jamón pata negra y un par de guionistas de Alex De la Iglesia para en una de esas sale un buen guión del cine bizarro de la realidad. ¿Y Nicaragua? Bien, para que después no se diga que el mundo es una rueda, porque en la patria de Sandino y Darío, al igual que Pinochet en Chile, Daniel Ortega exilió y les sacó la nacionalidad a su gente. Los Ortega se hacen odiar ya no de gratis, sino porque verdaderamente son unos reverendos hijos de…, ustedes ya saben. ¿Y Zelenski? Que ya lo dije una vez, es un actor cómico, que se pasó a la política para estudiar la “real política” con actuación, y ahora ya sabemos, dejará un país en ruinas. Los rusos se la tienen jurada, pero Zelenski es un tipo con suerte. Por eso es bueno recordar que él se hizo famoso haciendo una sátira en la televisiva en Ucrania cagándose en la política, haciendo de presidente ficticio un tanto un imbécil que gobierna un país “ficticio” con un pueblo muy desagradable. Pues bien, así fue como se hizo adicto a la fama y bla bla bla… y lo dejó todo (¿…?) por la política cuando pasó de ser un comediante local, a presidente de Ucrania, con menos de la mitad del electorado que fue a votar. Y ojo, en esas elecciones habían 16 candidatos a Presidente, pero él fue mejor actor, y por eso está disculpado por la OTAN y los otros, porque insertó a Ucrania en Europa a metralla y bombazos que no son de utilería, y aún no se sabe si la gente no le perdonarán el país arrasado por no saber negociar. Después, ya saben, cómo vivimos a la velocidad de la luz, o del 4G, le aparecieron imitadores en Nicaragua, El Salvador, a ratos en Chile, muy a menudo en Cuba, y un poquito en México, por eso de hablar sin decir mucho, a veces hablando rápido, gritando y lloriqueando o sonriendo, y nadie sabe porqué.

Todos presidentes o tiranos, con el poder del estado en sus manos por supuesto. Con una similitud admirable, que es cuando se ponen serios y dramáticos haciendo política, y empiezan a hablar despacio, como susurrando, y después sonríen. Ahí debemos agarrarnos las nalgas. Sobretodo cuando las grandes cadenas de medios, en Latinoamérica y del mundo, de vez en cuando empiezan a hablar pestes sobre ellos, y al otro día, en más de una ocasión dicen maravillas de su accionar político, pero como estos tipos resultan ser en muchos casos amorales, ellos mismos se encargan de arruinar con el mismo entusiasmo lo poco bueno que hacen. Le dan entrevistas a los de CNN, para que los confronten, y no paran de contar sus logros mínimos, haciendo creer a los demás que son los elegidos. Eso mismo pasa con los periodistas de esos medios, que chicanean a políticos de este lado del mundo, pero no se mojan con los que tienen el sartén por el mango.

Y el caso de Daniel Ortega es sintomático, y una de las experiencias especialmente dolorosas para el ala progresista en Latinoamérica: lo que les hizo a sus compatriotas, de quitarles su nacionalidad y exiliarlos, ha sido de terror. Incluso da para que hacer un esfuerzo zen para no imaginarse a Sergio Ramírez en su nuevo papel de exiliado y apátrida para lograr entender lo verdaderamente infeliz que puede llegar a ser Ortega. Con esta acción del Sandinismo de Cabaret, queda perfectamente claro que el portentoso y nunca del todo bien ponderado Sergio Ramírez, el político más que el escritor, no sería mal juzgado por desmayar a Ortega de un sopapo con esas manos tamaño dos litros que él tiene. Y, por supuesto, esto es determinante para poder entender porqué falló tanto esa revolución. Lo mismo ocurre cuando uno se entera que fuerzas de seguridad cubanas asesoran a Ortega, en estos últimos cuatro años, que es cuando más persecución política hay. En algún momento, esto saldrá a la luz, y nos daremos cuenta que al final el poder no tiene ideología. Que estamos en manos de verdaderos pérfidos de la política.

Pero la noticia más perturbadora en estos días, también, vienen de Perú y El Salvador. Digo, en El Salvador la vida de un país y su destino hoy es un hecho policial convertido en un avance nacional. Lo cierto es, que cuando ves a los cientos de integrantes de las Maras, en calzoncillos, apretados unos con otros, como esa serie carcelaria OZ, impacta por lo bestial que se puede manejar una situación desbordante de violencia naturalizada. Un ejemplo de obra en construcción que no sabes hasta dónde llega de un presidente narcisista. Una festín degradante, casi cinematográfico, tipo Los juegos del hambre, con Bukele agitando sus plumas. Un político neófito y desesperado por tener algo de reconocimiento internacional, contorneándose de la miseria humana, o la política “de impacto e inentendible” como las (in)olvidables políticas del dinero electrónico, vía Bitcoin, y al final, tanta morisqueta, con este refrito de política económica de bombos y platillos, y cámaras de tv, cuando en realidad el salvadoreño de a pie, espera las remesas desde el norte del continente.

¿Y el caso del Perú? Ya sabemos, donde la exvice de Castillo se quedó de presidenta, y al otro día le metió bala a medio mundo, porque la democracia está primero. ¿Y qué pasó después? Nada. Los muertos son el fusible real de una clase política nefasta y oportunista. Representantes que no se ponen de acuerdo de qué hacer con un gobierno ilegítimo, más allá de la inoperancia de Castillo. Y lo que se informa, doble impacto, es el cierre no se sabe hasta cuándo de Machu Pichu, para que todo el mundo se sienta tranquilo, y se relaje, porque el gobierno “de facto” está bien metido en la trama, y actúa para los historiadores del futuro, para entender al Perú de hoy, aunque de golpe sientas un terrible picazón en los ojos de tantas bombas lacrimógenas en el interior del país. Y otros, las víctimas de la represión, se lamentan de no vivir en Estados Unidos, porque de seguro allá se podría haber demandado a Dina Boluarte, por mucho menos de lo que mandó a hacer en Lima, o terriblemente en Juliaca. (Entre paréntesis: en alguna parte leí que cada vez que algún Presidente interpreta la realidad su país basado en una idea de querer transformar de raíz el componente social, siempre, indefectiblemente, mueren primero los “nadie”, pero eso sí, sobreviven los expresidentes acusados de corrupción y nefadores de su mismo pueblo.

Yo me pregunto… ¿En qué se equivocaron los amautas para que, por ejemplo, un Perú no sea el sinónimo de valor que supo ser para haber heredado tanta decadencia en su clase política?

ALUCINACIONES … Y entonces tomé antibióticos y empecé a leer viejas notas de porqué hoy ganan los malos. Eso es lo que yo recomiendo como iniciación dolorosa y eficaz en el oficio de interpretar al mundo de hoy. Es lo que yo llamo un rito de paso. Porque hay un antes y un después, luego de leer a Kapuscinski o Adriana Fallaci. Uno nunca vuelve a ser el mismo luego de tener estas lecturas en el cuerpo, que retratan al mundo, desde lo considerado ínfimo en la sociedad, pero que crece más rápido —rapidísimo— de lo normal que termina signando toda una sociedad. Como lo puede ser la xenofobia, el racismo, los malos gustos musicales, creer que un país sin clases es lo mejor, o una especie de anti-capitalismo que sería el hartazgo de los pro animales, los pro muchos géneros sexuales y asexuados, y mi vecina que no saluda porque es un ser superior. Max Weber y Antonio Gramsci hablaron de esto pero nunca les dieron bola. O darte cuenta que cuando tú envejeces viendo cómo por lo que trabajaste tanto no vale ni un Perú. Y así te vas gastando de a poco, pero sales a la calle, en mi caso al Carrefour de La Marsa, convencido de que tienes todas sus f-a-c-u-l-t-a-d-e-s intactas, pero al final te quieres comprar un tanque tipo Leopard, esos que venden los alemanes, y darle caña a quien no respete las reglas del tránsito aquí en Gammarth (bueno, aquí en Túnez seguro me haría campeón de pisar carros). Luego, salgo de mi sopor, y juro que jamás volveré a enojarme tanto, y sin embargo…

Tal vez se trate esto: que la información hegemónica sea la vacuna virósica, la muestra de que el bacilo que te clavan en el brazo para curarte, para volverte inmune de a poco, sea todo lo contrario. Tal vez esa sea la función verdadera de CNN, FOX NEWS, y los otros, sea la de atraer sobre uno todo aquello que —si ellos no existieran— descargaríamos la bronca sobre las esposas, los hijos, los amigos, la vecina del fondo de mi casa, etc. Tal vez, después de todo, las Noticias del Mundo al Instante, tenga una razón de ser y —ya lo dije al principio— su existencia depende de nuestra continuidad y nuestras ganas de encender el aparato. O puede ser que nuestros descendientes estudien a las grandes cadenas de información, no como algo nefasto, sino como una suerte de mesías para exculpar nuestros pecados, como un objeto que detestábamos para no detestarnos nosotros mismos, y de repente con esta cuota de catarsis te sientes bien, feliz, lleno de esperanzas. Así que llamé a mi homeópata y le comenté mi teoría. Me escuchó con atención. Suspiró. “No”, me dice. Y me subió la dosis de antialérgicos.

¡¡¡Buenas Noches. Buenos Días!!!

 

 

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