Adiós al Valdivia

Teresa Gurza.
Tal vez a algunos pueda parecerles un tema pecaminoso para escribir sobre él en Semana Santa.
Pero decidí hacerlo porque me parece un asunto lindo y además, porque el primero de abril cierra sus puertas para siempre; lo que no deja de darme tristeza por el tiempo ido y los buenos ratos ahí pasados.
No he sabido que en el mundo haya otro hotel igual; pero en Santiago de Chile el Valdivia, es un hotel famoso y emblemático y desaparece por exceso de construcciones alrededor y también como dirían los sindicalistas por un poco de falta de materia de trabajo; ya que ahora los muchachos y los no tanto, hacen el amor con quien quieren y donde quieren.
A los jóvenes que lleguen a leer esto y acostumbran viajar y pasar la noche con sus amores, les puede parecer raro; pero cuando en 1959 se fundó el Valdivia en una antigua casona del centro de Santiago, había en Chile muy pocos hoteles.
Y como eran “hoteles decentes” no aceptaban parejas que llegaran sin equipaje; como si las maletas fueran un certificado de matrimonio, pureza y buena conducta.
Tampoco existía el divorcio legal; vaya, ni siquiera había televisión; y muy pocas familias “bien” aceptaban la convivencia de los novios que eran algo más que novios; o de los que llamaban “mal casados”, que a algún lugar tenían que ir a demostrarse amor y pasión.
Y así como en Buenos Aires existió, o existe no lo sé, Villa Cariño, un inmenso parque para besarse y demases sin preocupación porque contaba con protección policíaca, que solo intervenía cuando a los guardianes que hacían las rondas, les parecía que del amor se había pasado a la agresión, en Chile estaba el Hotel Valdivia; llamado en broma Valdivia Hilton.
Que según sus propietarios, la familia Mella Quesada, vino a cubrir un espacio necesario “para que las parejas de cierta categoría, tuvieran un lugar discreto, limpio, bonito, y cómodo para sus aventuras románticas y el disfrute de sus cinco sentidos; porque los moteles eran muy mugres”.
Se inauguró con sólo siete habitaciones, pero el incremento de clientela fue obligando a hacer más y ahora cierra con 48; todas temáticas.
Se podía escoger la egipcia, tailandés, mora, cataratas de Iguazú, volskwagen, laguna azul, africana, pop art, disco, Noa Noa, polinésica, polar, de las islas fidji, griega, hindú con frisos y maderas talladas, vagón de tren, hipocampos y estrellitas de mar, sexo con amor, sauna, Amazonas, espejos etc etc.
Especiales eran las Acapulco y Puerto Vallarta, que prometían “toda la calidez de las costas de México con una gama de colores sin límites”.
Estaban equipadas con frigobar; y se daba botana de bienvenida, y desayuno, almuerzo o cena, de acuerdo al día y hora de llegada.
Corredores sin conexión ni visión posible, resguardaban la privacidad a la entrada y salida; y el registro y la elección, se llevaban a cabo con mucha discreción.
Cuando la clientela de los viernes se retiraba los sábados en la mañana, y los domingos todo el día, había descuentos hasta en las suites; porque en esos tiempos las parejas no se veían durante los fines de semana; que se decía, eran “para la familia”.
El precio variaba según tamaño y decoración; misma que fue cambiando con los años, tal como lo hicieron los recuerdos, gustos, lujos y pareceres.
Las últimas en construirse fueron la ecológica y la premium ecológica, “para los que buscan salir de la rutina y el ajetreo de la ciudad y conectarse con la naturaleza en medio de la selva de cemento”.
Los hijos y nietos de doña Coralia Quesada, iniciadora del negocio, se sienten orgullosos de que su hotel haya sido objeto de muchos reportajes, «porque salió hasta en la revista Time», de haber tenido varias ofertas de compra y de que hasta les han pedido franquicias; pero nada de eso fue suficiente para hacerlos cambiar su decisión de cerrarlo.
Y es que según me dijo por teléfono Abelardo Mella, uno de los nietos de doña Coralia, una importante característica del Valdivia era su privacidad; y se ha ido perdiendo por el montón de edificios de varios pisos que se han levantado en los alrededores.
Agregó que cierran, pero lo hacen muy ufanos de haber contribuido durante 54 años a la felicidad sexual de varias generaciones de chilenos.

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