Trump, el Trol

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Por Claudio Álvarez Dunn* 

BOGOtÁ, Colombia, 5 de febrero de 2025 – El término «trol» tiene varios significados, entre ellos oscila entre un ser mitológico y un usuario de internet que publica mensajes provocativos.

En el folclore escandinavo, los trols son seres humanoides que pueden variar en su apariencia y personalidad, pero que en general son peligrosos y bobalicones.

En internet, un trol es un usuario que publica mensajes ofensivos, provocativos o fuera de lugar con el objetivo de molestar o llamar la atención. Los trolls suelen buscar interrumpir las discusiones, sembrar discordia y crear controversia.

Su principal intención es molestar o provocar una respuesta emocional negativa con fines diversos (incluso por diversión). Otro objetivo suele ser alterar la conversación normal en un tema de discusión para lograr que los mismos usuarios se enfaden y se enfrenten entre sí. Según la Universidad de Indiana es una comunidad en aumento. ​ El troll puede crear mensajes con diferente tipo de contenido como groserías, ofensas o mentiras difíciles de detectar, con la intención de confundir y ocasionar sentimientos encontrados.

Originalmente el término se refería a la práctica en sí y no a la persona; sin embargo, también se aplica a quienes incurren en ese tipo de prácticas.

Si bien la palabra «trol» y el verbo «trolear» están vinculados a Internet, los medios de comunicación la han utilizado como un adjetivo para etiquetar acciones intencionalmente provocativas y acoso fuera de un contexto en línea.

En las redes sociales, el presidente norteamericano Donald Trump hace rato que encaja en ambas definiciones.

Una respuesta al porqué de esto la publicó hace poco el escritor británico Nate White, quien con una elocuente e ingeniosa descripción concibió esta magnífica respuesta:

Alguien le preguntó: ¿Por qué a algunos británicos no les agrada Donald Trump?

“Me vienen a la mente algunas cosas -explicó el intelectual-, Trump carece de ciertas cualidades que los británicos tradicionalmente valoran. Por ejemplo, no tiene clase, ni encanto, ni frialdad, ni credibilidad, ni compasión, ni ingenio, ni calidez, ni sabiduría, ni sutileza, ni sensibilidad, ni conciencia de sí mismo, ni humildad, ni honor ni gracia: todas cualidades, curiosamente, con las que su predecesor, el señor Obama, fue generosamente bendecido.

Entonces, para nosotros (los ingleses), el marcado contraste más bien pone de relieve las limitaciones de Trump de manera vergonzosamente aguda. Además, nos gusta reírnos. Y si bien Trump puede resultar ridículo, nunca ha dicho nada irónico, ingenioso o siquiera levemente divertido; ni una sola vez, nunca.

No lo digo retóricamente, lo digo literalmente: ni una vez, nunca. Y ese hecho es particularmente perturbador para la sensibilidad británica: para nosotros, carecer de humor es casi inhumano. Pero con Trump, es un hecho. Ni siquiera parece entender qué es una broma: su idea de una broma es un comentario grosero, un insulto analfabeto, un acto casual de crueldad.

Trump es un trol. Y como todos los trols, nunca es divertido y nunca se ríe; él sólo grazna o se burla. Y, sorprendentemente, no sólo habla con insultos groseros y estúpidos, sino que en realidad piensa en ellos. Su mente es un algoritmo simple, parecido a un robot, lleno de prejuicios insignificantes y maldad instintiva.

Nunca hay una capa subyacente de ironía, complejidad, matices o profundidad. Es todo superficie. Algunos estadounidenses podrían considerar que esto es refrescante y sincero. Bueno, para nosotros no. Lo vemos como si no tuviera mundo interior, ni alma.

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Y en Gran Bretaña tradicionalmente nos ponemos del lado de David, no de Goliat. Todos nuestros héroes son valientes desvalidos: Robin Hood, Dick Whittington, Oliver Twist. Trump no es ni valiente ni desvalido. Él es exactamente lo contrario de eso.

Ni siquiera es un niño rico mimado ni un gordo codicioso. Es más bien una babosa blanca y gorda. Un Jabba el Hutt con privilegios (en referencia al personaje ficticio que se presenta como el gran señor del crimen con forma de babosa en la serie Star Wars).

Y peor aún, es la cosa más imperdonable de todas las cosas para los británicos: un matón. Es decir, excepto cuando está entre matones; luego, de repente, se transforma en un compañero llorón.

Hay reglas tácitas para esto (las de decencia básicas del boxeo moderno impuestas por el Marqués de Queensberry) y él las rompe todas. Golpea siempre abajo, algo que un caballero no debería, no haría y nunca podría hacer, y cada golpe que apunta es por debajo del cinturón. Le gusta especialmente patear a los vulnerables o a los que no tienen voz, y los patea cuando están deprimidos.

Entonces, el hecho de que una minoría significativa (tal vez un tercio) de los estadounidenses mire lo que hace, escuche lo que dice y luego piense: «Sí, parece mi tipo de persona» es motivo de cierta confusión y no poca angustia para los británicos, dado que:

* Se supone que los estadounidenses son más amables que nosotros, y en su mayoría lo son.

* No es necesario tener un ojo particularmente atento a los detalles para detectar algunos defectos en el hombre.

Este último punto es lo que confunde y consterna especialmente a los británicos, y también a muchos otros; Sus defectos parecen bastante difíciles de pasar por alto.

Después de todo, es imposible leer un solo tweet, o escucharlo decir una o dos frases, sin mirar profundamente al abismo. Convierte la sencillez en una forma de arte; es un Picasso de la mezquindad; un Shakespeare de mierda. Sus defectos son fractales: incluso sus defectos tienen defectos, y así hasta el infinito.

Dios sabe que siempre ha habido gente estúpida en el mundo y también mucha gente desagradable. Pero rara vez la estupidez ha sido tan desagradable, o la maldad tan estúpida.

Hace que Nixon parezca digno de confianza y que George W parezca inteligente.

De hecho, si Frankenstein decidiera hacer un monstruo ensamblado enteramente a partir de defectos humanos, haría un Trump. Y luego el Doctor Frankenstein arrepentido se agarraría sus grandes mechones de pelo y gritaría angustiado: ‘Dios mío… ¿qué he creado?».

En el lenguaje chino, un trol es referido como bái mù, que significa literalmente ‘ojo blanco’, que puede ser simplemente explicado como «ojos sin pupilas», en el sentido que mientras la pupila del ojo es usada para la visión, la esclerótica no puede ser vista. Por ello el troleo involucra hablar a ciegas cosas sin sentido en Internet, teniendo total indiferencia a las sensibilidades o no estar consciente de la situación, lo que puede interpretarse como tener los ojos en blanco. Un término alternativo es bái làn, literalmente, ‘moho blanco’, que describe una publicación completamente absurda y sin sentido hecha para fastidiar a otros.

Cualquier parecido con el nuevo inquilino de la Casa Blanca entonces no parecería una mera similitud pues ello se puede confirmar en Amazon, donde cada día se vende más el famoso muñeco de goma con la imagen de Donald Trump, como todo un Trol. A 20 años del estreno de El aprendiz, parece que aquel programa de telerrealidad engendró al personaje que con su bulling y prepotencia se convirtió el nuevo presidente de Estados Unidos. Esa forma de violencia hacia los que no pueden defenderse de manera efectiva o generalmente están en una posición de desventaja o inferioridad parece representar a un sector de la sociedad estadounidense que piensa igual que el nefasto Trol.

 

(*El autor es un periodista independiente)

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