Foto Flickr.com/Yahoo
Por Teresa Gurza
Pregunta común es la de por qué algunas personas recuerdan lo que soñaron y otras no.
Y una nota de la agencia EFE del pasado18 de febrero la responde, citando a científicos de la Escuela de Estudios Avanzados IMT de Lucca quienes en colaboración con la Universidad de Camerino publicaron en Communications Psychology, el resultado de su indagación en 200 voluntarios de entre 18 y 70 años.
Todos fueron previamente sometidos a pruebas psicológicas para determinar sus niveles de ansiedad, interés por los sueños, propensión a la divagación, memoria y atención selectiva.
Les pusieron relojes que detectaban en cada muñeca, la duración, eficiencia y alteraciones del sueño y les dieron una grabadora a la que contar al despertar, si habían soñado o no; si creían haber soñado, pero no lo recordaban; o describir el sueño.
El estudio concluyó, que los más jóvenes mostraban mayores tasas de recuerdo experimentaron periodos más largos de sueño ligero y recordaban menos los sueños en invierno que en primavera.

“Nuestros hallazgos sugieren que el recuerdo de los sueños no es una mera cuestión de azar, sino un reflejo de cómo interactúan las actitudes personales, los rasgos cognitivos y la dinámica del sueño” dijo Giulio Bernardi, autor principal y profesor de Psicología General en la Escuela IMT.
Pero me parece más notable, algo que descubrió el médico de la reina María Antonieta, Félix Vicq d’Azyr; el primero en observar a finales del siglo XVIII una especie de botón al que en siglos no se dio atención.
Hasta mediados del XX se hizo evidente que vigilia y sueño, están coordinados por una compleja red de regiones cerebrales en cuyo centro se encuentra un diminuto conjunto de neuronas que forman el locus coeruleus, expresión latina que significa punto azul porque al activarse, sus neuronas se tiñen de color zafiro.
Y ahora, la mayoría de los neurocientíficos coinciden en que ese pigmento azul desempeña papel clave en la señalización cerebral debido al neurotransmisor noradrenalina también llamado norepinefrina, que controla nuestra actividad y emite luces a otras regiones del cerebro, mejorando la comunicación entre las neuronas.
Durante mucho tiempo, los investigadores asumieron que el locus coeruleus permanecía inactivo durante el sueño.
Pero actualmente se sabe, que nunca está completamente inactivo y que una mejor comprensión de su importancia podría ayudar a tratar las alteraciones del sueño.
Un artículo para la BBC de David Robson de este 3 de febrero precisó que el locus coeruleus, que se encuentra en el tronco encefálico encima de la nuca, contiene alrededor de 50 mil células, una pequeña porción de los 86 mil millones de neuronas del sistema nervioso central promedio.
Una investigación de Anita Lüthi, de la Universidad de Lausana (Suiza), sugiere que este botón determina la calidad de nuestro sueño.
Y la investigadora en neurociencia Mithu Storoni describe el locus cerúleo, como una especie de caja de cambios del cerebro.
Marcha 1: actividad muy suave en el punto azul; los bajos niveles de noradrenalina hacen nuestra atención difusa.
Marcha 2: activación moderada en el punto azul, acompañada de picos ocasionales de noradrenalina.
Marcha 3: Actividad constante del punto azul que libera altos niveles de noradrenalina; lo que desencadena actividad en las regiones cerebrales asociadas con la respuesta de lucha o huida, mientras que la corteza prefrontal comienza a desactivarse.
En este momento y debido a la mayor comunicación entre neuronas, somos extremadamente sensibles al entorno; nos cuesta concentrarnos y podemos empezar a sentirnos abrumados… y a desvelarnos.

Muchos factores determinan en qué marcha nos encontramos; tiende a ser baja al despertar, aumenta durante el día y disminuye al anochecer.
Y todos coinciden en que se ha convertido en una decisiva área de investigación de los problemas del sueño, porque es capaz de silenciar la actividad mental que impide dormir… y los insomnes quisieran detener.
Pero a quienes no interesa soñar ni recordar, sino simplemente dormir, les informo que un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, que rastreó los ciclos naturales del sueño de más de 73 mil adultos, descubrió que quienes se dormían después de la una de la mañana, tenían mayor riesgo de desarrollar depresión, ansiedad y otros problemas mentales.
Lo bueno, es que el hábito de acostarse tarde puede modificarse y con ello mejorar la eliminación de los deshechos cerebrales, producción hormonal, estado de ánimo, función inmunitaria y digestión.
Para cambiarlo se recomienda, no tomar cafeína desde el mediodía, ni alcohol en la noche, tratar de relajarse, apagar luces y evitar pantallas; lo que indicará al sistema nervioso que es hora de desconectar.
Y algo facilísimo de hacer y que es la mejor ayuda para un sueño tranquilo y profundo, es comer semillas de calabazas; porque contienen triptófano, magnesio y zinc, que lo inducen.