Por Juan Francisco Coloane
Poco antes de fallecer, Richard Nixon le envió un mensaje a un presidente demócrata, Bill Clinton: “Estados Unidos debe liderar. Eso ocurría en 1994 cuando apenas habían transcurrido tres años de haberse decretado el fin de la guerra fría y el colapso del poderío soviético. A Nixon le inquietaba la transición de un mundo con un comunismo amenazante, a un mundo regido por el libre mercado sin la disputa ideológica, y tenía la preocupación de la posible falla del capitalismo en consolidar su victoria.
En 1992 le escribió un largo memorándum al presidente George H.W. Bush titulado, “Cómo perder la guerra fría”. En un párrafo está depositado un elemento esencial en la estrategia de seguridad y en la política exterior de Estados Unidos: “Sabemos que occidente venció en la guerra fría pero eso es mitad cierto. Los comunistas perdieron la guerra fría pero occidente aun no la gana. El comunismo colapsó porque falló. Es así que la libertad estará en una evaluación permanente”.
Richard Nixon, quizás el presidente más fascista que haya tenido Estados Unidos, un anticomunista consumado que contribuyó y lideró en las sombras el período del macartismo, tenía visión de qué hacer con el poder a su disposición. El mentor de un sector del neoconservadurismo, el mismo que abrió las puertas de Occidente a China, y el que organizó golpes de estado donde pudo instalando las más violentas dictaduras en connivencia con las oligarquías locales.
Como que hubiera escuchado a Nixon, en medio de las negociaciones para un alto al fuego en Ucrania, en una entrevista para el medio BuzzFeed, Barack Obama deslizó un comentario con llegada pública, pero errado: “Putin debe abandonar su postura tipo KGB instalado en el pasado soviético”. George Packer en The New Yorker del 31 de marzo de 2014, cuando estallaba lo de Ucrania, desmiente anticipadamente esta suerte de tesis que circula de una Rusia en pos de conquista, y reconoce que “la expansión de la OTAN al borde de la frontera con Rusia es un argumento suficiente para que Rusia se sienta amenazada, pero que en ningún caso está en un plan de conquista global”.
Aunque ciertamente, los conflictos en donde se ven enfrentados Estados Unidos y Rusia – Ucrania y Siria- , son los que dependiendo de sus desenlaces, podrían determinar algunos rasgos de un nuevo orden mundial. La Rusia que apoya al presidente Assad en Siria para que no sea derrocado, la que apoya a los separatistas rusos en Ucrania, la que negocia con Egipto y Arabia Saudí en venta de armas, petróleo y que hace gestiones para ponerle fin a la guerra en Siria, no es la que se anticipaba cuando estallaban las torres gemelas en 2001 y se inauguraba la desafortunada política exterior con George W. Bush.
Es así que la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos lanzada al público el viernes 6 de febrero por la Casa Blanca era un documento esperado por la comunidad de expertos y políticos que evalúa la política exterior de Estados Unidos, uno de cuyos componentes centrales es la seguridad nacional.
Existía ansiedad e incertidumbre por situaciones emergentes y explosivas, y por esa sensación del tiempo perdido y la situación de caos internacional particularmente por las amenazas de la industria terrorista. El cambio en la jefatura del Pentágono al final del año pasado, la creciente tensión política con Rusia reflejada en la escalada bélica en Ucrania, así como la frustración de no haber podido arribar a una solución política para ponerle fin a cuatro años de guerra en Siria, y que ha resultado en el surgimiento de una fuerza terrorista de mayores recursos, requerían de un pronunciamiento del presidente Barack Obama para paliar la incertidumbre.
En los estamentos donde se definen las políticas públicas en Estados Unidos, existe la convicción de que la supremacía global de Estados Unidos es un factor fundamental para la seguridad global. En una intervención en The Brookings Institution, un Think Tank de políticas públicas en Washington D.C., ese mismo día al referirse a la nueva estrategia de seguridad nacional, la asesora presidencial para la seguridad nacional Susan Rice, fue inequívoca en destacar el objetivo de Estados Unidos por la supremacía y su vínculo con un orden mundial más seguro: “ Es una estrategia que consiste fundamentalmente en fortalecer las fundaciones del poderío Americano – político, económico, y militar- y sustentar su liderazgo en este siglo como forma de enfrentar los desafíos del presente y aprovechar las oportunidades del mañana”. En otro párrafo se lee: “Nuestra estrategia se guía por los mismos cuatro intereses permanentes que fueron establecidos en el documento de estrategia de seguridad nacional de 2010 – seguridad, prosperidad, valores, y un orden internacional basado en reglas”.
Más adelante reafirma Rice, uno de los asesores más cercanos a Obama, que el liderazgo fuerte y sostenido de Estados Unidos es esencial para el orden mundial, aún sin guerra fría. La seguridad de Estados Unidos aumenta en la medida de que se reduzcan las amenazas de inseguridad en el mundo, que son producto de los desequilibrios en el desarrollo, en las desigualdades, las postergaciones en revindicar derechos y en los diferentes niveles de acceso a los recursos.
El documento arranca planteando un mundo sin armas nucleares, lo que es una postura ideológica interesante si es genuina la intención. Propone una agenda de seguridad global en la salud, e insiste en reducir la pobreza, promover los derechos humanos, la libertad y la buena gobernanza, reduciendo los factores subyacentes que generan conflictos en regiones y naciones. No podía faltar el mensaje de impedir que Irán tenga una arma nuclear, y el de asegurar estabilidad en el medio oriente por medio de combatir el terrorismo, entre las propuestas más destacadas. El resto del documento lo absorben los temas de los desequilibrios de desarrollo en las diferentes naciones y el mejor aprovechamiento de la innovación para un uso más racional y centrado en el desarrollo humano, de los recursos naturales y la tecnología.
El nuevo orden mundial augurado después del desplome soviético está a fojas cero, porque Estados Unidos y sus aliados transatlánticos, teniendo todo el espacio de poder a su disposición no han sabido qué hacer él y por el contrario, hay una regresión en el derecho internacional, en el papel del multilateralismo y la comunidad internacional.
En este plano, la lista de obligaciones es enorme y a continuación una muestra de las urgencias: Cerrar adecuadamente los capítulos desafortunados de dos ocupaciones, en Afganistán e Irak, mitigando la estela del fracaso político y económico; resolver políticamente una guerra que lleva cuatro años en Siria, que se inició con el objetivo último de derrocar un gobierno y que termina siendo, además del fracaso en el objetivo central de derrocarlo, la gestación de una industria de terrorismo internacional que se parapeta detrás del radicalismo islámico; encontrar los equilibrios en el medio oriente frente a una complejidad de naciones con inestabilidad e imprevisibilidad y en su mayoría, con sus necesidades contrapuestas; resolver los dividendos no resueltos del desplome soviético y el ascenso de Rusia como potencia mundial enclavada entre una Europa Occidental sumida en una crisis política y económica que busca la expansión para su salvación y un Asia pujante en la economía pero incierta en lo político; y, finalmente resolver la guerra en Ucrania producto del fenómeno anterior de una Rusia acorralada y que continua siendo el foco de atención mayor para la política exterior de Estados Unidos.
Fuente: ARGENPRESS.Info