La vulnerabilidad de las mujeres al VIH se acrecienta ante la discriminación, la desigualdad, el empobrecimiento y la falta de comunidades de fe que estén dispuestas a ser inclusivas, promuevan una saludable convivencia y fortalezcan su sentido de resistencia frente a vivir con el VIH.
Este 1 de diciembre es necesario reflexionar del proceso que las mujeres, adolescentes y niñas necesitan al tener un diagnóstico positivo del VIH. Como iglesia, conocer del VIH y el SIDA nos debe llevar a ser una comunidad inclusiva que da esperanza a las mujeres viviendo con el VIH, hacer prevención y educar a la No discriminación.
Recibir el diagnóstico del VIH
El impacto del VIH ha llevado al mundo a grandes cambios, el virus se abre paso mostrando la vulnerabilidad de la humanidad, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos especialmente del cuerpo de las mujeres.
A través del informe de la oficina de las Naciones Unidas aproximadamente más del 50% de los casos de personas que conviven con el VIH son mujeres que viven en empobrecimiento y no cuentan con una adecuada información preventiva. Casi la cuarta parte de las personas que conviven con el VIH no saben que están infectadas, y el no saber que están infectadas las pone a ellas, ellos y a otras personas en riesgo.
Existe diversas reacciones por parte de la familia cuando las mujeres que conviven con el VIH comparten su diagnóstico, sus familias pueden rechazarlas, juzgarlas, discriminarlas o por otro lado la familia se une, la acepta y acompañan en su nueva condición.
Sin duda, reconocemos que la familia juega un papel fundamental en el proceso de adaptación, la iglesia y comunidades de fe son también un espacio importante de apoyo y resistencia.
Es importante resaltar, que, si el tratamiento médico está acompañado del soporte familiar, de una buena alimentación, una actitud positiva y participar en una comunidad de apoyo puede retrasar la aparición de síntomas.
Convivir con el VIH
Las situaciones que deben enfrentar las mujeres al recibir su diagnóstico positivo al VIH son diversas y mas aún al iniciar un tratamiento que debe ser diario y por el resto de su vida. El rechazo, estigma y discriminación hacia las mujeres tienen un gran impacto, especialmente en una sociedad conservadora, que no habla abiertamente sobre la sexualidad lo cual crea una invisibilidad que tiene consecuencias negativas.
La sociedad patriarcal ha creado un sistema de doble moral con parámetros diferentes para medir la conducta de los hombres y las mujeres, justificando el maltrato y la exclusión del cuerpo femenino llevándolo a cargar con grandes sufrimientos. En el hombre se admite la infidelidad, el abuso y la promiscuidad; mientras que a las mujeres se les exige fidelidad, pasividad, recato, sumisión y resignación a todas las condiciones que el hombre le plantea.
La irrupción del virus, camina junto con diversos factores en cuanto a las relaciones de género y poder. Los patrones de conducta normados por un sistema opresor, muestran la desigualdad y el atropello en que viven las mujeres, los cuales crea y mantiene la vulnerabilidad en la trasmisión del virus y por lo tanto la feminización del VIH.
Ante esta situación, muchas mujeres pueden sentirse atrapadas e incapaces de hacer algo para mejorar y afrontar su condición, perdiendo interés por seguir viviendo. No debemos olvidar que las personas somos seres de interrelación con el mundo y también con nuestro cuerpo, donde nuestro sistema inmunológico esta en relación a nuestro estado anímico.
Creemos que la resistencia que muchas mujeres viviendo con el VIH están mostrando, a una oportuna educación sexual, espacio de liderazgo y al soporte y apoyo mutuo en comunidad.
Resistencia y la acción de esperanza
A partir de su diagnóstico, encontramos a las mujeres movilizándose y acercándose en redes de mujeres que conviven con el VIH. Las mujeres están creando una alternativa de convivencia que les permite vivir en mejores condiciones, ellas encontraron que es la comunidad, la cual les permite con mayor eficacia enfrentar la discriminación y empobrecimiento, situaciones en que viven.
Para las mujeres que conviven con el VIH, la esperanza es una fuerza y una vivencia espiritual, ya que está relacionado con la búsqueda de sí mismas, de la valoración de sus cuerpos y del sentido de la vida.
La esperanza devuelve a las mujeres las ganas de seguir viviendo, el convivir con el VIH ya no es más un diagnóstico de muerte, sino una condición de vida nueva que les permite múltiples retos y oportunidades para crecer como mujeres, mostrarse y hacer valer derechos que antes no reconocían.
Reconocer que Dios camina a su lado les devuelva la dignidad y les permite iniciar el proceso de restauración de su identidad, es decir, de la imagen que tienen de sí mismas y el deseo de revalorarlo, que son creación e imagen de Dios.
Las mujeres ya no están solas, es Dios quien se ha puesto de su lado caminando en medio de su sufrimiento y a través de Jesús demuestra que él venció la muerte y que es posible resistir. La esperanza está orientada ahora hacia el futuro, por medio de la trasformación del presente, y en la búsqueda de la plenitud de vida.
Comunidad inclusiva
La propuesta de vivir en una comunidad inclusiva es una alternativa frente al sistema patriarcal vertical, autoritario y excluyente que separa y oprime a las mujeres que conviven con el VIH.
Creemos que una comunidad inclusiva, debe vivir los valores del reino de Dios, las cuales nos permitan creer y resistir de una manera de hermandad, donde compartamos de nuestras vivencias, experiencias y luchas que trae el convivir con el VIH.
Sin duda, la esperanza que las mujeres tienen como certeza de que Dios las acompaña, renueva en las mujeres la lucha para seguir viviendo. Construir esta comunidad inclusiva, no solo es ser un espacio de reunión, se debe buscar ser un espacio de desarrollo espiritual que permite crecer, liberarnos y acompañarnos en la resistencia.
Como comunidades de fe debemos de creer que Dios mismo, nos da de una doble porción de fuerzas y esperanza que nos permite convertirnos en una comunidad inclusiva que se deja acompañar y acompaña. No hay duda que Dios muestra su presencia en toda su plenitud.