Cuando el tiempo es veloz

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Por El Lector Americano 

Túnez, 20 de abril, 2022.- Leo las noticias, casi todas fragmentadas y viciadas de un lado del mundo, y se siguen apareciendo matanzas —a degüello— de gente como uno allá en Ucrania. No quiero escribir sobre la guerra… porque no puedo ni imaginarme cómo es que está la gente inmersa en una ‘puta guerra de fronteras’, que se muere, y también se matan. Sin luz, calefacción, agua ni nada. Todos recolectando la interminable experiencia de la inexistencia de una Ucrania arrasada, al sur de Rusia, y al norte de todos nosotros.

¿Hace cuánto que un pensador funcional e internacional de occidente se convirtió en estrella del pensamiento cuando escribió la tesis de que había llegado ¿El fin de la Historia? ¿Treinta años? ¿Se llamaba Fukuyama o Suzuki? ¿Y cuánto tiempo ha pasado desde que la URSS dejó de serlo? ¿O los países del centro de Europa proclamando a los cuatro vientos y al unísono que ellos iban para adelante? ¿Y que Rusia es la madre trasnacional de todos los nacionalistas del orbe?

Miro al cielo tunecino, y nada, no brilla ni dice nada, estamos, seguimos en Ramadán, el cual está haciendo mella en el ánimo de la gente, y en el sobrepeso por comer con gula cuando que cae el sol.

A fecha de hoy, rusos y ucranianos nos tienen de la cabeza y más, porque siguen pateando el tablero con una guerra que trasciende gracias a los medios alternos, y re factura, y mal, a la decadente economía de casi todos países en esta supuesta pos pandemia. Y claro, ahora me doy cuenta que lo de Fukuyama fue un manotazo discursivo para darle brillo a campeón del mundo con sede en DC. Los que ganaron la pulseada planetaria. No hacía falta ser demasiado brillante para ver lo descabelladas que eran semejantes afirmaciones. Porque la historia siguió su rumbo, y el abuso se propagó vía intereses económicos sin límites y modos de hacer política larvales. Se concentró el poder y la ONU, pasó a ser el centro del poder mundial de los ganadores libres sobre el socialismo real.

Mientras tanto la historia siguió, y mal. Y hablo de países periféricos y no tanto: Somalía o Ruanda; después Afganistán e Irak, o Yemen hoy, y ni qué decir de Palestina siempre ninguneada.

¿Y cómo van otros… los otros odios en el mercado de lo políticamente incorrecto, como el racismo o la xenofobia? Digo, Rusia y ucranianos son muy parecidos, e igual se odian. Aquí en Túnez, que son morenos, pero no pueden ni respetan al africano del África profunda. Oye, solo basta salir de la puerta de tu casa, y sabes que con solo mirar y darte un padrino para refutar que el fin de la historia no pasó. Tengo dos amigos latinos viviendo en Berlín, y en el norte de Alemania, que han sido insultados solo por ir por allí y tener portación de rostro. Y los dos son diplomáticos, y cristianos. Imagínate si no lo fueran.

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Estos temas son álgidos y más de alguno dirá, “claro, tú vives en una burbuja allí en Túnez!”. Es verdad, pero me canso de burbujas porque me deforma el alma. Por eso miro y veo, y siento vibrar por donde camino. A lo mejor son temas que no pertenecen necesariamente a las tareas de un periodista/cronista que está lejos desde el más allá. Es cierto, pero también es dable escuchar de lejos, e intentar saber de cómo viene la mano para saber adónde estamos parados. Por norma general a los cronistas no les gusta que les digan qué tienen que escribir. Por eso yo voy por la libre. Y para tomarle el pulso al mundo de hoy, hablo con personas desde Alemania, Polonia, México, Argentina, Chile y Mozambique, y Sardegna, que me pregunta sobre estos temas porque saben que me importan.

Porque los que vivimos afuera, como que le damos piedra libre a lo que pasa lejos de nuestras aldeas. Y aunque hay personas que no tienen oído para lo político y dicen: “no estoy ni ahí con eso!” Y aunque no nos guste esta no reflexión, también responden al estado de las cosas. Pero por lo que a mí respecta, y nunca en contra de mis convicciones, creo ético pronunciarse públicamente sobre los acontecimientos políticos, si no, ¿qué pitos nos importa realmente a parte de las estrías de las nalgas?

Hace más de veinte años leí de un lugar llamado Sarrebruck en Alemania, donde vivían personas turcas, mozambiqueñas mozambiqueños, vietnamitas, y palestinas, que murieron tras unos atentados incendiarios racistas y xenófobos, y allí se me acabó la indiferencia geográfica. En 1992 ocurrieron varios ataques anti inmigrantes que se publicaron afuera de la tapas de grandes medios occidentales y claro, se habló de hechos aislados. Y nada más, salvo algunas reflexiones bajo el título de la gran migración, con una nota que hablaba acerca de algunas particularidades de la inmigración tercermundista en la ex RDA. Y justo en ese contexto se anunció con bombos y platillos el final de la Guerra Fría. Ante esta novedad, muchos expertos pregonaron la llegada de los “dividendos de la paz”.

Optimismo transversal la verdad, pensé. Y junto a este tiempo nuevo aparecieron nuevos topónimos como Mogadiscio, Kuwait y Kigali; incluso a la vuelta de la esquina, en el País Vasco o en Irlanda del Norte, por ejemplo, se vislumbraban sendas guerras civiles. Los periódicos se inundaban de palabras extranjeras como mob, maffia, hooligan, jihad, shoe bomber o unabomber, posmodernos, o el perfecto idiota latinoamericano. Todas palabras, y títulos, que decían poco, pero se atendían y analizaban día y noche.

Nuestra situación idílica del mundo libre, apoyada por el billete, los tratados internacionales y el poder, ¿era tan intocable como se decía? Empecé a desconfiar y dudar. Cada vez aparecían más “señores del terror” en las pantallas de tv mientras comía mis fideos con tuco. No se trataba sólo de locos solitarios, sino de facciones enteras que se hacían pasar por ejércitos, movimientos de liberación o salvadores del pueblo, y que iban ganando protagonismo. Por otro lado también veía a Los Simpson, y descubría al norteamericano profundo, y me reía de verdad, pero también reflexionaba que algunos como Homero mandaban en el mundo. Eso me quitaba la risa.

Los ‘90 eran otros tiempos, del hombre, y yo mismo, que nos volvíamos diferente después del fin de la historia, y los opinadores pagos (CNN, FOX, y casi toda la tv latinoamericana) se cuadraban con el pragmatismo como nueva ideología, que era falsamente apolítico. Hasta yo mismo me quise hacer light, pero me gusta el vino, qué se le va hacer…

¿Y el hombre dónde estuvo todo este tiempo de gente? ¿Acaso preparaba su explosiva mezcla de megalomanía y sed de venganza, ansioso de sangre y deseo de muerte para ensayar matanzas en cualquier patio de colegio, universidad, o frente al Pentágono, o en un mercado africano, o tristemente a fecha de hoy en Ucrania?

Allí, viendo tv cable colgado desde el servicio de mi vecino, me fui enterando que aparecía una nueva especie de animal político, más cercano al perdedor radical que al hombre nuevo de los años 60. Un hombre que quería demostrar que los motivos ideológicos o religiosos de las masacres no eran más que una máscara para obsesiones más profundas. Y que el común denominador del terror como hacedor de política era el delirio subyacente. Un delirio expansionista, allá la Europa del este, a fecha de hoy, y un donaire anti democrático y xenófobo con cabellos rubios amarillos en Wall Street, ayer no más.

Y así, metiéndole mano al control remoto, se nos vinieron nuevas y extrañas noticias del mundo televisivo, y se dio vuelta la tortilla, y los chinos se nos vinieron con todo. Exacto, esa democracia de un solo partido, y negocios propios, que de tanto darle caña a los ex soviéticos, floreció como un extraño capitalismo venido desde lejos, y casi único de la historia moderna. Digo, porque solo 200 millones de chinos, y miembros del Partido, la pasan como los dioses, (perdón allá no creen en Dios), viven requetebién. El resto trabajan como los nuevos esclavos de hoy comiendo lo que sobra. Y ese huracán de mercancías y capital usurero, causó más víctimas en las Pymes de Latinoamérica que el mismísimo neoliberalismo chileno, por decir algo cercano. Y ha tenido consecuencias catastróficas en la economía doméstica de la gente, que todavía puede sentirse a fecha de hoy.
¿ Y después…que más? Los autoproclamados “califatos islámicos”, que ayer, y hoy, que hacen estragos en Oriente Próximo, y que son desconcertantes, incluso si los comparamos —y hasta los dejan bien parados—, a los fatídicos y arcaicos talibanes.

Que al cabo de tantos años sigamos dándole vuelta a las discordias del mundo pos soviético, y que pese a todo, sepamos que la historia no solo no se estancó, sino que constituye, huelga decirlo, una mala señal por como avanza, y cuesta mucho ser optimista. Y que en todos estos años se han empleado muchos esfuerzos en minimizar o negar los conflictos, está claro, y la situación se ha vuelto demasiado peligrosa como para dejarla en manos de políticos y demagogos florales, también es cierto. Pienso en Zelenski, Putin, Biden, Johnson, y otros de este lado del mundo.

Sería horrible despertar un día de estos, y percatarnos que estamos en el séptimo año de guerra… Pero como no sabemos nada más allá de los reportajes televisivos de la tv occidental, y vemos el desfile de ataúdes de zinc procedentes de un país lejano, no hacemos la idea de que eso no nos toca dentro de las diminutas dimensiones que a veces tenemos en nuestra vida cotidiana.

¿De qué habla la gente a mi alrededor? ¿De qué escriben los politicólogos de la Tv ataca? Ah sí, de acuerdos internacionales y de geopolítica, de intereses soberanos y de las fronteras del sur. Y eso de que El fin de la historia fue, hoy más que nunca es una entelequia de sangre y fuego, de madres sumidas en la desesperación frente a los cajones de metal en los que les devuelven a sus hijos, en Rusia, en Ucrania, y en todas partes de nosotros mismos.

 

 

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