Por Alfonso Villalva P.
Cada quien a su aire, pero últimamente todos andamos con el garrote en la mano. Denuncias, inmolaciones, ridiculizaciones ingeniosas. El timón del país vacila de un extremo a otro: si no vibra la ovación, sin escalas viajamos al estruendo del abucheo, a la ignominia de la intransigencia. Estos momentos nacionales parecen impedir el arribo del equilibrio. El país que fue tratado como menor de edad por décadas, ya logró la adolescencia, pero se resiste a cruzar la frontera de la madurez.
En la vitrina mexicana, se presenta prominente el caso de nuestros legisladores quienes, con mucha vocación de escándalo, soltaron amarras del muelle centralista para derrotar sin compás hacia latitudes insospechadas. Ya no tienen más líder espiritual que su jefe de “bancada”. Por ello, al unísono desbordan sus pasiones, alimentadas algunas con ideas de Estado, pero otras con frustraciones, limitaciones, alucinaciones dogmáticas, que no les permiten más que intentar inútilmente ser célebres, vengando lo que antes no pudo ser.
Algunos tienen oficio, pero no todos lo usan conforme a su mandato. Otros, simplemente dejaron la porra para vestir de traje alegórico y, con corbata estrambótica –de seda, eso sí- y zapatos de charol, arengar ininteligiblemente. Otros más que luchan por ganar el concurso de los ignorantes, y los que se sientan resignados en su curul a esperar otra legislatura que les permita desahogar sus iniciativas legítimas y educadas en algo construya un proyecto serio de nación incluyente.
Cada partido tiene armas de negociación bajo la manga, pero aún con líneas partidistas –o revanchistas-, se contradicen senadores y diputados. Salvo los asuntos de posibilidad histriónica, parecen haber cedido su individualidad en beneficio del proverbial voto en bloque. El contenido no es crucial, pues lo relevante es obstruir al opositor o proclamar que ese ente que llaman “los pobres”, –aunque no hayan visto alguno uno de carne y hueso, en sus días- tiene un baluarte legislativo, siempre y cuando cuenten con su voto.
Hay debates interminables de asuntos con mayor perfil, y en recesos, entre café y café, elaboran dictámenes exprés de cuestiones técnicas, rezagadas por gobiernos anteriores.
El Honorable Congreso de la Unión tiene que reagruparse, convertirse en una institución cuya pluralidad enriquezca el cuerpo legislativo y garantice mejores reglas de convivencia. El Congreso debe pasar a la siguiente etapa para que con profesionalismo, independencia y pluralidad, su trabajo produzca frutos que permitan a cada quien dedicarse a lo suyo, y construir su propio futuro según sus convicciones.
El Honorable Congreso de la Unión tiene que dejar de ser el reducto del golpe bajo; sacudirse a quienes no estén preparados para semejante responsabilidad; quitarse el yugo de la ignorancia y la ineptitud. No puede ser la tabla para jugar partidas de ajedrez ideológicas o electorales, que reparten poder en función de la administración pública.
Últimamente, en todo el país las autoridades ofician más de tamiz moral o de salvaguarda de delincuentes, que de servidores públicos. Por ello, el Congreso debe transformarse sin retrasos en el foro representativo de la diversidad nacional, con un objeto muy claro: construir un país en el que todos quepamos.
No lograremos nada vociferando con un laurel cernido en las sienes. El camino es –tiene que ser- un desempeño prudente y respetuoso para que así algún día se apruebe algo más de lo que solicitó el presidente del Partido. Los que por lustros condenaron el bloque, ahora hacen lo mismo y, paradójicamente, aquellos que el ciudadano no prefirió más por ejercer el poder sin limitaciones, ahora se dedican a señalar con índice de fuego las atrocidades de un gobierno que comenzó en la catástrofe que heredó.
Entendemos bien que, como en los toros, el matador pretende la gloria para él, y sólo para él, pero no debe olvidar en su lidia, que su existencia se debe a los aficionados que cada domingo pagan las entradas. Por ello, su obligación es imprimir el arte que ellos exigen.
Así, seguramente, el respetable le regalará sus palmas, recibirá su parte y le dará su afecto. En el trance le va la vida, pero cada tarde, al arrimarse, recuerda que hacer su trabajo sin pensar en la gloria, le garantiza una nueva oportunidad de salir en hombros por la puerta grande. El primer espada sabe que el triunfo radica en ser honorable en beneficio del respetable.
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