Carta a un joven periodista

Por Rafael Plaza
Los periodistas andamos muy revolucionados. Como habrás visto, nos dan por todos lados. Unos nos llaman plumillas; otros, irresponsables; éste, hijos de puta, y aquél, sinvergüenzas. Si hicieras una encuesta callejera -cosa a la que suelen dedicar en los periódicos a jovencitos periodistas como tú- te encontrarías con los que afirman que hablamos de todo sin saber de nada, o los que aseguran que con tal de dar un titular escandaloso somos capaces de las mayores mentiras; que buscamos el sensacionalismo, o que de lo que se trata es de vender más a cualquier costa.
Cuando el 23-F, se decía que salvamos la Constitución; y ahora, los mismos están diciendo que hacemos peligrar la democracia. Para unos tenemos como patrón a san Francisco de Sales; para otros, al mismísimo diablo.
Si escribimos contra el gobierno, nos llaman catastrofistas; si lo hacemos a favor, nos califican de papanatas. Si hablamos de los famosos, nuestra prensa es del hígado; si de desconocidos, no nos lee ni nuestra santa madre. Si hablamos de cine, listillos; si de deportes, pobrecillos; si de versos, muertos de hambre, y si de libros, es que no tenemos dónde caernos muertos. Si hacemos crítica de teatro, somos resentidos; si de moda, pijos; si de la jet-set, maricones; y si hemos tenido la desgracia de especializarnos en la denuncia social, no nos abren la puerta ni las Hermanitas de los Pobres.
Tú, que eres muy joven, serás uno de los más asombrados ante este espectáculo. Porque siempre habías soñado con una profesión admirada y admirable, bella y valiente, humilde y mágica y, quizás, tan honrada como mal pagada. Pero, de un tiempo a esta parte, tu asombro puede haberse transformado en incredulidad al observar cómo muchos periodistas de hoy se han convertido de entrevistadores en entrevistados, de reporteros en protagonistas, de investigadores en investigados, de denunciantes en denunciados, de fotógrafos en fotografiados, de libertarios en inquisidores, de bohemios en yuppies, de pobres en ricos, de víctimas en verdugos, de cazadores en cazados, de ignorados en famosos. Se fichan periodistas como si de una estrella de fútbol se tratara, y se pagan tantos millones por su fichaje cuantos por su indemnización en caso de cese. La movilidad de algunos periodistas por los medios informativos recuerda la de los entrenadores por los campos de fútbol; y no es raro ver a un famoso locutor de radio, presentador de televisión, o comentarista de prensa, aparecer de pronto en un medio distinto al hilo de este comentario:
 
«Es que le han pagado millones».
Millones. Es la palabra mágica del periodismo contemporáneo. Las multinacionales de la prensa han llegado a España. Grupos alemanes, franceses, australianos, rusos, árabes, italianos y norteamericanos han penetrado en nuestro país para romper las fronteras de la información local.
 
Las fronteras de la verdad.
La verdad se ha hecho multinacional en España y, como el resto de las grandes firmas multinacionales, está sometida a los vaivenes de los intereses económicos. Lo verdadero ya no es la verdad; lo verdadero es el cheque, objetivo final del periodismo del éxito.
Por eso, amigo, ha surgido una clase de periodistas-cheque que ya no tienen nada que ver con aquellos otros a los que se refería Larra cuando decía que «escribir es llorar». Hoy empieza a parecer que ser periodista es tener un buen coche, una buena amante y una buena cuenta corriente en el Banco.
Pero, ¡ay!, amigo y joven periodista, ello requiere un largo y profundo aprendizaje. No todos podemos, podéis, pueden, llegar a esta conquista: el gran coche, el gran Banco, la gran amante. Sólo algunos elegidos llegan a esta cima, los que saben superar las asignaturas precisas, los que pasan holgadamente los exámenes necesarios.
Los caminos de esa gran verdad son inescrutables. Los que han conquistado la cima suprema de la gran verdad han tenido que soportar pruebas muy duras.
Joven periodista, si quieres sentarte a la diestra de ese dios supremo tendrás que seguir el ejemplo del gran profesional del periodismo al que hoy buscan con avidez algunas empresas periodísticas. Para empezar, deshazte de la barba, deshazte del utilitario y, de paso, deshazte de la mujer legítima. Es el primer paso para entrar en el territorio de los elegidos de la verdad.
Inmediatamente, adula al jefe; dile, siempre que hables con él por teléfono: «a mandar»; llévale el bolso a su señora, a ser posible doblando el espinazo, para que tu espíritu servil no ofrezca la menor duda. Hazle los trabajos sucios: Búscale chalés de veraneo en la playa o en la montaña, utilizando tu puesto de segundón, pero presentándote como asesor del gran jefe; compra a las grandes alcahuetas de lujo, con títulos de princesas, para que acarreen mujeres fáciles (¡y tan fáciles, con tal de que se les pague bien!) con que distraer los fines de semana de tus señoritos; es muy fácil: una foto de la gran alcahueta con una nota al margen diciendo que es bella, joven, maravillosa y que gracias a ella el turismo ha experimentado un impresionante desarrollo. Tú diriges un humilde periódico, una humilde revista, pero la vanidad humana es tan grande que, con tal de salir en la foto, se te abrirán las puertas del infierno.
Recorta de los periódicos las noticias referidas a nombramientos de nuevos altos cargos: ministros, presidentes, directores generales, jefes, representantes nacionales de marcas de relojes, tabacos, cosméticos, abrigos de visón; directores de hoteles de cinco estrellas, restaurantes de alto coturno, cámaras agrarias, clubes de elite, programas radiofónicos de fama nacional…
A todos ellos envíales un telegrama de felicitación y colecciónalos en tu archivo de amigos cuando te contesten, a vuelta de correo, para pedirles, a continuación, el favor preciso.
Utiliza el cohecho como principio moral inamovible; el chantaje, como amenaza eficaz; el grito, como silenciador barato; la vanidad, como tarjeta de presentación; la chulería, como talante habitual, y la mentira como única pluma.
Entonces, y sólo entonces, habrás conquistado el éxito, te habrás convertido en el rey del periodismo, hijo mío.
Rafael Plaza es periodista. Autor de «España, sociedad limitada». escribe desde Madrid.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL
 

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