Por Alfonso Villalva P.
Muy tranquilo me siento de saber que cuando tu tengas edad suficiente, estaré pudriéndome junto con los gusanos mutantes de algún panteón de tu vecindad, que ya para entonces, estará convertido en un flamante condominio de interés social en el que quepan cinco mil apartamentos en siete metros cuadrados, con familias que incorporen sus nueve hijos, su respectiva dosis de suegras, sus televisores digitales, de abuelitos semiabandonados, y el resto de lo que les toque o quede de dignidad.
Y mi tranquilidad no obedece, te lo confieso, a la impasividad de mi conciencia respecto de lo que he construido para ti últimamente. Francamente, me tiene muy sin cuidado lo que tengas que decir de mi, y de mi madre, y de mis muertos en general, porque ya para ese momento, no estaré aquí para escucharlo, ya habré pasado al mundo de la inconciencia, y probablemente, hasta de los deliquios.
Lo siento, verás, pero yo he aprovechado los últimos amaneceres nítidos del horizonte, desde mi auto con motor de combustión a gasolina o la fábrica de algunos conocidos que nunca tuvieron la intención de adoptar medidas anti-contaminantes. Tú sabrás comprender que siempre vale más una pequeña ganancia adicional, una jugosa cantidad extraordinaria, que un sacrificio a las utilidades, merced a las ridiculeces de la ecología, la preservación del ambiente, la lucha contra el cambio climático.
Lo siento, siempre fue más barato para ellos en sus fábricas, y para mí en el auto, comprar una que otra conciencia auditora con la morralla que sobraba en los bolsillos; habrás de imaginar que los inspectores eran igual que nosotros, que nunca hubieran pensado en ti, y aún en ese remoto caso, hubieran siempre cambiado tu bienestar por la liquidez que les permitía tirarse a la playa con una güera oxigenada un viernes por la noche, camuflageados por dos o hasta tres botellas de licor adulterado o simplemente portar un reloj de pulso dorado y atestado de piedrecillas brillantes.
Verdaderamente me da pena tu caso, pero tendrás que asumir que somos la generación de las bombas inteligentes, la fragmentación sanguinaria, la fracturación hidráulica y el avasallamiento de las culturas estandarizando paladares, gustos y modos de vivir. Habrás de asimilar que aquí vale más un balance, un abatimiento de costos, una economía de escala que una cultura milenaria. ¿Qué esperabas? ¿Gastar en sistemas de disposición final de desechos tóxicos, de restos biológicos?
Ya te enterarás cuando seas mayor: los de la izquierda hacían slogans y lucha social para apropiarse de la economía. Los defensores de los indígenas cobraban por hora en divisas fortalecidas, o en especie mediante el acaparamiento de alguna región que tuviera bandera de reserva de biosfera pero que en el fondo, tuviera subsuelos repletos de uranio o gas natural. Los de la derecha insistían en eliminar el control de natalidad, aún cuando ya para ese momento, rebasábamos los siete mil millones de habitantes. Los del centro, solamente defendían los negocios que tradicionalmente habían podido regentear para mantener a sus amantes, a sus dieciséis hijos, y a su familia legítima.
Engendramos un monstruo que llamamos democratización a chaleco, con modelos que harían palidecer a Maquiavelo mismo, y que además nos da la legitimación necesaria ante las conciencias cada vez más frívolas de los teleespectadores, para iniciar la estrategia de control de los energéticos para el milenio que inicia y que a ti te tocará vivir. Perforación, refinación: ¿te suena familiar? ¿Te suena rentable? Sí, esta es la era de la tecnología, de la perforación del velo preventivo del paradigma, en la que capitalizamos, para los más retorcidos intereses, a los autores ancestrales, a las ideas universales. Es la era en la que cambiamos papel y tinta por transmisiones en directo y publicidad capaz de cautivar más audiencia que cualquier otra expresión de comunicación.
No me culpes a mí, niño. No trates de cobrarme con morales trasnochadas tus carencias de agua culpándome de mi estupidez, porque antes de hacerlo debías entender que por lo menos aquí, en tu país de origen, no hubo nadie que impidiera el desperdicio para no alterar a las masas que garantizaban voto, control de presupuesto y cámara presidencial, que era lo vital, chavo. Habrías de asimilar que los desperdicios los confinamos en el primer lugar que se nos pega la gana, porque nunca hubo fomento a las investigaciones científicas, ni mucho menos al desarrollo tecnológico propio, por el proverbial complejo de inferioridad, por la imbécil convicción de mantener al pueblo ignorante para seguir explotándolo cómodamente.
Perdóname niño si estamos desgraciando tu futuro y la idea que tienes de tu futuro, pero hemos sido presa de las circunstancias. Lamento, verdaderamente, que tú no vayas a tener el privilegio de meter los pies en un río de agua cristalina, ni de consumir alimentos que no estén genéticamente adulterados. En verdad, me da pena tu caso, pero creeme, te lo suplico, no nos juzgues tan duro; verás, no somos idiotas indómitos, estúpidos supinos. No, no; somos, simplemente, insisto, víctimas de las circunstancias, enemigos de la opresión, amigos del progreso, somos, solamente, unos hijos de la… revolución.
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