¿Habemus Papam o no?

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Un día en la vida de un niño llamado Jorge Bergoglio, le preguntaron:

– ¿Qué quieres ser cuando grande?–.

Y el niño Jorge respondió:

–¿Por qué mejor no me preguntan qué quiero ser cuándo sea viejo?–

Y sus padres se rieron de buena gana…

 

› Por El Lector Americano

(Burke, 29 abril de 2025)

Y, claro, esto lo digo porque los últimos días en la vida de Francisco fueron muy Vía Crucis. Y gracias a esto, en los noticieros se habló muy poco a Selensky, casi nada de los tontos útiles de la OTAN, mucho de la Bolsa de Nueva York, y de algunas gambetas de Messi. Y, por último —con campanas al vuelo— la prohibición de Mónaco de la importación de crucifijos traídos desde Taiwán.

Pero pasaron los días, y Francisco falleció. Y fueron días despachos de prensa desde la Plaza de San Pedro, y pronósticos de los expertos en Cónclaves que —luego de economistas y meteorólogos— son los tipos que más se equivocan en sus predicciones para, por supuesto, acertar siempre el día después.

Así fue, que tras la muerte del Papa Francisco, se cerraron los portales de la Capilla Sixtina (como las puertas que se abren a la eternidad de los Nobeles de Literatura, con la diferencia que nadie se muere para darlo otra vez), y se enciende una chimenea que nos da la fumata negra/blanca y, un día de estos —vía transportación de espíritu santo—, sale al balcón un nuevo Papa. Y ahí se para, con la misma expresión de Jonathan Pryce en Los dos Papas, y contemplando la Plaza San Pedro dice: “aquí estoy amigos”.

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Seguramente la prensa mundial de ese día —luego de algún partido postergado de las clasificatorias al próximo mundial de fútbol— titularán: “Fumata y gol”, y sabremos si el nuevo modelo de Papa será … batido y criado en África, Europa, Asia, muy poco Costa Rica, y bueno, allí mismo tuve que calmar mi fanatismo mundialero, porque creí entender que David Beckham se las había arreglado para convertir a Messi en Sumo Pontífice. Y yo mismo –extrañamente devoto después de ver la peli Cónclave, con Ralph Fiennes y elenco por 120 minutos– me di cuenta de la sencillez de Francisco, de cuando aún se llamaba Bergoglio. Y atónito, miré con los ojos húmedos, y de rodillas recé frente al sacrosanto TV plasma. De que “Sencillo y modesto” era un buen adjetivo para Francisco. Un porteño (hombre de Buenos Aires) que hoy está en el cielo, y no pude evitar preguntarme porqué tanto elogio a la humildad de Francisco cuando se supone que –por definición y credo– todos los Papas, cardenales y obispos deberían estar obligados a ser así. Pero la verdad es que no es así: y Francisco era diferente a esos obispos del tipo Los tres mosqueteros, con mucho poder, y más pan, pan y harto vino, vino. Que de última Francisco fue mucho más que el vetusto y germánico Ratzinger, por dar un nombre sin azar. Que lo fueron a buscar a la Argentina, y lo trajeran desde un asado con chimichurri. Porque siempre hay teorías conspirativas de todos los credos, y periodistas poco creyentes, de algo que, parece, es mitad obra del Espíritu Santo y mitad conjuras “non sancto” de la codicia y la posibilidad de que todo obispo quiera que siga como antes. Por eso el nuevo Papa tendría que ser un sacerdote abnegado y dispuestos a darlo todo por el prójimo. Y yo que siempre admiré -y hasta envidié– a los creyentes con verdadera fe. Pero, la verdad, nunca me gustaron los administradores de la fe de ninguna religión. Y siempre entendí que la Iglesia Católica compartía más de un rasgo común con algunas sectas a las que tanto condena (ellos mismos fueron dejaron de serla en tiempos antiguos, y les fue muy bien) y tienen más de un gesto compartido con alguna fuerza de choque del poder real. Por ejemplo: imposición del dogma de la violencia, y persecución a quienes no pensaban como ellos; torturas a personas indefensas; recomendaciones médicas (como eso de que el uso del condón “hace mal”); adjudicarle al diablo todo avance científico de peso (Galileo, Darwin, o Gregorio XVI llegando a condenar al los ferrocarriles, y ni que hablar de las células madres o Camilo Sesto). Ni que hablar de corrupción económica, pedofilia rampante y la inspiración de novelas del tipo El Código da Vinci, y todas esas películas con monjas pechugonas y sexis.

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Por eso no sorprende las revelaciones en cuanto a un pasado más o menos turbio de algunos Cardenales papaístas: la Iglesia siempre estuvo con el poder y recién después —si el tiempo les convenía— cuestionaban algo sobre la naturaleza y la polaridad de ese poder. La Iglesia siempre miró para otro lado, miró al cielo, y poco a los pobres de la tierra. Así fueron y son y serán las cosas. Cosas que -aseguran los optimistas pos Francisco– que en Plaza San Pedro esquina Vaticano, hicieron un cambio por un Papa latinoamericano para -por lo mismo- que nada cambie. Y por eso, tal vez, ya se dice que el segundo mejor Papa de la historia mejor posicionado después de Juan XXIII, es Francisco, el jesuita. Que al final pasó a ser un tapón ante la fuga de católicos al evangelismo, en plan salven a la santa iglesia apostólica y romana. Por eso tuvimos uno de los funerales más populares de un Emérito por Mérito propio (o viceversa, o anda a saber tú), con la inclusión de verdaderos pobres yendo y viniendo a despedir a Francisco en capilla ardiente. O quizás Francisco, volvió y fue millones como lo han sido los ídolos populares.

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Por eso en estos días, en la prensa internacional, se ha dicho que la única solución posible para la presente pasión católica, y evitar otra diáspora, es seguir  volviendo a las fuentes. Casi una paradoja: lo más vanguardista sería la elección de un Papa más bien retaguardista. Está difícil. Y ya se sabe porque duró poco Juan Pablo I, cuando tuvo una idea del tipo “locura evangélica” de irse a vivir a un barrio obrero en Roma, de querer reformar la curia y dejar los palacios en manos de una organización internacional. Y sí, a lo mejor todo puede ser posible y hacer el bien cueste un reinado en la tierra. Por eso cuando Malaquías, el profeta que predijo la venida del Mesías, o como Nostradamus, que también auguró que falta poco tiempo para que se acabe la función y las misas, tal vez asuste y los recordamos  mucho en estos días. Mientras tanto y hasta ahora, en los oficios religiosos previos el Cónclave, ya se ha avisado que el elegido debiera ser “un buen pastor dispuesto a dar la vida por sus ovejas”. Así que el futuro Papa, debiera ser un hombre santo, pero también astuto y, según muchos, un hábil estratega: como lo fue Jorge Bergoglio, que le bastó elegir el nombre de un santo algo hippie, nacido en Asís, para caerle simpático a la feligresía. O advertirle al nuevo Papa que la eterna y extensa escalera, del tipo El ciudadano Kane, con Orson Welles, que asciende a los infiernos o desciende de los cielos, es de un bosque encantado, y también un feroz camino al purgatorio.

Pero ya se sabe: donde hay pastores y ovejas también hay muchos lobos y zorros viejos. A veces demasiados. Y a todos esos, también se les cree mucho, a veces demasiado.

Amén.

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