Foto: buenvibra.es
Por El Lector Americano
Túnez, 2 de junio de 2023.- La letra al final de Stairway to Heaven (Escalera al Cielo) dice algo así: … Ser una roca/ y no rodar. Pero suena mejor en inglés, ¿no es cierto? To be a rock/ and not to roll.
Esta postal musical, tiene como treinta y cinco años de llevarla adentro de mi, y cuando la escuché 15 años después, fue en un supermercado adentro de un centro comercial en Baires, 1992. Fue un martes, el día de descuento para comer choripanes en una parrilla dentro del lugar. En la tarde, la hora que está más vacío según mi limitada experiencia en el rubro comercial, ahí estaba yo, entre abuelas y abuelos, en esa Galería Churba, de una deprimente Avenida Cabildo y Juramento, en un verano cuando no pasa nada en la ciudad del Plata.
Pues bien, ahí, en ese contexto empezó a sonar la acústica de Jimmy Page, y realmente me sentí en otro mundo. Uno en el que hay una dama que está segura de que todo lo que brilla es oro y que con una palabra puedes obtener todo. Mientras buscaba un jamón crudo o comparaba los precios de latas de atún, no pude evitar pensar en aquellos días adolescentes, en los que nos juntábamos a disfrutar de este tema con amigos, días en los que la única forma de poder escuchar de punta a punta los casi ocho minutos de “Escalera al cielo” era en la casa del que hubiese conseguido el vinilo de Led Zeppelin IV gracias a algún hermano mayor o algún primo.
Mucho antes de las reediciones remasterizadas, mucho antes del compact y mucho más antes del download, los discos eran como una extraño símbolo de tipos amantes de la música: no se compraban, había que heredarlos. Y Zeppelin IV era de los difíciles, sólo para iniciados. Jamás se me hubiese ocurrido entonces que podría llegar a sonar en una galería comercial de jóvenes haciendo la cimarra o la rata (escaparse de la escuela), por ejemplo. Era música contra los centros comerciales, supermercados, y lugares de moda, después de todo. Música contra la tontería y la hipocresía del mundo, música contra el poder de los pocos en contra del hombre de la calle, podríamos decir. O, por lo menos, música para elevarse, para ver más allá de nuestras orejas y ombligo.
¿Y la tapa del disco? ¿La que yo vi por primera vez? Pues bien, más allá del extraño mundo alicaído que ilustra su enigmática portada, por ejemplo, en la que no figura ni el nombre del grupo ni el título del disco, es dable decir que te marca. Te hace pertenecer a un grupo secreto. Ese cuadro algo “naif”, colgando de una pared hecha bolsa, tiene algo que te apela.
Y sin embargo ahí estaba yo, escuchando sobre esa dama que va por esa larga escalera, un siglo más tarde, y buscando aquellas certezas diacrónicas hoy algo desteñidas, yo en el supermercado –terrenal al fin– decidía no llevar pan en bolsa porque salían casi el doble que el pan común del pueblo llano, o sea yo. Pero tampoco me preocupé tanto por esto, ni tuve ningún remordimiento por semejante banalidad. ¡Ojo! Es más, el tema se escucha mejor, y yo mismo hacía una mejor compra, esperando el momento indicado en que en el bosque, recreado en la letra de Led Zeppelin, entre el eco de la risa, justo cuando entra la batería y el bajo del tema …
You know sometimes words have two meaning…
Mientras pagaba mi cuenta sin asco. Después de todo, como lo dice la voz de Robert Plant, en el largo sendero, siempre hay tiempo para cambiar tu ruta. … Bueno, justo allí, me permití una risita por un recuerdo vívido de mi mismo cuando tenía trece años. Con esa edad escuché por vez primera “Escalera al cielo” , en la casa de la Angelina, la Bella… juntos a sus hermanos “fumones y rockeros” en la terraza de su casa tipo playa, y yo más inocente que el mismo niño Jesús, un 28 de diciembre. Y en ese momento me encontré de repente escuchando un solo de guitarra del tema que se fue en “fade out” sin dejar que suene el final de la canción, que es el momento más rocker, y decididamente impropio para ciertas sensibilidades. Como si esa guitarra y esa gama de notas todavía no hubiesen sido amaestradas para los gustos musicales del momento. Como si hubiese cosas que todavía no se pudiesen escuchar en determinados soportes, como lo era la radio de fines de los ‘70, en plena dictadura fascista, ni en una casa conservadora como la que vivía yo.
¿Cómo es eso que todo pasado fue mejor? Pues no. Lo siento. Lamento informarles que eso nunca fue así… hasta ayer…
El tema es que haciendo fila de la caja del súper no hubo “fade out” y el clímax del tema llegó justo cuando estaba pagando la cuenta.
“TU ESCALERA ESTÁ EN EL VIENTO SUSURRANTE… Y MIENTRAS NOSOTROS SEGUIMOS BAJO EL CAMINO NUESTRAS SOMBRAS MAS GRANDES QUE NUESTRAS ALMAS ALLÍ CAMINA UNA DAMA QUE TODOS CONOCEMOS”…
Y sí. Llegó. Llegamos todos. Y seguro Zeppelin IV hace rato tiene su flamante versión remasterizada, doble o triple, de lujo, con demos, outakes y qué se yo cuántas cosas más. Pero a no deprimirse. A pesar del contexto, de gente esperando detrás de mí en la caja para poder escapar de ese extraño momento que es la cola del supermercado, de la cajera mirándome de costado al verme susurrar la melodía, mientras iba exponiendo el código de barras de cada uno de los productos de mi compra ante el láser de su máquina registradora, sentí que el poder de la canción aún seguía allí. Al menos para mí. No dejé de disfrutar cada segundo del tema, cada frase de Plant, cada solo de Bonham o de Page. Y todo esa orgiástica musicalidad terminó justo cuando estaba casi en la puerta del chino. Antes de salir del local, eso sí, revisé que me hubiesen hecho mi quince por ciento de descuento en el ticket, por ser martes, por tener la mejor actitud en el supermercado y, sobretodo, ponerle onda a la música ambiental.
No sé por qué, pero saliendo de allí recordé una de mis frases preferidas de la película Pajarracos y pajaritos de Paolo Pasolini, que dice así: “El camino termina y el viaje comienza”. … un palo de reminiscencias…
Y así, caminando por Baires, sintiendo el peso de mi humanidad, y de las dos bolsas de la compra (compré un kilo de papas, carne picada, un cepillo de dientes, y una koca kola china de dos litros), me di cuenta de que la canción había hecho su camino de punta a punta por mis fibras emocionales. Me llevó para atrás, un tema que se hizo trascendente desde la casa tipo de playa de Angelina, la Bella, y sus hermanos fumones y rockeros, y yo, con mis trece años pensando en que hay arte no solo en la música sino también en cómo encaras el camino. Incluso para cuando haces una compra en un supermercado chino en Buenos Aires 1992. Todo un camino, mi camino a través de Led Zapellin, que empezó en 1977, y terminó en un supermercado en una galería fatua, para arrancar otros caminos. Para saber cuando es hora de que empiece el viaje. Para recorrerlo hasta el fin…
Porque el efecto de este tema es asombroso. Como si después de escucharlo los resultados de una buena acción, de una palabra amable, son incalculables y melódicos. Me veía colmado de gratitud, de buenos deseos, de invitaciones, de pequeños regalos conmovedores, enternecedores. Si hubiera tenido un auténtico poder, en lugar de ser la quinta rueda de un vagón sin motor, sólo Dios sabe lo que habría podido hacer después de escuchar Stairway to Heaven, ese leitmotiv necesario para quemar las naves y ahuecar el ala, saliendo de un supermercado chino en Buenos Aires.
Porque así estaban las cosas en esos tiempos después después de que hubieran pasado quince años, y con la economía clavada al dólar. Me encontraba saturado de humanidad, con experiencias de una y otra clase. En los momentos de serenidad, tomaba notas que tenía intención de usar más adelante, en caso de que alguna vez tuviera oportunidad de contar mis experiencias…
Esperaba un momento de respiro, y Led Zeppelin era mi otro yo, como inspiración y relajo …