Apropiación indebida

Por Carlos Alberto Parodíz Márquez
Apropiación indebida…  de poemas – recitó, monocorde, el oficial (le pareció); esa es la motivación del crimen…-, agregó, con mirada escrutadora derramada impiadosamente, sobre el hombre de anteojos, barba entrecana, cabello ligeramente desordenado y movimientos inquietos.
– Me parece que se excede oficial, yo soy ese que dice que era el poeta… -, rezongó en tono poco convincente; quizás porque no se sentía seguro del todo, en cuanto a su propia explicación; supuso que sonaría confusa o, por lo menos, disparatada; es que luchaba contra la evidencia intangible que, el otro, parecía tener, celosamente, atrapada; casi resignaba de la posibilidad. Buscó un pañuelo en su bolsillo para repasar los anteojos, algo empañados;-… vapor tensado…- , se explicó.
– Sucede que en usted la impotencia ha ganado… mi amigo… – le disparó el uniformado.
-¿De qué impotencia me habla?- Balbuceó el hombre, cada vez más nervioso e incómodo; advertía que el tiempo se estiraba, laxo, entre ellos y cada acotación sucedía, inevitablemente, luego de un lapso demasiado prolongado, según su juicio. Pensó en su mujer, suave, bella, aparentemente vulnerable, aguardándolo en esas horas inciertas, donde los tonos de la noche parecen cristalizar grises sobre negro anticipando mutaciones; es que había sido arrancado, intempestivamente, de su casa y arrojado a ese interrogatorio surrealista en un lugar de curiosas formas; por lo menos así la había parecido, de lo poco que alcanzó a ver.
-Usted no resistió la tentación; no vaciló ante la magnitud del daño… mi amigo… -; prosiguió el invaluable propietario declarado, de un rango superior.
-¿Se puede saber a qué se refiere…? ¿… Por qué no acepta que él soy yo; que yo, era él…? -enfatizó, trémulo; no podía entender como el otro se quedaba afuera de la posibilidad.
-Se supone que usted lo ignora, pero se agravaron las causales para un hecho semejante, no sólo por lo irreparable, de lo que no parece darse cuenta, sino que, además, la ininputabilidad, por excusas obviables, como las suyas, según la reforma del código procesal de protección a la poesía, ha profundizado las penas y usted alegremente… perdón es una forma de decir … supone que yo debo suponer.. mi amigo .. – ; el latiguillo … mi amigo .. ya era como un láser en sus oídos aturdidos; algo dentro suyo se insinuaba con sonidos ominosos, resquebrajados, pareciendo preanunciar derrumbes insondables.
¿Cómo puedo hacer para lograr que me entienda ..?- Persistió, a su pesar, -.. no hay dos personas..¿.Comprende?… yo soy ese mismo que usted dice que no soy .. debe haber una forma de probárselo para que esta estúpida interrogación concluya …rezongó, mirando a su destino que, se le ocurría, nunca había sido tan indescifrable…-
-Mire, o mejor, piense, pero si confiesa, además de hacerlo sentir aliviado, va a mejorar sin dudas, su situación… no se puede salir indemne de esto ..¿Comprende … mi amigo ..?-; sonaba persuasivo y convincente, casi amigable, el oficial; pero él sospechaba de su empecinamiento.
Repasó, con su mirada el lugar, pero desistió rápidamente, fuera de la pantalla que abrigaba una lámpara impiadosa de alto wataje, le era imposible distinguir nada preciso, en esas paredes desnudas, oscuras e implacables; sentía que su desmoralización avanzaba a medida que la delirante secuencia, según su juicio, se prolongaba; la voz del otro lo volvió a la realidad de una absurda controversia de aparentes insalvables oposiciones.
– Hemos preparado esta confesión, siguiendo el orden de los hechos… se la resumo; – … el occiso de profesión conocida, poeta, por su obra publicada y divulgada, fue muerto la noche del 24, previa a una fiesta religiosa, lo que agrava el episodio … se lo ha considerado casi ritual … el acusado, usted, era quien se encontraba en la escena del crimen, aunque cuando llegamos, sólo escuchamos sus sollozos entrecortados mirando la ventana abierta por donde, suponemos, arrojó el cuerpo, siguiendo el rastro de las manchas de tinta que hasta allí conducían y la confirmación de sus primeros balbuceos cuando musitara ..¡ por fin terminé con él! …-
El hombre se tomó la cabeza con ambas manos tratando de, al parecer, ahogar su confusión o su emoción, tal vez su desazón lo cierto es que la actitud de negar, moviendo su cabeza, permitía cualquier interpretación, intentaba pensar, velozmente en cómo salir de esa situación, aunque su conciencia se abría a una perspectiva inquietante; sintió vértigo repentino, un alud interno que no podía encauzar, aceptó que algo muy grave se derramaba y requería de oxigeno que no tenía y desesperadamente, ahora, casi como develándose, lo envolvía, confrontándolo; no era lo que el otro reclamaba, sino el peso abrumador de una decisión que no había revisado. En silencio tomó las hojas de papel que le extendían, escribió un párrafo antes de firmar y entregárselo. El otro leyó sosteniendo el mutismo, asintió, aguardando antes de hacer desaparecer la blanca extensión de su conciencia; el uniformado, casi con curiosidad suavizada, visto el logro obtenido, le consultó ¿usted, Julio Parissi, según dice, acepta en algo, conforme la corrección, su responsabilidad?; siguió impávido removiendo las cenizas de aquella casa, donde él habitara junto a sueños dejados atrás…
Parissi, o como se llame, usted dice aquí, que nunca terminó de aclarar con el otro (Quintana), cual era cual; que cuando aquel se expresaba, atreviéndose a reflejar en una cuarteta todo un tratado de observación, usted le recriminaba malversando su condición de mecenas, porque aquel, a lo largo de su vida breve, según se mire, no prestó, como se espera de cualquier poeta, la menor atención a las cuestiones materiales, que según usted los hubiera puesto a salvo a ambos, motivo suficiente según su especulativo juicio, para que pudiese vivir un poco más, porque seguro sus reclamos y ambiciones crecerían en la medida de sus evoluciones; usted, Parissi, no reparó que Quintana debía seguir diciendo y haciendo lo suyo, porque alguien en algún lugar lo estaba necesitando; ¡claro!, a usted que le importaba o que le importa si el mensaje de Quintana le servía a uno, sin pensar en muchos, porque es evidente que, según surge de su admisión, el futuro, juntos no estaba contemplado; ¿ sabe una cosa Parissi?, a veces a uno, en algún momento especial, cuando se hace de noche en el alma, una palabra, sólo una, tiene la calidez y el valor de la más ampulosa amistad declamada por hombres como usted, ¿me entiende… amigo.. Parissi…?-
Él asintió, cabizbajo, levantó su cabeza y se arrancó de golpe la duda.
– ¿Cuál ha sido su interés en este asunto?
-Mi amigo… mi amigo… sabe una cosa… debió preguntarlo antes… Federico Quintana,… mi amigo… era mi amigo… ¿lo entiende ahora? …
Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL 
 

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