Destino

Por Cindy López Samayoa
 
El dolor era demasiado.
Inexplicable.
Aquel ser de pelo blanco que le había acompañado durante los últimos cinco años de su miserable vida, había dejado de existir.
Ahora sus ojos no se abrirían más y el calor de su cuerpo no le acompañaría por las noches.
Era lo único que le quedaba, de hecho, era lo único que tenía.
En verdad le dolía el corazón.
Había escuchado de tristezas que hacen doler el corazón, pero a pesar de los duros golpes de la vida, nunca antes había sentido que el corazón se le estrujara tanto, hasta el punto de casi no dejarle respirar.
De aquel mundo repleto de personas que lo ignoraban, que lo despreciaban y de otras que lo compadecían; había sido el único ser que lo había amado.
Pero no estaba más.
Solamente su cuerpo inmóvil estaba ahí, tirado, sobre la calle de piedras en forma de espiral.
Ya no tendría con quien compartir en silencio.
¿Y ahora qué?
El sentimiento de soledad, ese del que hacía rato ya se había olvidado, regresaba y se apoderaba de él.
El frío del espiral de piedras del suelo se le confundía con el frío de la soledad que poco a poco se le metía por las venas hinchadas de dolor a punto de reventar.
Ojalá hubieran explotado.
La desesperación le hacía aferrarse a su cuerpo todavía tibio, para no dejarlo ir.
Para que no le abandonara.
Como si pudiera impedirlo.
El ‘destino’ estaba decidido ya.
La vida no le había dado oportunidades.
Y la única oportunidad de amar había terminado allí.
Se había cortado de golpe.
¿A quién reclamarle?
¿A quién pedirle una explicación por ese ‘destino’ de mierda que le había tocado y que él no había escogido?
¿Quién puede ser capaz de escribir un destino tan desventurado?
¿Un genio malvado?
¿O un dios castigador?
Sobre su cuerpo.
Con una mano en su cabeza, la otra en su pata y los ojos atestados de lágrimas, se despidió con un beso de su único amigo: un perro de la calle, como él.
Ninguno de los dos había escogido su ‘destino’.
Continuar.
Debía seguir por eso que llaman vida con un peso más –como si no fueran suficientes ya– en su mochila llena de sufrimientos y vacía de oportunidades.
Se había equivocado.
Ella era realmente lo único que tenía.
La que jamás lo abandonaría en su “destino”.
 
Cindy López Samayoa escribe desde Guatemala.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL
 
 

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