El origen de la Crónica

Por El Lector Americano  

Virginia, 6 de junio de 2024.- Le costó un montón de años webs, hasta que un día sacó un librito de ciento diez páginas, que no tenía sello editorial, pero sí pie de imprenta de los talleres gráficos de Enrique López, de la calle Riobamba, y en el lomo decía Bogotá 1984. En el reverso, abajo, impreso sobre la misma tapa, el precio: ochenta pesos. En el mundo editorial de tercera línea es el primer libro del popular periodista cultural y nacional Erasmo Luis. Y abajo el nombre verdadero del autor, en cuerpo menor, Roberto Lenine, un nombre extraño para la mayoría. Con tapa bicolor y arte de interiores de Vladimir Carpo Jaime —un diestro dibujante de estilo suelto y algo naif— el libro estuvo destinado a ser vendido en los kioscos de periódicos, junto a calendarios y revistas del corazón. Ese era su lugar, el espacio en el que el autor, colaborador habitual en páginas de revistas culturales y de varietés desde muchos años antes, y muchos después y, que por lo mismo, él sentía suyo. Precisamente, una nota al pie de los treinta y seis textos aclara: “Los artículos que conforman este volumen fueron publicados en revistas sindicales, culturales y de las otras, y paredes de la zona”.

En un prólogo, sin título, el autor abre el paraguas: “Siempre que se comete algún despropósito o error, oye, conviene echarle la culpa a los otros. En este caso, a algunos amigos, a mi mujer y mis hijos, que serán los culpables de que aparezca esta obra, bueno, este librito”.

También aclara después que las notas tratan de aspectos destacados de su vida y de los otros. Finalmente, tras manifestarse corto de pretensiones literarias, afirma que sólo:  “la idea es llegar a los hombres de ahora, de tiempos despeinados y sudorosos, para sacarlos del aburrimiento que se vive hoy”.

Y ahí, en esa declaración y con ese léxico, un expresivo y fluido Erasmo Luis —y un enmascarado Roberto Lenine— se comunica con su lector cómplice, porque habla como “nosotros”. Un autor inquieto de origen humilde, que adoptó un seudónimo melódico de la llamada nueva música brasileña que escuchaba en la radio —“el comilón fue llevado a la televisión”…— e inauguró con él una manera de contar y escribir absolutamente original, creando una forma y una mitología perdurable en el tiempo a través de dos vertientes.

Por un lado, las Apologías, que editaba semanalmente, como una “síntesis de esto que pasa”, que eran unos textos vertebrados a partir de dos fuentes verosímiles, contradictorias, una idea primigenia con base de verdad, un recorrido de costado de la realidad que abre camino a un relato sociopolítico. Como lo hacía el inmenso Ryszard Kapuściński, pero sin su vuelo, Erasmo Luis recala en la anécdota de la realidad crítica, sentimental —con políticos, artistas, los desconocidos de siempre, famosos u oscuros personajes de la TV— dando lugar a una épica y el melodrama del desencanto, y la viñeta tragicómica.

Foto cortesía.

Por otro lado, y con el mismo registro, se inventó una memoria atemporal del tipo Dorian Grey, redactando cierta felicidad íntima, salvaje y verdadera. Todo a destiempo pero justo a tiempo. Algunos de estos textos los publicó en cierto semanario independentista de Puerto Rico, Vertébrame esta”, así se llamaba la columna, donde exploraba con alevosos tics y flagrantes debilidades, textos amorales.

Así, Erasmo Luis, en tanto cronista libertario de juventud pobre y atrevida, fue en gran medida responsable de su leyenda mal entendida por su paso por la llamada “Universidad de la calle” del tú a tú  (y de “otros como él”), forjando un tipo de periodismo enciclopédico, lírico e imprevisible, propio de las latitudes del Cono Sur. “En Francia los jóvenes aprenden a hablar de todo cuando van la universidad; acá, como muchos que no van ni al secundario aprenden con otros más avispados en las esquinas”, dijo alguna vez, según recuerdo Carlos RonCarlos, un amigo hecho personaje del extremo Sur. Y la calle, con todo el folklore de los barrios rascas —que es lo mismo en casi toda Latinoamérica, claro—, de frases profundas e improvisadas, como un cadenazo a una torre de alta tensión, o el vigilante represor corriéndolos por dejar media ciudad sin luz, o la madre sufriente y rezongona (la “vieja” del chancleta), o la vida de los nuevos ricos —el mundo ajeno de “la nueva gente bien”— y sobre todo sus amigos que son a la vez el equipo y los colores con apodos salvajes. A saber: MocodeYeso, PanconQueso, LuisitoPalma, PabloBolchevique, PotodeCaballo, ElpeladoJM y esa chica atrevida, MaríalaHúmeda, que no quería crecer y menos hacerse una “señorita fina”.

Allí en la zona gris de los barrios al poniente de la ciudad vieja, Erasmo Luis recoge los esbozos de lo que desarrollaría más tarde en El Diario de un Escriba, una “novelita lumpen” modélica, de lo que se piensa y no se dice.

Los temas recurrentes de Erasmo Luis en esta zona evocativa y personal son, además de la alevosa nostalgia y los atardeceres rojos, el valor de seguir siendo él mismo, de conservar al muchacho y las circunstancias de su tiempo y espacio; de irse y crecer. De irse mucho tiempo y volver a veces. De andar diciendo que su patria es el extranjero. La idea —el ruego a un extraño “Tatita Dios”— de poder volver para ver a los muchachos de pan, molotov y rebelión. De estar siempre volviendo, tipo Ulises, si se quiere. La fidelidad que suma ciertas cosas tan palpables como indefinibles, como lo es, o fueron, las curvas de su novia de quince años que tanto añoró, pero cuarenta años después.

Foto cortesía.

Al respecto vale la pena citar el comienzo de uno de sus textos, Déjalo que Venga. Dice así:

No te preocupes madre, porque tu hijo tiene un horizonte claro y lejano: una vida transhumante. No te pongas triste pensando en un mañana lejano y sinuoso. No pienses eso de qué seré. El destino sabrá. O el eco de una mente azarosa. ¿Acaso seré un winner” en el ocaso de fines de los 90? Mmmm. No, no creo. Pero sí posiblemente sea un cronista, o quizás un empleado público o factótum a todo culo. También podría ser el dueño de un Banco. Que ni yo lo creo: Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.

Lo cierto es que tiempo después, Erasmo Luis se reconstruirá como todos. Y querrá ser otra vez un Kapuściński. Es decir: Erasmo Luis escribirá crónicas con estilo. Porque los calendarios atávicos de ciertas efemérides se vuelven todavía más poderosos ante la angulosidad de ciertos fantasmas de la realidad. Y la distancia y el tiempo —lejos de permitirse un descanso más o menos tranquilo— convertirá su misma vida en un territorio cada vez más incógnito a pesar de haberla transitado una y otra vez.

Y así como hay colegas que hablan y piensan cosas, pero dicen otras, en ese juego de palabras Erasmo Luis, no para de escribir cuando todo haya sido consumado, pero no necesariamente consumido. Él la llama “la memoria de la sucesión de momentos”, que le sirve para la creación de ciertas crónicas atemporales del recuerdo chiquito de un gran instante en estos tiempos tan mortales y vivos. Como bien lo precisa Erasmo Luis cuando escribe y habla.

Tan tan…

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