Por Juan Francisco Coloane
A partir de los atentados del 11 de septiembre 2001, Estados Unidos ha ido construyendo una coyuntura propia con el mundo islámico y en ella no solo enfrenta su pasado, al mismo tiempo debe absorber el peso colonial de otras naciones. Si bien la administración de Barack Obama formuló al comienzo un discurso nuevo hacia el mundo árabe que generó gran expectativa, éste aún no se ha materializado.
Estados Unidos desea ser tratado en forma benigna por el mundo islámico sin embargo al no poder desprenderse de su aspiración por la supremacía total, ha bloqueado su capacidad de comprender en forma más cabal, o de aceptar quizás, que la configuración del mundo ha cambiado. Los atentados han colaborado a desenterrar mitos enclavados en una delgada superficie. En el fondo pocos creían en ese nuevo orden mundial y los mismos que lo difundieron percibieron la señal equivocada del fin de la guerra fría. Esos atentados desnudan esos mitos.
No es consistente que el país que más dictaduras ha instigado mundialmente en pos de la supremacía después de la Segunda Guerra Mundial, de la noche a la mañana abogue por democracia y protección a los Derechos Humanos. Al mismo tiempo invada Irak con un falso expediente, acose a Irán con un expediente cuestionable que no ha sido sometido a escrutinio independiente y multilateral sin presiones, apoye el derrocamiento de un gobierno en Siria vinculándose a un contingente de terroristas y mercenarios y de apoyo irrestricto al estado de Israel sin que éste respete las resoluciones de la ONU sobre el tema palestino.
En este plano, Estados Unidos aún padece de un déficit importante de sensibilidad en cuanto al significado de ser un poder planetario único sin que exista otro que lo enfrente. Corregir ese déficit, es una de las claves para el cambio de óptica en la identidad de la política exterior norteamericana. Desea ser tratado en forma benigna, sin embargo al estar atrapado en la matriz de la permanente amenaza (la matriz de la guerra fría), no ha interpretado con mayor amplitud el cambio de configuración en el mundo.
Es probable que al predominar todavía el criterio de la supremacía a toda costa, Estados Unidos esté fallando en reconocer que ha habido más cambios en la otra esfera que en la propia y al intentar liderar, intervenir o mediar, comienza a desconfiar en su propia matriz. No ha abordado la tarea de revisar con mayor profundidad su reciente pasado. Con todo el poder a su disposición como única potencia, en 20 años ha fallado en precisamente lo que tanto propagan sus líderes: crear el nuevo orden mundial post soviético. Las manifestaciones islámicas son una señal de que se abre una coyuntura diferente y es la ocasión para asegurar la profundidad de esa revisión
Desde la guerra de Vietnam que no se observaban manifestaciones anti norteamericanas como las ocurridas en los países con población islámica, agraviada por las blasfemias contra el Islam de un video producido en Estados Unidos. Todavía más, estas manifestaciones se han centrado frente a las sedes diplomáticas de Estados Unidos. Las protestas por Vietnam ocurrían generalmente en las calles, los parques, los estadios. Ahora es diferente. Simbólicamente se trata de golpear a Estados Unidos directamente en sus dominios. Esto es grave porque es un giro hacia un radicalismo que expresa un alto nivel de frustración y rabia acumulada.
Aunque también es conspicuo que un video de esta naturaleza aparezca y tenga tanta resonancia a pocas semanas antes de una elección presidencial clave para las relaciones internacionales. Si sale elegido Mitt Romney habrá más sonoridad en los tambores de guerra. Si Barack Obama es reelegido, esos mismos tambores quizás se sientan con más sordina. Está siempre latente la posibilidad de que ciertos sectores del poder en determinados países, se vean beneficiados por una mayor radicalización.
También se trata de señales de una relación mal enfocada y que se arrastra por demasiado tiempo. ¿Es el interminable conflicto que genera la creación de un estado palestino? Es eso y mucho más. El discurso del presidente Barack Obama ante la Asamblea General de la ONU esta semana, refleja esa relación mal enfocada entre el mundo islámico y el mundo occidental representado por la coordenadas que dicta Estados Unidos desde su rol de líder de la alianza occidental. Esa relación descuidada parte de una desigualdad histórica y cuyo remedio parece insostenible. Las tierras donde se ha desarrollado la religión Islámica, desde la más austral aldea en África hasta la más al norte en Kazakstán y al Oriente en Mindanao, han sido diezmadas por el poderío de las potencias coloniales o gobiernos que responden a estos poderes.
El discurso de Obama ante la ONU fue cauto en lo de Siria en particular. No mencionó el conflicto. La editorial del New York Times del jueves 26 de septiembre lo hizo notar. ¿Por qué este reclamo del NYT por la omisión sobre Siria? Seguramente en la coyuntura global, en medio de una economía tambaleante y un marco de relaciones internacionales tensas con guerras de por medio, es necesario aplicar más sigilo estratégico y un sentido político más pragmático. Es notorio que el capital transnacional ha penetrado en forma avasallante en la política entre estados, perturbando así la mínima funcionalidad para los equilibrios internacionales. El acoso a Siria e Irán es un buen ejemplo porque la repartición colonial territorial por recursos en esa zona ha sido una constante y ahora en torno a estas dos naciones se observa el rostro menos identificable de las corporaciones transnacionales.
El New York Times transmite por lo general las inquietudes del capital transnacional. Hasta ahora ha promovido la visión unilateral de que todo lo que sucede en Siria es responsabilidad del gobierno de Assad. Al mismo tiempo le ha restado relevancia a la instigación al derrocamiento de países que son dominados políticamente por las corporaciones transnacionales. Es el caso de Arabia Saudita, Turquía, Israel y Egipto (Shana Marshall , Joshua Stacher. MER262). Para qué mencionar al propio Estados Unidos, Francia y Reino Unido, cuyas transnacionales son los principales accionistas en esta suerte de “Bolsa Geopolítica” en torno a Siria e Irán que van de la mano.
Fuente: ARGENPRESS.Info