Por El Lector Americano, (Virginia, 2 de octubre de 2023)
La canción (esa forma melodiosa en la se traducen nuestros recuerdos más íntimos y desafinados) a veces se vuelve a nuestra memoria amorosa con la fuerza inesperada de un boomerang que se arrojó décadas atrás. Allí en el aire y, cansado de esperar para volver, se olvidó del aire, y de pronto aparece reconvertido como una flecha. Cupido en Sol mayor.
Salgo a hacer la compra, y de pronto la canción brota de los altoparlantes de un supermercado y se llama “Your Song” y forma parte del repertorio de un artista insigne que con canciones amorosas perennes, que tienen “el don” de oído del corazón. Ese día me vuelvo a enamorar de ella, me refiero a la canción –que escuché ya más tarde a finales de mi primera juventud– y tenía un gran nombre detrás: Elton John. Una canción de amor a toda máquina que salva recuerdos, con una voz melosa de besos robados y callejones en llamas, o bares en llamas, y solos de guitarras bien acompañadas y navajas afiladas con las que grabar un corazón roto en un banco de estación de tren rumbo a la gran ciudad. Para que, si hay suerte, el olvido no sea cierto, y esos nombres se recordarán una y otra vez de una canción inolvidable. “Your Song” la googleo, mientras hago la cola para pagar mis él repollo y las aceitunas griegas, en Giant, y pienso otra vez mucho antes cuando ese amor surgió a finales de los ’70, y tuve mis minutos de tibia felicidad, que duró poco esa vez, y volvió a juntarse y ahí está hoy, ahora, reformada obligada a tocarse canción y amorcito una y otra vez.
¿Otra vuelta al terreno de las canciones amorosas me golpea ahora? Y mejor cantemos una que sepamos todos, me dicen los amigos de ayer. Una que cante a eso de no saber de lo que a todos nos pasó, o nos está pasando, o nos va a pasar.
“Your Song” es una de sustánciales canciones tristes, pero con toques de ritmo de dos pasos atrás y uno adelante, y con versos melancólicos donde abundan esos lugares comunes; así es, porque no hay que ser original para convertirse en un lugar común. Ya saben: la historia de un chico solitario que, con su pequeño sueldo semanal, y el corazón roto, que tiene ganas de regalar algo, pero el talento no es lo suyo, pero su fácil pero pertinente sueño del amor como una casa propia, pero el sueldo no alcanza. Toda es pura caricia, y también se sabe, hay la posibilidad de una bofetada. Porque “Your Song”” escuchada desde ahora, lo digo respetuosamente, parece añeja y solo me sirve, salvo, para tararear mi memoria en ese que alguna vez fui yo. Quizás por eso, en estos días, lo que más escucho es “Tréboles de cuatro hojas”, esa tierna y brillante canción de Silvina Garré. Una canción mucho más a tono con mi presente y con mi idea del sentimiento amoroso aquí y ahora. Una canción en la que también puedes caminar a solas, pero arrastrando los pies. Porque te canta a algo que irradia ese otro quién que, obviamente, te va a echar la culpa de todo. Una canción que es como una mezcla de dos canciones de Elton John. Una canción que te explica que todo lo que necesitas es amor pero, también, que ni todo el dinero ni el azar del mundo (tréboles de 4 hojas) puede conseguirlo. O sí. Pero por un rato. O lo que dura una canción.
Vamos a ser claros: no importa lo que digan los Dante o Shakespeare o Neruda o Proust o Joyce o Nabokov o los Cortázar de la vida, o cualquiera de los (ir)responsables de esos del mundo idealizado y cercano juvenil, que con diálogos del tipo “Si me preguntas si te quiero, ay no sé … no te enamores de mí, ¡por favor! Mmm es difícil amar y dejarte volar… como ese amor de verano”. Y esto último, el verano, es verdad oye, la gente hace más el amor porque tiene más tiempo libre (en el verano, si te vas de un país a otro, apenas tienes tiempo libre para dormir, según me confesó un amigo que me contó sobre ese asunto). Y ya es científico, ya lo han probado con esos estudios de una universidad norteamericana de Wichita: el amor dura entre 18 y 30 meses. Luego el amor se convierte en otra cosa que no es exactamente amor pero, si hay suerte, se parece bastante al amor, por lo que me confesó otro “amiguis”. Y si no hay suerte, bueno, no se admiten devoluciones o cambios y, como también me lo contó un amigo mío llamado Moncho, quién me dijo: “se corre el riesgo de terminar como a esos que les gusta vivir con muñecas hinchables” … y me sugirió, para más detalles que busque en: https://www.shutterstock.com/es/search/inflatable-dolls … a ver si se atreves, me dijo, mientras le limpiaba el cabello de mentirira a Natasha, su mejor amiga de hule.
Despierto de madrugada, veo en la Tv una nueva adaptación al cine una película de mi juventud, una obra maestra a la hora de mostrar el amor como el agua que todo lo arrastra todo sin necesidad de invocar un tsunami. Y pensé, si yo fuese editor rescataría ya mismo esa obra maestra de 1975, La Colegiala, con Gloria Guida, la mujer más linda que vi en el cine, de frente, de atrás y de lado. Esa obra cinematográfica que vi con tantos amigos, “los Monchos de la vida”, y la Guida, la reina absoluta del “pueblo onanista”, esa encarnación sublime e insuperable de la pasión romántico-sexual de los jóvenes que fuimos, con esos dulzones plano secuencia de Gloria Guida de frente, de lado, y de espalda. Y sí, en un contexto jodido para los intelectuales de esos años 70 que piensan en la revolución y Brigadas Rojas en la Italia de Giulio Andreotti y Aldo Moro. Y yo, ratón de barrio, sentado en el Ideal Cinema de Quinta Normal, aprendiendo (como era en esos tiempos) a través de la pantalla que las mujeres italianas eran re lindas, y cada vez más desarrolladas, en comparación a mis vecinas, las Gómez, justo al lado de mi casa.
El asunto es –y ahora me refiero a este presente de 2023– es que parece que antes había más libertad. Que, si estabas aburrido, te ibas al cine a ver Gloria Guida, y ya está, y tenías a esa mujer que hablaba con vocales y consonantes cada vez más ausentes. Pero hoy, los jóvenes ignorantes del del cine clásico –según otra investigaciones de Wichita University– los muchachos y chicas de hoy le dan duro al WhatsApp, cuestión que ha provocado la ruptura de entre 30.000.000, de matrimonios y parejas de cualquier género. Porque la supuesta desatención de amores, que se decían eternos, acaba cayendo en las sospechas y celos, y odios, del yo te escribí y tú no me contestaste en el acto. Ojo, en el acto no se refiere ni al onanismo donde uno se tocaba allí, sino que hoy es apenas donde se presiona con un dedo el amor de mentirita en el celular.
Por eso, y muchas cosas más, vuelvo a la canción memoriosa: “Your Song”, que es una historia que no son de las cosas que se habla de amor en la voz de otras voces. Esas voces célebres que no hacen otra cosa que componer variaciones en torno a la idea de que amar significa pedir perdón cada cinco minutos en ese “desierto de soledad y recriminación que los hombres llaman amor” (Samuel Beckett). O donde “se aprende a combinar el temperamento de un murciélago con la discreción de un mosquito nocturno” (Emil Cioran). O para terminar descubriendo que “al final todos acabamos besando a la persona equivocada” (Andy Warhol). Digo, canciones que a mi no me motiva ir a un lugar al que seguramente nunca iré. Como por ejemplo a Zagreb, Croacia, donde hay un museo de restos de amor. Cartas y fotos y grabaciones y hasta navajas y, por qué no, canciones como “Your Song“.
Y, sí, el destino y la rencarnación final de todo amor tal vez sea ése, o éste, y desde este futuro para ayer: para ser mostrado en una vitrina, de esas que tienen una raya blanca en el piso que te indica que nunca debes pasarte. Que te indica que se prohíbe tocar, y si alguna vez se movió al sol y a las estrellas y ahora tienes ganas de tocar, y por fin robarle el amor, y recuperarlo, recuerda que una voz en los altoparlantes –y no una canción– te informará que el museo del amor cerrará sus puertas en quince minutos. Y que, por lo tanto, tienes que volver a ese lugar, ahí afuera, de donde ya nunca podrás salir.
Pues jóvenes, ese también soy yo. Y recuerdos musicales de “Your Song” y Gloria Guida de frente. Mmmm…
(Coda: nadie que utilice el nombre El Lector Americano –en Twitter o algo así– deben saber que ese no soy yo. No estoy ni estuve nunca ahí. Y no tengo necesidades de dinero. Los fierrazos ($$$)los doy siempre de frente y en presencia).