La acera de los superhéores

Por Miranda Navas
Les contaré una historia muy peculiar. Una historia sin un final feliz o triste. Es simplemente una historia que quiero compartir. Empieza hace mucho tiempo, cuando me di cuenta que él siempre está sentado en la misma acera. Es la misma intersección y está ahí desde que sale el sol hasta que el viejo reloj de su muñeca da un cuarto para la siete. Nunca lo he visto en otra parte, ni sé a dónde se dirige cuando dan las siete.
Tiene el rostro mugroso, los pantalones rasgados y sus zapatos zaparrastrosos y llenos de lodo; además son un par de tallas muy pequeños. Es un niño bastante enclenque y algo paliducho, con ojeras de un morado intenso bajo los ojos. Es apenas un niño nada más, un niño muy pequeño, pero su expresión tan sombría da la expresión de haber vivido demasiadas cosas para una vida tan corta.

Hace un tiempo noté que era cada vez más delgado, las mejillas ya no eran tan regordetas, y si observabas detenidamente, podías notar cómo las costillas habían empezado a marcarse en una forma preocupante.
Al principio, al dar el semáforo en rojo, él corría al centro de la calle y daba un pequeño show, bailaba y saltaba de un lado a otro como si fuera un niño acróbata. Con el tiempo su show fue cambiado a un simple acto de malabarismo y luego, pasaba de ventana en ventana con una mirada pérdida que te retorcería las tripas por su sufrimiento. Estaba cansado, estoy segura.
Cuando pasaba de regreso del colegio, siempre lo veía con la misma energía, como si no hubiera pasado todo el día de pie. Con el pasar de los meses lo veía recostado contra la pared, junto a un hombre que vende golosinas en la esquina, tenía la mirada baja y cabecea con los ojos entrecerrados. Estaba agotado, lo sé.
Lastimosamente, en este mundo tan tenebroso son pocos a los que les importa. El nombre de ese niño era Nico. Le desagradaba que le dijeran Nicolás, le recordaba cómo su papá le grita cuando llegaba a dormir.
Nico cumpliría 13 años el próximo 24 de junio y creía que el mejor regalo del mundo sería una pelota de fútbol. Le hubiera gustado aprender a escribir su nombre, a leer los anuncios y aprender a que se refieren con ecuaciones. Era muy inteligente; bueno con las matemáticas simples que aprendió con el tiempo, y era extremadamente hábil para resolver problemas y rompecabezas.
Todo esto era fácil de averiguar, es sencillo preguntarle y descubrir que su color favorito era el rojo y que aunque no sabía mucho de qué jugadores hay en cada equipo ni entendía algunas reglas, era fan de los equipos españoles en el fútbol. Era fácil averiguar que Nico tenía muchos problemas, que tenía una hermanita llamada Sofía y que su padre no es alguien a quien querrías molestar.
Averiguar todo esto era pan comido; saber en qué tanto pensaba Nico era lo difícil. Todos los días tenía la mirada pérdida cuando ya se iba acercando el momento en que la manecilla del reloj daba un cuarto para las seis.
¿Quieren saber en qué pensaba Nico?
Cuando Nico tenía la mirada perdida de esa forma, era porque estaba pensando en superhéroes. Se imaginaba personas con capas y trajes coloridos. Pensaba en los súper poderes que tendrían, si serían capaces de volverse invisibles, volar o tener una fuerza sobrehumana. A veces pensaba que podrían tener los poderes de la Tierra, controlar el agua, el aire o el fuego, quizá controlar la tierra o los árboles como en las películas.
Nico tenía fantasías con sus superhéroes, imaginaba que llegarían volando y que lo tomarían en brazos para llevarlo muy…. muy lejos. Había creado un mundo en su cabeza, donde esto era real, un mundo donde nunca estaba triste.
Este mundo es el mundo donde vivían los superhéroes. Era un mundo lleno de colores y sonrisas, un mundo donde nadie peleaba ni gritaba o golpeaba a los demás, era un mundo muy hermoso. Yo sé que en realidad, lo que Nico pensaba que sería el mejor regalo del mundo no era una pelota de fútbol. Yo estoy segura de que el mejor regalo del mundo para Nico hubiera sido que este mundo donde vivían los superhéroes fuera real.
Una vez me contó sobre este mundo. Dijo que no había ladrones ni asesinos, que todos tenían una casa donde dormir y que había toneladas y toneladas de comida deliciosa para todos. Fue entonces que me di cuenta de la verdad.
Aquel día Nico empezó a hablar de poner largas mesas con muchas sillas, para que todos se sentaran a comer juntos. Dijo que pondría la mejor vajilla y los cubiertos más relucientes que pudiera encontrar, que todos compartirían y habría suficiente comida para todos.
La verdad es que si hubiera puesto más atención, los puntos se hubieran unido antes y me hubiera dado cuenta que Nico estaba cada vez más delgado, que tenía fantasías sobre superhéroes porque Nico era tan solo un niño que tenía mucha mucha hambre y pensar en superhéroes lo hacía olvidar, por un segundo, que en casa no habría qué cenar cuando regresara.
Nico apenas comía, su piel estaba pegada directamente al hueso, se veía cadavérico y demacrado. Nico no había comido en varios días, y no había tenido una comida decente en quién sabe cuánto tiempo. Nico se estaba muriendo de hambre.
Pensarán que es algo loco que Nico tuviera tanta hambre si se concentran en las monedas que recibía cuando pasaba pidiendo limosna en la misma intersección, en el mismo semáforo donde siempre lo había visto. Creo que ese dinero era para Sofía, creo que Nico era un buen hermano mayor y se preocupaba por ella.
Sofía no pasaba hambre, no pasaba frío ni nada por el estilo. Su madre tomaba el dinero y se encargaba de que esto fuera cierto. Nico era tan solo un niño, un niño pequeño, que tiene mucha mucha hambre y tenía el peso del mundo entero en sus hombros.
Sé que si Nico viera a muchos de nosotros, haría una pregunta que a muchos les daría pánico responder porque tenemos miedo de descubrir lo egoístas y malvados que podemos ser. Sé que Nico preguntaría ¿Qué tal sabrá ese medio emparedado que acaban de tirar? ¿Qué sabor tendrá ese plato que no quisiste comer?
El tiempo ha pasado desde la última vez que vi a Nico, no sé si murió de frío, quizá sí murió de hambre o tal vez solo murió de olvido. Cuando conocí a Nico, también era tan solo una niña, ingenua ante las crueldades de este mundo.
Me llené de tristeza al verlo, me pregunté cómo ayudarlo, pero nunca intenté hacer algo al respecto.
Sé que Nico estará bien, esté donde esté. ¿Por qué lo digo? Porque a pesar de que al hambre no le importa si eres tan solo un niño o un adulto, a mí sí me importa. A otras personas también les importa.
No pude ayudar a Nico pero daré mi granito de arena, conté esta historia. Y la contaré mil veces más si así logro que alguien no le vuelva a voltear la cara al hambre sin hacer algo al respecto.
Miranda Navas escribe desde Guatemala
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL
 

Artículos Relacionados