Por Miguel Guaglianone
Es a partir de la Segunda Guerra Mundial y sus resultados que los Estados Unidos consolidan su posición de potencia dominante en el mundo. Los cuarenta y cuatro años de Guerra Fría (1945-1989) y el enfrentamiento entre las dos superpotencias resultantes de aquel conflicto bélico balancearon su poder, contrarrestado por una Unión Soviética que intentaba estar a su altura como co-administradora del mundo.
Pero la caída del gigante soviético, producto de sus grandes tensiones internas y de la presión ejercida desde el exterior por Estados Unidos y sus naciones aliadas, los dejó en el panorama mundial como única superpotencia. A partir de allí su política exterior se orientó a consolidar esa posición, intentado apuntalar un mundo unipolar, con una sola nación constituida en el gendarme necesario del planeta. Sus grandes corporaciones se fueron adueñando progresivamente de todo, mientras su desarrollo militar sostenido (el mayor gasto militar en la historia, hoy mayor que los gastos militares sumados de todos los otros países) apoyaba su dominio económico y político con ese objetivo final.
Mientras tanto, a partir del gobierno de Richard Nixon (1968-1974) la concepción de derecha ha venido constituyéndose allí en la única línea política dominante. La mentalidad neocon han ido progresivamente conquistando todos los puestos de poder, convirtiendo a los demócratas -que en algún momento representaron el pensamiento liberal en los Estados Unidos- en co-partícipes de esa visión conservadora y reaccionaria que en un principio surgiera de su derecha más recalcitrante. Como un solo ejemplo de esto podemos considerar como el gobierno demócrata de Bill Clinton (1993-2001) llevó a cabo más intervenciones armadas de los Estados Unidos en otros países, que los gobiernos precedentes de los republicanos Ronald Reagan o George H. Bush.
Pero las cosas reales son más complicadas que los deseos y aspiraciones de los hombres, aunque sean los de aquellos que manejan la nación más poderosa de la historia contemporánea. La situación geopolítica del mundo respondiendo a su propia dinámica, ha hecho aparecer en escena a nuevos protagonistas (las llamadas naciones emergentes) a la vez que esa misma dinámica y las propias condiciones internas han ido desgastando el pretendidamente omnímodo poder de la potencia central. Así, en los últimos años la influencia de los Estados Unidos en el mundo tiende a declinar. Los reiterados fracasos militares (Irak, Afganistán) se han ido convirtiendo en pantanos de los cuales les es muy difícil salir, la crisis económica estructural que se manifestara a partir de la burbuja hipotecaria en 2006 y cuyos resultados no sólo se han extendido y magnificado hacia los otros países centrales (léase sobre todo Unión Europea), la pérdida de credibilidad en un sistema cuyo doble discurso se hace día a día más público y evidente, aún para las robotizadas mayorías internas; están marcando un panorama general de declive político y económico.
La Administración Obama, que a partir de las primeras promesas electorales se presentó como una nueva alternativa a las políticas tradicionales, se fue mostrando rápidamente como continuadora, y potenciadora de las políticas neoconservadoras e imperiales que venían consolidándose. La figura de un demócrata, primer presidente negro de los Estados Unidos en su historia, fue desdibujándose rápidamente cuando la respuesta tanto hacia el interior del país como hacia el resto del mundo fue una sola: más y más de lo mismo.
Frente a la progresiva declinación de su poder, la respuesta sistemática y hoy potenciada de la Casa Blanca ha sido elevar los niveles de intervencionismo, agresividad y prepotencia imperial. Cuando se va perdiendo progresivamente el poder político la única respuesta parece ser la fuerza bruta. Claro que no es tan sencillo, factores como su propia crisis económica han contribuido a restar sistemáticamente capacidad operativa a los planes de mantener el dominio mundial. El “libreto libio” (intentando aplicarse también a Siria), consistente sobre todo en lograr que otros hagan el “trabajo sucio” de la guerra, no es una casualidad. Aparentemente la capacidad de movilización militar directa de los Estados Unidos tiene hoy graves impedimentos, que van desde serios problemas económicos para mantener la logística, la administración y hasta la alimentación de su tropas en operación, hasta las grandes y múltiples resistencias de un “resto del mundo” que cada vez levanta su voz con mayor fuerza y representa un creciente poder alternativo.
A pesar de todo, la Administración Obama, ha decidido continuar empleando como únicas alternativas políticas y diplomáticas, el intervencionismo, la agresión y la amenaza de su poder militar para mantener el sistema de dominación mundial. El reiterado fracaso de estas conductas, parece estar sumergiendo al gobierno de los Estados Unidos en una especie de crisis de desesperación.
El caso Snowden y las “filtraciones de seguridad”
El último y más representativo ejemplo de esa conducta desesperada se está dando en estos momentos, con las reacciones del gobierno de los Estados Unidos frente a las “filtraciones de seguridad” producidas en los últimos tiempos, que han dejado al descubierto ante la opinión pública de sus propias poblaciones, las acciones injerencistas, de espionaje y manipulación que realizan en su propia casa y en el resto del mundo. Desde la forzada estadía de más de un año de Julián Assange en la Embajada de Ecuador en Londres, recluido a partir de la respuesta del gobierno británico (atendiendo a los intereses y deseos de Washington) de no conceder el salvoconducto a un asilado político para que salga de ese país; pasando por el sumario juicio militar a Bradley Manning, el joven soldado estadounidense que se atrevió a hacer llegar a WikiLeaks (la organización presidida por Assange) materiales “secretos” -entre ellos el asesinato de civiles por fuerzas militares estadounidenses- quien está amenazado con una sentencia que lo enterraría en vida; y culminando con las destempladas declaraciones, y amenazas realizadas a diestra y siniestra con relación a Edward Snowden, el analista de la CIA que revelara los sistemas de espionaje global que lleva adelante el gobierno de Estados Unidos; la conducta de la Casa Blanca y los voceros del poder viene caracterizándose por un desenfreno que sólo parece estar basado en la desesperación de la impotencia.
Mientras Snowden se encontraba en un limbo territorial y político en un Aeropuerto de Moscú, los voceros del poder de Estados Unidos, (incluido al presidente Obama) se dedicaron a enseñar los dientes destempladamente a diestra y siniestra, a los países que se atrevieran a darle asilo político, a Rusia en particular exigiéndole la entrega del proscripto, y en general a cualquiera que osara ayudarlo. Las cadenas corporativas de medios, voceras de los intereses de los Estados Unidos (o mejor dicho, de las grandes corporaciones) fueron herramientas fundamentales para promocionar y hacer presentes estas amenazas a escala global.
Las tensiones con Rusia
La respuesta rusa a las amenazas fue muy “diplomática”. Vladimir Putin es un hombre que viene de la Guerra Fría y el mundo de la “inteligencia” (ex KGB) y que se ha ido convirtiendo en un estadista a la altura de sus responsabilidades. En una aparente muestra de ceder a la presión, Putin puso públicamente a Snowden como condición para un posible asilo en Rusia, que cesara con sus “filtraciones”, para “no perjudicar a nuestros socios norteamericanos”. Pero finalmente el gobierno ruso concedió un asilo temporal por un año a Snowden, lo que le permitió abandonar el limbo del aeropuerto, y perderse en el anonimato dentro de la Federación buscando ponerse a salvo de la persecución llevada adelante por las agencias de inteligencia occidentales.
La respuesta norteamericana fue asombrosa. Luego de un tiempo de vociferación y de amenazas destempladas, la única declaración de la Casa Blanca (a través de un funcionario menor) fue que estaban “decepcionados” por la decisión rusa de conceder el asilo, y que considerarían la “utilidad” de la programada reunión para septiembre entre Obama y Putin previa al cónclave del G20 a realizarse ese mes en San Petesburgo.
Durante varios días solo siguió un silencio, que por contraste con las explosivas declaraciones precedentes se hizo más notorio, y finalmente, el gobierno de los Estados Unidos anuncia que acaba de suspender la reunión presidencial programada, y que Obama irá igualmente a la cumbre del G20 pero que en ella tampoco tendrá una reunión personal con Putin.
Ya analizamos en un trabajo anterior las preocupaciones que producen las crecientes tensiones que esa política exterior norteamericana exacerba con Rusia. Nuevamente la desesperación los parece estar volviendo totalmente miopes respecto a las consecuencias de sus propias acciones. Sus relaciones con Rusia son muy complejas, implican, aunque no sea al nivel de la Guerra Fría, responsabilidades y riesgos potenciales importantes. Se trata en el caso ruso de una potencia emergente que dispone de un arsenal nuclear operativo de primera línea, que tiene unas muy bien preparadas fuerzas armadas y que dispone de armas de fabricación propia de alta sofisticación. Que mantiene la tradicional (y justificada) paranoia rusa respecto a Occidente y que está comandada por un presidente “duro”. No es un interlocutor fácil ni que pueda considerarse insignificante. Sobre todo que en un mundo que está volviéndose (aún contra los deseos de los Estados Unidos) cada vez más multipolar e interdependiente. Cualquier país que se enfrente hoy a los Estados Unidos, muy probablemente no estará solo, sino que contará con solidaridades importantes, algunas esperadas y posiblemente otras totalmente inesperadas.
A pesar de ello, el gobierno norteamericano (y esa es la mejor muestra de su grado de desesperación) parece estar dispuesto a comprometer esas complejas relaciones, porque sus deseos de que se les entregara a este joven proscrito no se vieron cumplidos. Se arriesga mucho por lo que parece una causa menor a nivel diplomático.
Creemos honestamente que -volvemos a repetirlo- estas conductas bastante irreales (en el sentido que no parecen tener en cuenta los hechos) son producto de la incapacidad de generar respuestas que no consistan en más de lo mismo (la aplicación de la fuerza como única solución) y de la consiguiente creciente desesperación producto de su fracaso recurrente.
Lo más serio y preocupante es que las consecuencias de esas políticas nos incluyen a todos, ya que sus resultados afectan directamente a tirios y troyanos en el panorama global.
Fuente: BARÓMETRO INTERNACIONAL/ARGENPRESS.info