La relevancia de Salvador Allende en la política latinoamericana en el siglo XX todavía no se termina de dimensionar: el primer presidente marxista, moderno y democrático de Chile, y para el mundo. El primer proceso de la política mundial que experimentó las formas del socialismo a través de la vía electoral que, a contramano de otras partes del mundo, se establecieron con una revolución armada. Así y todo Allende, el territorio simbólico de la revolución democrática de Allende, con los años, ha ido adquiriendo proporciones míticas del sueño de un país más justo en el sur del mundo. Por lo mismo, los teóricos marxistas han considerado el proceso chileno tanto genial como imposible, sobre todo después de la extraordinaria inmolación de Allende en 1973. Hoy, a cincuenta años de su muerte, Allende es un faro de la buena política que buscó nivelar la vida de los derrotados, los excluidos y los soñadores de un continente que -con idas y venidas- siempre contó con su mejor capital: su gente y su destino.
Por El Lector Americano
(Virginia, 5 de septiembre de 2023)
¿Cómo empezar? ¿Por dónde? Tal vez a la manera de cualquiera de esas muchas biopics distópicas que prefieren arrancar por el final. Un presidente dando un último discurso que te pone la piel de gallina. La casa de gobierno asediada por el bombardeo aéreo, la escolta de la presidente diezmad; después, unos pocos sobrevivientes que integraban ese cuerpo de seguridad presidencial, fusilados. Salvador Allende cumpliendo su palabra hasta el final: suicidio de honor y un país quebrado para siempre. Augusto Pinochet, el general traidor (supuesto hombre de confianza de Allende) 25 años después, acusado por tribunales internacionales por probadas violaciones a los derechos humanos, terrorismo internacional, pero también acusado de corrupto y ladrón en Estados Unidos.
(Apertura. Off relatando la historia. Un país perfumado por enredaderas sin perfume)
Aquí viene hacia nosotros Salvador Allende Gossen, nacido como “chicho” para su familia y “corregido” para la historia por el acierto “cercano” en la errata de su hoja de enrolamiento del Partido Socialista de Chile. Acercándose al galope –con sesenta y cinco años, y hace medio siglo– montando un caballo que, de pronto y sin aviso, se arroja en la última de las muchas veces tierra oscura de un Santiago ensangrentado. Y de ahí –nunca más reivindicado del todo– el Compañero Presidente reposa en una tumba anónima, y un fulminante ataque terror y persecución pos 1973, se deja caer en la larga noche de Chile.
Corte a: Plano general día/biblioteca nacional
Un abanico de fotos –acaso extraídas de la monumental biografía que le han erigido sus biógrafos– lo muestran a Allende, por orden cronológico: de bebé, nacido en 1908, como hijo de un abogado/notario en el Santiago/Valdivia/Valparaíso profundo y burgués, ese “que sólo pueden entender los que han nacido allí”. Ahora un retrato de Allende en tres cuartos, de lado, otra como estudiante brillante y curioso; otra como como aviador que se queda sin guerra donde volar; otra, plano general como poeta frustrado que se resigna a la prosa; en plano medio como escritor más secreto que olvidado, como Elías Lafertte, el padre ideológico de Allende, que le ayudó a debutar en la arena política con la condición de no tener que leer sus manuscritos; luego un flashback como guionista ebrio, y entre el whisky y la nada, Allende se queda con el whisky, y sonríe a cámara, como esas salidas que tenía Allende desde sedientos mítines políticos, años 66, 68, 69, marcando escenas sueltas, y también poniendo frases en boca de Pablo Neruda, eso de entre tener y no tener. Después un plano entero del mismo Allende entre el sueño eterno y, ya lejos de allí, y adelantando el calendario, preguntándole al mismísimo Francois Mitterant, en septiembre 1980, si puede convencer a Nixon para no hacer lo que ya hizo.
Corte a negro
Prospectiva de una vida que no fue
Volvemos al Año 1978, el mismo Allende pero más canoso, siendo teorizado como figura de culto en Latinoamérica por el mismísimo Jean Paul Sartre, quién afirma que para los jóvenes de Chile, “Allende c’est un dieu”. Otra de Albert Camus (al que Allende despidió en su muerte temprana) celebrando “su calor y su polvo”, como esas estrellas desclasificada y redescubierta para los suyos con la nueva edición de “El Pueblo Unido jamás será vencido”, de Sergio Ortega. Otra más; Un rejuvenecido Víctor Jara, quien cataloga al candidato presidente como a un “Lenin sin partido, en un país largo y lejano, donde las historias se cuentan en colores sobre paredes de viejos murales en sepia”.
Otro flashback
Sobresale una imagen latente de un hombre trajeado en lino blanco, que prefiere ser más Don Juan, que político y que pronuncia uno de los más breves e intensos y mejores discursos de aceptación, también su sentencia de propia muerte en septiembre, 15 años después, un martes, 11, de 1973. Hace cincuenta años.
Voz en off de letras rojas y fondo negro
Quizás –después de todo y, antes que nada– conviene estudiar a fondo ese proceso político de “socialismo en democracia” imaginado pero verdadero muy a la chilena de puño y trazo y letras de su creador, acompañado por las frondosas y dinásticos Araucarias, en los campos del sur, tierra mapuches, y de jóvenes idealistas de los ‘60, casi todos asesinatos después de 1973. (…)
Sin más demora, ir directo al gobierno de la Unidad Popular. Tres mil días de gobierno boicoteado, dos intentos golpistas, dos potencias del mundo, URRSS y Estados Unidos, recopilando noticias de qué es ese gobierno socialista con elecciones burguesas, que sin decirlo eran un incordio. Arrancar con las más “fáciles” proyecciones funestas de un gobierno acosado por propios y ajenos. De mineros, el sueldo de Chile, de terremotos, de poetas borrachos, de nombre Pablo de Rocka, que no deja de mirar fijo a toda mujer que pasa por ahí, o Parra Nicanor o Neruda Pablo, todos construyendo un Chile anfibio, y poco a poco descolocados de la matriz de Allende.
Corte a:
Reporter Esso (locutor colérico)
Chile es una tormenta roja escrita –a tres semanas frenéticas antes del golpe de estado– a varias manos para negociar con el parlamento chileno y llamar a un plebiscito. Los hombres democráticos no negocian, menos se venden, le responden. ¿Cuál es el precio del sueño de un pueblo para evitar cualquier enfrentamiento entre ellos mismos? Patricio Aylwin es demasiado decente para co- participar de un acuerdo. Veinte años después nadie se acuerda de esta parte de la historia.
Documental La batalla de Chile
Campesinos y funcionarios de la Unidad Popular mojándose el “potito” en las campañas cortas y amplias como lo fue “la Reforma Agraria” o “el Vaso de leche de los niños del Chile profundo” o “Casas dignas para los nadie” (después del golpe ni leche ni casas, solo esquirlas en las estadísticas del Chile excluyente y fascista). O panorama cultural, y respirar profundo y zambullirse en la riada de ¡Música nacional y Literatura popular! –publicada el mismo año de otra alucinación llamada Quimantú y Dicap. O el sureño gesto del Poeta, Pablo Neruda, que se hizo con el Nobel– y esa primera oración de doce líneas que incluye paréntesis y guiones y llegar a la otra orilla, felizmente extenuados, cambiados para siempre, terremoto mediante, descubriendo maravillados que hemos aprendido a respirar y a leer bajo del agua. Porque somos Chile ¡carajo!
Corte a:
Bibliografia fictícia pero igual…
El Animal Político
¿Y de dónde viene Salvador Allende, que según cuentan, Armand Mattelart, se quedó frizado cuando se enteró de la campaña de Allende, a quien acusó de haber puesto toda la carne en el asador para montar su propia mitología cósmica que tiempo después, dejó de ser hilarante y feliz como en la película de Chaplin, en Tiempos Modernos? Pero luego está asumido que –considerado Allende como uno de los tres ángulos sobre los que se apoya toda la literatura política latinoamericana del siglo XX– la cosa se organiza más o menos así: Cárdenas en México que sale de Pancho Villa; Juan Domingo Perón que se apoya en Palacios y los sindicalistas sin Perón, y el mismo Salvador Allende, y su utopía de los mil días que surge con Pedro Aguirre Cerda pero, enseguida, agrega más ingredientes a su espeso brebaje. Receta que se cuece a fuego lento y que desglosó a la juventud rebelde, quienes consideran a Allende “uno de los innovadores más radicales en la historia de la política del Sur del Mundo. Un político a cuyas clases debieron haber ido la vanguardia europea e hispanoamericana. A saber: “Olof Palme de Suecia, Francois Mitterrant de Francia y otros idealistas que dieron vida a mundos imaginarios, lo suficientemente vívidos y coherentes como para suplantar el real.
Y otra vez hacia atrás, el joven Salvador Allende, listo y armado con su uniforme como ministro de Salud del gobierno del Frente Popular en 1945. Y, me parece, creo que olvido al primer aprista peruano, y a sus digresiones flotando a través de años y espacios y “¡se jodió todo!”, exclama desde un futuro incierto Allende al leer en francés y descubrir “el gobierno que más me hubiera hacer era ese de la unidad latinoamericana”.
Corte a auspiciantes:
El Señor Utopía
Difícilmente podrá culparse a algún crítico de lo que escribo, porque esta redacción goza de un imperativo que aún persiste en la condición humana (incluso en nuestros días) que me obliga a situar estas líneas en un lugar destacado entre las Distopías políticas del subcontinente. Por eso el establishment de la historia contra Allende concluyó que, en 1973, en el suplemento de crónicas políticas de The New York Times se refiere a esta etapa como: “La época más consistentemente histérica y confusa de la última y primera etapa de los ‘70 de un país al fin del mundo”.
Posiblemente –aunque más lo piense– nadie se atrevería hoy a poner algo así por escrito como se hizo hace cincuenta años. Pero también es cierto que el trato que se le continúa dando a Allende es siempre ambiguo. Allende es materia volátil, sustancia que no debe agitarse demasiado antes de su uso, por ser aún ideología altamente contagiosa. Pero en Chile aún sigue siendo impronunciable. Digo, se reconoce su grandeza, pero, siempre, con cautas contraindicaciones y posibles efectos residuales. Por eso me gusta imaginar una hipotética sobrevivencia atemporal y antojadiza de Allende, después del golpe militar, e imaginarlo dando una respuesta a The Paris Review de 1980 donde –aunque ya bastardeado y cuestionado por irse al exilio– se le pide una sugerencia para aquellos que no entienden lo que quiso hacer en política incluso después de haber muerto todos estos años, desde 1973. Allende desde entrevista del más allá recomienda: “Que lean la historia cuatro veces”.
Porque la percepción de Allende –quien parecía esconderse tras una transparente máscara de un político del territorio, que pisaba la calle, lo cierto es que leía todo y hasta tuvo tiempo de dedicarle un elogio a Conrad Adenauer, y a otros colegas titanes de la política plantaría.
Por español, los traductores de Allende al final abren el diálogo, y lo calcificando de “aparición tremenda” y cierran sus discursos aludiendo que no hay un elogio mayor –en privado y para oídos de pocos– que si el carácter shakespeariano fuera la mayor excelencia de la vida, Allende sería el más grande estadista de nuestros días.
Y están los otros…
Más crueles –es de esperar- por el apenas disimulado terror por la igualdad, y la sospechosa “meritocracia” ante el abismo de la realidad de la mayoría, y el botón automático del reflejo de matar al Salvador Allende cercano. Todos ellos periodistas y analistas de la tv fascista por diecisiete años en un Chile quebrado. Todos descendientes nacidos en la misma y sureña patria chica. Expresiones como: “Tengo más para decir de Cristóbal Colón y, Dios lo sabe, es mejor que Allende”. Otro; “intento ni acercarme a él para que mi pequeño mundo en libertad no se empantane de barro rojo”.
Al final todas opiniones que denotan que la sola presencia de Allende entre nosotros constituye una gran diferencia en cuanto a lo que un hombre democrático puede o no permitirse hacer. Pero nadie quiere ver a su mula y su carreta arrastrándose sobre los rieles por los donde pasa rugiendo la locomotora de una sociedad más justa.
Corte a:
Resumen y paredón
Cincuenta años de incomprensión
Salvador Allende llega pronto a nosotros. La gente de la izquierda amplia, se sienten primos hermanos de Allende. Y la casa natal de Allende está embrujada y es embrujadora. Allende comienza a entenderse a principios de los años 2000 y puede entendérselo como un hombre más de la vieja escuela o, mejor aún, como el político del futuro. Así, Cárdenas y Aguirre Cerda y Perón y Lula da Silva son hijos dilectos del allendismo ampliado. Y el discurso y la técnica y la temática que encienden la mecha del Big Bang allendista y dan el disparo de salida en las carreras de todos ellos.
Al final, cuando todo estuvo consumado, quizás el único deseo de Allende, como persona, era que lo borraran y lo echarán de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que su último discurso… justamente esas palabras, que desde hace cincuenta años reverberan lo suficiente de dignidad, y perspicacia, para prever lo que iba a ocurrir, como algunos analistas de nada no lo vieron, y por eso viven descolocadlos.
¿Ese fue el propósito de Salvador Allende? Digo, de que vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de su vida, que en sus palabras equivalen a sus exequias y su epitafio, o ambas, donde compuso memoria y murió. Deseo realizado a rajatabla. Porque su ideario sigue llevando su nombre. Y –mientras no agoniza, mientras sobrevive en la creencia de que, como lo dijo el 11 de diciembre de 1973 en una red telefónica de Radio Magallanes, el hombre prevalecerá– recuérdenlo siempre, no olvidarlo jamás, escríbanlo en el reverso de una postal y péguenlo ese sello de doscientos pesos que lleven su rostro: “El pasado nunca muere. Porque ni siquiera ha pasado”.
Y –como apuntó al final de su discurso – “Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».
Articulación de palabras que da cuenta que hay verbos en español que bien puede ser conjugaciones en los que cada vez cuesta más concentrarse en algo que supere los ciento cuarenta caracteres, una última pero definitiva instrucción para que esos hombres y mujeres que le creyeron también sepan lo difícil que es el cambio social: O sea: resistir, aguantar, soportar, durar, permanecer.
Como Salvador Allende.