Por Eduardo Lucita
Es esta una época de cambios, también de convulsiones políticas, que han impulsado una reestructuración del poder mundial. América latina está inserta en estos cambios y en ella coexisten diversos proyectos.
El imperialismo ha ingresado en su cuarta fase: la que conocemos como globalización, que es la profundización de la tendencia histórica a la mundialización del capital que hoy cubre toda la geografía mundial. Como explicara el filósofo Daniel Bensaïd esta fase «no suprime el antiguo orden de las dominaciones interestatales. Se superpone a ellas (…) y genera un movimiento contradictorio: extensión espacial de un mercado mundial sin fronteras y la organización territorial sobre la base de Estados nacionales».
Este movimiento contradictorio está presente en los cambios en la estructura de poder mundial que se desenvuelven como trasfondo de la crisis capitalista actual y la creciente inestabilidad política.
Fin del unilateralismo
El unilateralismo de los últimos años, que llevó a los Estados Unidos a la categoría de un hegemón, ha saltado por los aires. Nadie duda de la hegemonía económica y militar de los EEUU, tampoco de que su liderazgo se ha debilitado. La crisis mundial que estallara en 2007-2008 puso fin a ese unilateralismo, el poder mundial hasta ese momento concentrado se ha diseminado y el mundo está en una transición hacia un esquema de poder multipolar o bien de asociación entre potencias.
EEUU sigue siendo la potencia hegemónica en términos económico-militares pero esa hegemonía está siendo cuestionada en forma creciente. Una nueva estructura de poder está emergiendo.
Nueva estructura de poder
El dato más destacado es un grupo de países que busca tener peso propio en las decisiones y que se mueve con mayor independencia de los centros mundiales. Son los Brics (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) que el G-8 (EEUU, Canadá, Japón, Alemania Francia, Inglaterra, Italia y Rusia), ya no podía contener. Por eso la necesidad de un nuevo agrupamiento más amplio y abarcador.
El G-20, que reúne a las veinte naciones más poderosas del mundo, fue creado en 1999 apenas como un foro de debate. Sin embargo luego del estallido financiero del 2008 fue convocado de urgencia, ante la evidencia de que la crisis mundial no sólo se profundizaba sino que era de larga duración.
Se lo pretendió como «un nuevo Bretton Woods», en el sentido que, como a aquel, se le imponía la misión de establecer los mecanismos para organizar una salida ordenada de la crisis y, en términos políticos, garantizar la organicidad del sistema y su gobernabilidad.
Nada de eso ha pasado. El G-20 decretó el fin del Consenso de Washington pero colocó en el centro de las decisiones al Fondo Monetario Internacional y su orden de prioridades tiene un fuerte acento neoliberal, como puede verificarse en Europa todos los días. La crisis sigue su curso con su secuela de desocupación, aumento de la pobreza y el riesgo de serias catástrofes ecológicas.
En la región
América latina ha sido el centro de las resistencias al neoliberalismo y sigue siendo el continente con las situaciones sociales más explosivas, aunque estas son desiguales según los países.
La mayoría de las economías de la región tienen hoy fuertes grados de complementariedad con las tendencias mundiales. Su actual ciclo expansivo es reflejo de lo que sucede a nivel mundial pero también de iniciativas de los gobiernos locales. Prácticamente todos los países han mejorado su competitividad internacional y mantienen una política exportadora permanente aprovechando la inversión de los términos del intercambio. Claro que las economías son ahora mucho más abiertas y sometidas a las tensiones de los mercados mundiales. En todos los países se ha reducido la pobreza y la indigencia, sin embargo sigue siendo el continente más desigual del planeta.
Es en un marco de luchas y disputas que un nuevo cuadro de situación se ha instalado en la región. En él los gobiernos y parte de las burguesías locales, buscan replantear sus iniciativas político-económicas lo que lleva a distintos grados de adhesión o confrontación con el imperialismo y las oligarquías locales. La reconstrucción del Estado y la reimplantación del orden del capital; la profundización del neoliberalismo y el libre comercio; o el impulso a reformas que abran paso a una perspectiva política transformadora, están presentes con distinta intensidad según las relaciones de fuerzas en cada país y su inserción internacional.
Hay un bloque de países que concentra procesos de mayor radicalización y de rupturas parciales con el imperialismo, que enfrentan la cerrada oposición de las oligarquías tradicionales y del país del norte: Venezuela, Bolivia y Ecuador, todos encuentran en Cuba una referencia. Otros sostienen políticas social-liberales, como Brasil y Uruguay, mientras que Argentina comparte con los primeros una determinada identidad regional y una concepción económica neo-desarrollista, pero condicionada por sus acuerdos y dependencia económica con Brasil. Este último pese a sus contradicciones con EEUU, sobre todo en su política de defensa, en su pertenencia a Unasur y en sus acuerdos con Venezuela, colabora en políticas fundamentales con Washington y espera lograr el liderazgo regional con el apoyo de este.
El bloque del Pacífico
La novedad del momento ha sido la constitución de la Alianza del Pacífico (AP), México, Colombia, Perú y Chile. En su séptima conferencia incorporaron como miembro pleno a Costa Rica y participaron como invitados numerosos países de Centroamérica más Uruguay y España. Muchos de estos países tienen firmados tratados de libre comercio (TLC) con el país del norte y buscan profundizar el neoliberalismo, incluso han avanzado en la liberalización del comercio eliminando los aranceles de importación para el 90 por ciento de los productos que comercializan entre ellos.
Este bloque no esta exento de contradicciones. Colombia tiene relaciones comerciales privilegiadas con Venezuela; Chile y Perú un trato preferencial con el Mercosur. En tanto que Venezuela y Cuba son garantes de las tratativas de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Mientras que el presidente Santos ha elevado un insólito, aunque no inocente, pedido de integrar la OTAN.
Patio trasero
Desde la caída del ALCA -proyecto de gran mercado desde Alaska a Tierra del Fuego- los EEUU parecen no tener un proyecto global para la región, como no sea la adhesión país por país a los TLC. Sin embargo no desconocen que América latina es un laboratorio de experiencias sociales y políticas y que es desde esta misma región de donde pueden surgir alternativas políticas que generen una dinámica antiimperialista y transformadora.
La cumbre del pacífico coincide con lo que parece ser una nueva agenda regional para el segundo período del gobierno del presidente Barak Obama. No es gratuito entonces que recientemente el secretario de Estado, John Kerry, en su intervención ante el Comité de Asuntos Exteriores no tuviera empacho en señalar «América latina es nuestro patio trasero…tenemos que acercarnos a el de manera vigorosa». La visita del vicepresidente Biden a Brasil y sus presiones para agrietar el Mercosur y el recibimiento en Washington del presidente del Perú, Ollanta Humala, como antes el aval a los golpes en Honduras y Paraguay o la negativa a reconocer el triunfo electoral de Nicolás Maduro en Venezuela, marcan el intento de un regreso a la doctrina Monroe. Es también un indicador que les preocupa tanto la Unasur como la Celac y el ALBA-TCP, como las inversiones chinas y el avance diplomático que el gobierno asiático despliega en la región.
El ALBA y los movimientos sociales
Estas iniciativas de los EEUU, han encendido señales de alarma en la región, tanto en los gobiernos calificados como progresistas, como en los movimientos sociales. Recientemente en Brasil tuvo lugar la primera cumbre de «La articulación de los movimientos sociales al ALBA». Un esfuerzo de integración regional desde abajo, que no compite con los gobiernos progresistas sino que se complementa con ellos. Se planteó allí lo que caracterizaron de nueva ofensiva imperialista y su contrapartida: redoblar los esfuerzos para enfrentar al neoliberalismo y proyectar un nuevo tipo de sociedad. No subordinada a los intereses del imperialismo en la región
En este contexto conviene tener presente que en la fase de las resistencias lo que domina es el antineoliberalismo y un cierto antiimperialismo, pero si se quiere pasar a un proyecto realmente emancipador, se trata no solo de impulsar un cambio de modelo, absolutamente necesario, sino esencialmente de un cambio en las relaciones sociales de producción y de estas con la naturaleza.
Eduardo Lucita es integrante de EDI-Economistas de Izquierda.
Fuente: LA ARENA/ARGENPRESS.Info