Por Antonio Prada Fortul
Cristina Macott nació en un islote del rosario de islas que bordea a Cartagena de Indias. Sus padres descendientes de los guerreros haitianos que acompañaron a Simón Bolívar en su gesta libertaria, se quedaron para siempre en estas tierras embrujados por la hermosura de la mujer isleña, el paisaje, la belleza de sus playas de dorados arenales y la transparencia de sus aguas donde podían adorar a Yemayá Iyalorde dueña de los mares y corales y a Olokun.
Recordaba que su finado abuelo Lomé, duraba días en la espesura con Pamphile su padre, buscando hierbas y raíces para curar a aquel que llegaba aquejado por enfermedades renuentes y extrañas, su abuelo siempre encontraba la cura para los males de las personas que lo visitaban, fueran estos de cualquier naturaleza.
Al morir su abuelo, Pamphile heredó ese conocimiento, asumiendo el rol de sanador en esa isla montaraz de costumbres y prácticas espirituales africanas.
Cristina crecía hermosa y encantadora, tenía un cuerpo bello y bien torneado, se enamoró de Miló, un pescador de su edad que vivía al lado de su casa, fue el único que pudo conquistarla. Las dos familias estaban complacidas.
En esa isla cuando las parejas se unen, se internan en la espesura y se entregan el uno al otro para amarse con intensidad al amparo de un árbol de jobo.
Los abuelos contaban que los africanos llegados a la isla esclavizados, amaban sus mujeres bajo ese frutal, porque este pertenece a Changó, el Orisha de lo viril y de los rayos.
Al llegar al Jobo, Miló acarició a Cristina que propiciaba con sinuosos movimientos el despojo de su ropa bajo el fresco ramaje del árbol de olorosas hojas, la hembra se le ofrecía en una entrega apasionada una penumbra tenue envolvió a la pareja.
En esos momentos de pasión, una lluvia de polen amarillo, invadía el espacio sumiéndolo en una dorada luminosidad que daba un encanto especial a ese inolvidable día en que la pareja se entregó a los designios de Ochún.
Cristina en una de las pausas, sintió en su interior a Miló, al abrir sus ojos lo vio a su lado, a pesar de eso aún lo sentía en ella. Gritó y la sensación de estar penetrada desapareció. Quedó intrigada pero pensó que quizá era debido a su primera experiencia amatoria.
Los encuentros amorosos se realizaban diariamente al regresar David de su faena de pesca y se reiteraba en ella, la sensación que alguien diferente la penetraba.
Preocupada por esa situación anormal, decidió hablar con su madre.
Al dirigirse a la casa paterna, cayeron pedruscos en su cuerpo lanzadas desde la espesura sin que se viera al agresor. Corrió asustada, entró por el callejón hasta el patio donde su madre rallaba el coco, al ver el sobresalto de su hija le preguntó intrigada: ¿Qué pasa? Cristine se abalanzó sollozante a los brazos maternos.
Dándole palmadas en la espalda, esperó que se serenara.
Contó lo ocurrido el primer día que copuló con su marido y los días subsiguientes, cuando dijo que le lanzaron piedras desde el monte, dijo: ¡Esperemos a tu padre! Rossina relacionó algunas cosas. Una noche llovió solo en el totumo, la gallina sacó un pollo bicéfalo y una noche llovieron piedras sobre su techumbre casa.
Interpretó el fenómeno como mensaje del guerrero Oggún alertando a la familia.
Hirvió hojas de limón, guanábana, matarratón, jobo, raíces secas, miel y canela. Bañó su hija y la acostó en su alcoba, para que su cuerpo secara.
Cuando regresó Pamphile del monte, tomó café y preguntó: ¿Qué está pasando?
Esta contó a su marido lo dicho por su hija; con el ceño fruncido, pidió a la joven que repitiera la historia sin omitir nada.
Cristina contó a su padre lo ocurrido, le dio detalles del día que Miló “la llevó” al jobo y que al principio pensó que era fortuito, un día al descamar un macabí, este empezó a brincar y lo correteó hasta el corral, muchas veces escuchó un chillido de la espesura que se repetía en su vientre cuando el bebé respondía al llamado.
Después de escuchar a su hija, le dijo viviera con ellos hasta el día del parto.
La pareja se trasladó a la casa de Pamphile, este preparaba baños e infusiones para su hija, le puso un collar de cuentas azules y blancas de Yemayá, protectora de las embarazadas y un rojo coral del arrecife, para Olokun, eleke verde y negro para Oggún, negro y rojo para Elegguá poderoso Orisha guerrero, blanco para Obatalá, amarillo y miel para Ochún, un Otán, (piedra) que había estado en su familia desde la llegada de los primeros africanos a la isla; “Veló” a su hija entrando en sus sueños para espantar los ataques desde la oscuridad.
Días antes del parto percibió una presencia maligna cerca de la casa.
Sabiendo lo que iba a enfrentar, asumió una posición de meditación trascendental y salió a encararla, vio una luz grisácea en el matarratón y divisó un hombre arrugado, su cabellera y barbas llegaban a las rodillas, calzaba botas puntiagudas, cubría su cabeza con un gorro frigio verde, descolorido y roto en varias partes.
El duende lo observaba con una mirada diabólica, sintió la voz del maligno ser en su cabeza diciendo: ¡Atrás negro yoruba, vuelve a tu casa brujo insensato!
Pamphile respondió sin temor sacando de una bolsa un polvo llamado Afoché: ¡Tu eres quien debes irte de aquí! ¡Regresa a tu caverna inmunda rata miserable!
Esparció el Afoché en el matarratón y la aparición se esfumó.
Regresó a su casa su mujer sentada en el suelo lo esperaba, al contarle lo sucedido en el patio, esta exclamó: ¡Ave María Purísima!
Cuando Cristina entró en trabajo de parto, llegaron voluntarias para ayudar a la partera la cual después del desembarazo, recibe la criatura que se le escurre de las manos y queda flotando en el aire con las piernas cruzadas entonando un canto extraño, una salmodia cadenciosa y rítmica, todos se paralizaron. Pamphile extrajo de su bolsa los polvos compuestos de hierbas y ralladura animal (Afoché), que echó en su manó sopló en dirección al duende recién nacido.
La criatura quedó inmóvil en el aire por la acción del Afoché, el contrahecho ser le lanzó una mirada agresiva. Poniendo la mayor malignidad en cada palabra, dijo mirándolo con sus enrojecidos ojos: ¡Cuando venga mi padre lo pagarás!
Escucharon un estropicio de cercas y portones desvencijados en el patio, un olor a tierra húmeda se esparció en el ambiente mientras en una nube de verdoso polen, aparecía el maléfico ser proveniente de lo más profundo de las entrañas de la tierra. Viendo a su hijo encerrado en medio de las frases mántricas y el círculo cabalístico hecho por Pamphile, le gritó violento: ¡Suéltalo Yoruba Malnacido!
Pamphile entonaba un suave Suyere africano, mientras la criatura flotaba y los líquidos de su cuerpo caían desde el aire empapando el suelo.
¡Suéltalo negro miserable! ¡Suéltalo o acabo con tu familia!
Tranquilamente respondió: ¡No puedes, tengo su ombligo en un frasco! ¡Ambos están en mi poder!
¡Qué quieres miserable!…decía el furibundo duende.
¡Quiero que se vayan y dejen quieta a mi familia!
¡Me voy si devuelves el ombligo de mi hijo!
¡No! Dijo Pamphile, ¡Está enterrado, si intentas algo morirán!
¡Déjame llevar lo que está bajo el totumo!. . .decía el diabólico ser.
¡No! Gritaba Pamphile con energía, tienes que salir de la isla o activaré el conjuro!
Desesperado el duende decía: ¡Suelta a mi hijo africano malnacido…suéltalo!
Era un enfrentamiento lleno de magia ancestral, de conocimiento y sabiduría arcana, heredado de sus abuelos haitianos, iniciados en los misterios africanos, y por otro lado el maligno duende sin reacción a pesar de su poder.
Desesperado dijo: ¡Si lo sueltas te doy la mitad de lo que está en el totumo!
Acepto todo entregado aquí de lo contrario retendré a tu hijo que se está secando.
El maléfico duende gritó: “Acepto pero suéltalo inmediatamente”.
El duende extrajo del totumo una saquilla de cuero sin curtir, en su interior había numerosas monedas de oro. Al caer al suelo, el tintineo cantarino anunciaba su existencia real, no era ilusión. Pamphile esparció Afoché sobre las monedas.
Las presentes, tenían la mirada fija en un punto inexistente del horizonte.
El duende al verse libre del conjuro, agarró a su contrahecho hijo y produciendo un ensordecedor estruendo, desapareció del lugar dejando el totumo completamente quemado, la cerca destruida y las tablas de la casa dispersas por todas partes.
Pamphile dejó caer una porción de los polvos que cargaba en su bolsa a los presentes, entonó unas palabras en yoruba antiguo y de inmediato recobraron la movilidad.
Las parteras continuaron su labor como si nada hubiera sucedido extrayendo con cuidado y amor, el verdadero hijo de Miló que emitió un fuerte grito cuando vio la luz por primera vez en su vida.
¡Bendito sea Dios!…Dijo Pamphile mientras respiraba con alivio y se secaba las gruesas gotas de sudor que le resbalaban por la frente.
Ninguno de los presentes supo lo ocurrido, solamente Pamphile, Miló, Cristina y Rossina se enteraron de lo sucedido cuando el sabio afrodescendiente les contó con pelos y señales lo sucedido la tarde anterior.
Se llamará Pamphile dijo Miló entusiasmado.
Al día siguiente en un atracadero de la ciudad, se embarcaba Pamphile con su familia incluyendo al recién nacido nieto, en una goleta mediana pintada de color amarillo, verde, negro y rojo, iban a partir para el único sitio de este mundo donde podía estar completamente resguardado de la retaliación del duende: Haití.
Jamás se volvió a saber del paradero de esa familia.
Antonio Prada Fortul escribe desde Cartagena de Indias, Colombia.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL