El regalo fui yo

Foto cortesía.
Por El Lector Americano

Túnez, 18 de noviembre de 2022.-
Habían pasado varios días y yo todavía estaba pensando qué regalarle a esa chica que tanto me gustaba. Ya le había regalado bombones, dibujos mal hechos por mi, y separadores artesanales para libros; no podía pedirle plata a mi padre pues no tenía un mango… realmente no sabía qué hacer.
Pero esa misma tarde se me ocurrió algo. Fui a un jardín de plantas, cerca de casa, y le pedí al señor que atendía que me hiciera un crespón de cinta blanca, azul y roja, con dos tirantes largos. El me preguntó:
–¿Y con qué flores quiere este crespón?
–No, no necesito flores. Solamente las cintas tricolores –le contesté. Después me fui a mi casa —a la que todavía llamaban la “del portón rojo”—porque asemejaba a una propiedad de campo, de esas con casa atrás, con mucho patio y árboles frutales, un campito en miniatura, que quedaba a seis cuadras de la casa de la chica que me gustaba tanto, justo frente a la costanera del río.
Cuento esto porque ahora me doy cuenta que casi éramos vecinos, pero se ve que a veces las distancias no son siempre de veredas, calles y postes de luz.

Pues bien, cuando llegué a mi casa, escondí el crespón tricolor que traje, entre las ramas de un árbol de damascos. Me imaginé que ese árbol iba a empapar con su dulce aroma de frutas las casa botas tricolores. También lo escondí pues seguro que mi familia se iban a reír por mi idea peregrina de lo que yo entendía como regalo a una enamorada.

Entré a mi casa, y llamé a V, por teléfono de esos de antes, y le pregunté si podía ir a verle, solo un ratito. Que yo podía pasar por allá.

«Bueno, ven un ratito, porque mis padres todavía están en casa, aún no se fueron a la panadería, pero antes me doy un baño y te espero»—, me dijo.
«Muy bien, dije yo. En cuarenta minutos estaré allí».

Entonces me di un baño con agua fría, me perfumé con la colonia inglesa de mi viejo, me puse su mejor camisa blanca, y me encajé un traje color habano suave que me habían regalado el año pasado para la fiesta de graduación de V. Antes de salir de mi cuarto, me miré al espejo. Me sentí feliz. Me mire de perfil, los dos por si acaso, y me sentí como Don Johnson, pero sin un peso. Estaba nervioso: iba a ser la primera vez que me jugara, indefectiblemente, toda mi alicaída personalidad emotiva con un amor de juventud. Me peiné al “charchazo”, como Carlitos Gardel, para que me diera suerte: me temblaba la mano al peinarme. Probé con gel para cabello, y me quedó re bien. Salí rápido de casa, casi listo para un casamiento, y mi vieja junto a mis hermanas, me vieron, se rieron de buena gana, pero me desearon suerte. Caminé para su casa, a su encuentro; en una mano llevaba el crespón, y en la otra mi corazón de melón.

Yanko, abril 1983.

Llegué a la esquina de su calle, me puse el moño tricolor en el cuello, y en ese instante sentí que el crespón y mi cabeza se disparaban en un arrebato de arreboles y delirio cumpleañero, y se me vino una profunda sensación de deseos de fraternidad y amor por esa chica a veces malcriada y confundida. Todo esto conjugado en un destino que, en esa época de última yo así lo presumía, sabía que era incierto. Y así, alegre, temeroso y celebrando mi propio 14 de febrero, toqué el timbre de su casa. V, salió rápido, su cabello aún estaba húmedo, su cara hermosa, blanca y con tintes rojos en sus cachetes. Se quedó mirándome impávida, me sonrió impávida. Yo abrí los brazos, y le dije:
«V, acá tienes tu regalo por tus dieciocho años»…

Se le cayeron las lágrimas, y se puso su mano en la boca para disimular un expresivo “gritito” sorpresa. En ese segundo adiviné un placer oculto en su mirada. El rumor de sus alas sonaban claramente en mi cabeza. También sentí el futuro pero visto desde este presente. Y pensé: ¿esta imagen la desclasificará el olvido? ¿Será este un deseo de una carta nunca enviada? ¿Acaso el destino sabe de amores imposibles pero ciertos? (…).

Ese día su familia me temió y, fundadamente, se dijeron a sí mismos, sin abrir la boca claro está, o que yo estaba loco de verdad, o en verdad que sí estaba enamorado de ella. Las dos opciones eran imposibles, para ellos.

Cuando volví a casa, pensé en grabar grabar y volver a grabar en mi memoria afiebrada, a cómo dé lugar, este instante de puro gesto amoroso. Ya no tenía excusa para mi futuro: el crespón tricolor sería un relato gravitante en mis memorias obtusas.

Esto fue un 17 de febrero de 1985. Hace 37 años, y ella fue la primera mujer que vi y sentí como un verdadero amor en mi vida. Fue una chica que quise como un loco. O bien loco como era yo, que es casi lo mismo pero no es igual. Un amor de melón que debiera ser ley universal cuando eres un muchacho, ¡joder! … de buena familia.

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