Así viven un millón de niños refugiados sirios

La mitad de la población del campamento es menor de 18 años.
La mitad de la población del campamento es menor de 18 años.

De los casi dos millones de personas que han huido de Siria a través de las fronteras para escapar de la sangrienta batalla interna que envuelve al país un millón son niños, según las últimas cifras de Naciones Unidas.
Muchos de quienes se han visto obligados a abandonar sus hogares se han refugiado en los países vecinos, pero 130.000 de ellos viven ahora en el campo de refugiados de Zaatari, una ciudad improvisada que se ha levantado en una extensión de tres kilómetros cuadrados en medio del desolado desierto jordano.
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Se trata del segundo mayor campamento de refugiados -después de Dadaab en el este de Kenia- y se ha convertido en la cuarta ciudad más grande de Jordania.
El campamento original se construyó en nueve días y abrió hace un año con unas 100 familias de refugiados. Ahora, recibe más de 2.000 nuevos residentes cada día. En el lugar, la mitad de la población del campamento es menor de 18 años.
El complejo tiene tres hospitales -lo que significa que las tasas de salud y mortalidad son significativamente mejores dentro que fuera del campo- y existen algunas escuelas, aunque la asistencia es baja. Sólo una cuarta parte de los niños asiste a clases.
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Algunos residentes han creado más de 3.000 negocios y tiendas a lo largo de las principales carreteras del campamento -incluso uno llamado “Campos Elíseos” que vende desde alimentos y pan fresco hasta vestidos de novia y teléfonos celulares.
Sin embargo, la vida en el interior puede ser dura.
Los residentes, en su mayoría provenientes de Daraa en Siria, enfrentan una serie de desafíos -principalmente el de la seguridad.
Las pandillas son conocidas por operar en todo el campamento y las mujeres son particularmente vulnerables a la violencia. Sin embargo, las autoridades del campo -una asociación entre el gobierno jordano y el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR)- están tratando de hacer frente a los problemas internos.
Estas son algunas historias de unos de sus habitantes, las niñas Haram y Sidra, de la adolescente Hanadi y de dos madres, Ibtisam y Eman.
Haram
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Al igual que muchos otros niños del campamento, Haram, de 5 años, ha quedado traumatizado por la violencia que presenció en su ciudad natal en Deraa.
“Se escondía regularmente bajo su cama”, cuenta su madre Aida Khalda Mohamed.
La familia salió de Siria en febrero, pero les ilusiona volver. La madre de Haram teme que la violencia tenga un fuerte impacto en los jóvenes.
“Aquí los niños juegan agresivamente, se golpean entre sí”, dice ella. “Usan pistolas y armas en sus juegos. Dicen cosas como: ‘Quiero matarte. Quiero matarte’. No era así antes de la guerra”
Sidra
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Sidra, de siete años, llegó a Zaatari en febrero después de huir de su hogar en Deraa. Su hermano y su tío murieron en los combates y fue testigo de los interrogatorios a los que fue sometida su madre por las fuerzas gubernamentales.
“Al día siguiente, mi familia comenzó a hacer planes para escapar de Siria porque era demasiado peligroso quedarse más tiempo”, dice.
Mientras Sidra y su familia se preparaban para su salida, su casa fue bombardeada.
“Salimos esa noche”, dice. “No tuvimos que llevar nada con nosotros, porque no quedó nada”
Hanadi
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Hanadi, de 17 años, y su familia huyeron de Damasco. Pasaron un año viajando por Siria antes de cruzar la frontera con Jordania. Ahora llaman “casa” a Zaatari.
Hanadi encuentra que la vida en el campo es difícil, ya que no hay mucho para hacer en medio del desierto. Especialmente para los jóvenes.
Sin embargo, ella asiste a una de las escuelas de Zaatari y todavía sueña con convertirse en arquitecto cuando vuelva a su país.
“Lo que más extraño de Siria son mis amigos, mi casa, las calles, los mercados ( …) incluso echo de menos a mis tías, mis familiares y amigos y a todo el mundo”, dice. “Mi principal esperanza es poder volver”.
Ibtisam
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Ibtisam, quien fue herida de bala por francotiradores en Siria, dio a luz a su hija en Zaatari a principios de este año.
Junto con su esposo y sus hermanas, huyó de los combates en Deraa, de donde muchos de los residentes del campamento provienen.
Ella sufrió cuatro abortos involuntarios antes de llegar al campamento y estaba encantada con la llegada de su hija Dala’a en un lugar seguro.
“Cuando estaba en trabajo de parto pensaba en todas las personas que he perdido, todos aquellos que han perdido la vida, y me preguntaba si mi pequeña Dala’a lograría llegar a este mundo”.
“Ahora estoy tan feliz que no puedo describir mis sentimientos con palabras (…) este es el mejor regalo de la vida”.
Eman
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Eman, madre soltera de dos hijos, ha estado viviendo en el campamento durante seis meses.
Sus hijos Ahmad, de 4 años y Bashar, de 5, comenzaron a tener mal comportamiento luego de que la familia se viera obligada a huir de su hogar.
Sin embargo, Eman ha encontrado apoyo en otras madres y familias que asisten a la guardería de Zaatari, a cargo de la fundación Save the Children.
Sus hijos también han mostrado una actitud más positiva después de asistir a las sesiones, según cuenta.
“Me gusta escuchar a los niños cantar estas canciones cuando vuelven a la carpa. Traer de vuelta la sensación de una vida normal, incluso en medio del difícil entorno en el que vivimos”, dijo Eman.
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Fuente: BBC Mundo

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