Por Néstor Ikeda
Excorresponsal de Associated Press en Washington
El “Padre Robert” no llegó a Perú para imponer nada, sino para escuchar y servir. Por eso el país no lo adoptó: lo reconoció como uno de sus hijos
El Papa León XIV prefirió el español al inglés en su primer discurso al mundo. Siendo estadounidense, su preferencia lleva un mensaje tan fuerte que hizo sentir incómodos a muchos líderes mundiales racistas y xenófobos. Y es que el nuevo pontífice es uno de esos individuos cuya influencia trasciende fronteras, cuya presencia redefine el concepto de nacionalidad y cuyo impacto se arraiga tan profundamente en una tierra extranjera que ésta deja de ser extranjera. Tal es el testimonio silencioso pero profundo de Robert Francis Prevost—hoy Papa León XIV—cuya travesía desde Chicago hasta las colinas episcopales de pequeños pueblos del Perú sentó las bases para uno de los pontificados culturalmente más significativos de nuestra época.
Volvió a nacer en América Latina
León XIV no nació en América Latina, pero América Latina, y el Perú en particular, lo volvieron a nacer, desarrollar y amar la región como su nueva patria. No llegó como conquistador. Llegó como servidor. Cuando el joven Robert Prevost pisó por primera vez las calles de Chulucanas y otros pequeños pueblos del norte de Lima, no buscaba liderar, sino escuchar; no llegó para imponer, sino para comprender. Como misionero agustino, arribó en una época marcada por la violencia, la incertidumbre y la transición, ofreciendo no sermones de poder, sino gestos de solidaridad.
Su legado en el Perú no se construyó en catedrales, sino en barrios de gente que vestía ojotas (el equivalente peruano del huarache mexicano)—con actos de paciencia, humildad y acompañamiento. El pueblo, especialmente los pobres y desplazados, vieron en él no a un emisario de Roma, sino a un vecino. Y él, en ellos, no encontró solo una misión pastoral, sino un hogar espiritual, una nueva patria. En la mirada de muchos, llegó a ser más peruano que muchos nacidos bajo el sol de los Incas.
Pontificado con arraigo latinoamericano
Ese arraigo moral para con la América Latina da un carácter singular a su pontificado. Su elección como Sumo Pontífice bajo el nombre de León XIV sorprendió a muchos, no solo por el nombre elegido, sino por las señales inmediatas que envió: su negativa a hablar en inglés en su primer mensaje público, la naturalidad con la que se dirigió a la multitud en español para mencionar a Chiclayo –ciudad peruana que muchos en el mundo no sabían que existía–, y el simbolismo discreto de un hombre nacido en el rico Norte, pero enraizado en el empobrecido Sur.
Este anclaje adquiere una resonancia global urgente. En un mundo que enfrenta flujos migratorios crecientes, retórica xenófoba y políticas cada vez más excluyentes—particularmente en Estados Unidos—León XIV se perfila como un posible contrapeso moral. En los Estados Unidos de Donald Trump, donde las redadas migratorias se han intensificado y hasta se ha separado a niños de sus padres en la frontera, la claridad ética de un papa que ha vivido entre migrantes no puede ser más necesaria.
La iglesia recupera su misión de servir como refugio
La Iglesia Católica, bajo su guía, debe recuperar y fortalecer su misión histórica como refugio para los marginados. Si sus acciones pasadas son indicio de su futuro, León XIV no guardará silencio ante la injusticia. Su concepto de “hogar” no se limita a la geografía. Se define por el sentido de pertenencia, la dignidad y la compasión.
En el Perú, aún se habla del “Padre Robert” con la ternura que se reserva para un miembro de la familia, un compatriota. No porque haya construido monumentos, sino porque echó raíces en los corazones, no en las jerarquías. Su historia nos recuerda que el verdadero sentido de pertenencia no se impone ni se reclama: se cultiva. Él no buscó ser aceptado. Simplemente vivió con tanto amor que la aceptación de los peruanos fue inevitable.
Y ahora, desde la sede de Pedro, lleva al Perú en el alma, y a la América Latina en la voz. En tiempos de división, el mundo quizás no necesita un gobernante con cetro, sino un pastor con cicatrices. León XIV representa tanto a la memoria del exilio como la esperanza del hogar.
En la senda de su predecesor Francisco
Todo indica que el Papa León XIV se dispone a seguir el camino trazado por su predecesor, Francisco, en la defensa de los migrantes. Su prolongada experiencia pastoral en el Perú lo puso en contacto directo con comunidades vulnerables, muchas marcadas por el desplazamiento y la exclusión. Esa vivencia, unida a su formación en el mismo espíritu latinoamericano de justicia social que inspiró el pontificado de Francisco, lo sitúa como una continuidad moral y espiritual. Por ello, su primer gesto como Papa—hablar en español y omitir el inglés— se considera no solo como una señal de cercanía cultural, sino un acto deliberado de posicionamiento a favor de los pueblos migrantes. En un mundo donde los muros se levantan más rápido que los puentes, León XIV se perfila como una voz profética que no negociará el derecho humano al refugio y la dignidad.