Por Guillermo Henao
Poema 1
Ella no gusta de la historia, “afición pueril de ancianos
que temen todavía morir.” Yo le confería relatos claudianos
o, mejor, le ubicaba la ubicuidad de sus súbditos.
Como púlpitos que no son púlpitos,
donde se amonesta al amonestador,
donde se afana al afanador,
erigía sus ojos para mirar con los míos.
Pero no pude incendiar astillitas de ascuas en sus fríos
propósitos,
depósitos
de viejos y reiterados ardores juveniles.
Entendí como si ella quisiese liberarme en los rediles
de las frescas manos sin límites del porvenir que toda vía
lo es; y me habría
sus prietos labios circun-dando los míos in-decisos.
Si no quiso
precisar mi su misión,
si prefirió sus hábitos favoritos danzar y danzar, su don
aire de todo ritmo,
su istmo
de agradable franqueza, no reprocho. Sólo la veo cuando ella me re-cuerda
y viene a esculcar cuál cuerda
floja peligra
en mis confusas marionetas. No denigra
de mí. Me espera.
Ignoro si comprende que aún no soy el que era.
Poema 2
Estuve, pues, entre éstas mis seis paredes,
con mis hechos familiares y mis aparatos,
el tintero, los caleidoscópicos vidrios de colores
en el prisma que me hizo mi hermano,
los zapatos vacíos, el secante de qué,
el teléfono plástico, el caballito-escoba,
el maromero de madera que me compró mi madre,
la cámara de cine de cartón.
Atareado ahora cuando re-cién despierto
con estos viejos obstáculos.
Hasta el pedacito de paño deshilachado
que empaña mi empeño,
o quizás revivo otros tantos nuevos problemas y me siento culpable;
pero llaman a la mesa y sigo pre-ocupado.
Estás delante de mí, me aprisiono en tus miradas y en esta silla incómoda,
y saltas sobre madera hasta en la puerta de tu re-trato,
o en el tablero, sobre la caja de la que salgo somnoliento
y en este avión de mil alas con el que en mis libros me separo de tu olvido.
Pensándolo bien, estas seis paredes familiares me son tan extrañas como mí mismo.
O como tú, con todos tus semblantes y actitudes
cuando eres labios o manos apretantes,
cuando eres nariz, una mirada más por qué,
un muerto ramo de hierba resecada.
Guillermo Henao escribe desde Medellín, Colombia.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL